fe adulta
Dos mil años antes de que en las facultades de psicología se estudiara el tema de la “sombra”, Jesús lo resume en un aforismo profundamente sabio, que constituye, a la vez, una herramienta eficaz para vivirnos en verdad hacia nosotros mismos y en respeto incondicional hacia los demás.
El aforismo se concreta de este modo: todo aquello que veo como una “mota” en el otro -aquello que me altera o me crispa emocionalmente- no es sino el reflejo, como en un espejo, de alguna “viga” que hay en mí, de la que quizás ni siquiera era consciente. El otro me hace de espejo porque, aun de manera inadvertida, he proyectado en él aquello que en mí no acepto, no me gusta o rechazo.
El mecanismo de la proyección funciona de este modo: lo que en mí he reprimido, desde el comienzo de mi existencia, permanece oculto, pero nunca eliminado. Es energía psíquica que, al no poder existir en mí, la proyecto fuera, en personas que guardan algún “parecido” con el rasgo que en mí mismo había rechazado. Más en concreto: si el otro me hace de espejo, se debe solo a lo que, previamente, he proyectado en él.
Esto significa que cuantas más cosas me crispan en los otros, más elementos hay en mí que no termino de aceptar. Y, a la inversa, en la medida en que “hago las paces” conmigo mismo, en un ejercicio de lucidez y de humildad, más dejaré de proyectar en los demás, lo cual, a su vez, posibilitará vivir relaciones más constructivas.
No es difícil ver que la integración de la propia sombra constituye una condición imprescindible, tanto para crecer en unificación y armonía personal, como para sanar la vida relacional en todos sus aspectos.
La clave básica en toda esa tarea pasa por la aceptación cada vez más completa de toda nuestra verdad. Porque lo que nos hace daño no es la sombra, sino el hecho de ignorarla o rechazarla. La sombra aceptada nos pacifica interiormente, serena nuestras relaciones haciéndolas respetuosas y, más aún, nos humaniza. Porque solo abrazándola podemos vivirnos en verdad. Y solo la verdad sobre nosotros mismos desmonta la falsa imagen ideal donde buscaba encontrar asiento nuestro ego. El conocimiento y la aceptación de la propia sombra nos baja del pedestal sobre el que pretendía engrandecerse el ego y, de ese modo, nos hace humildes y humanos.
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