Este domingo, la Iglesia celebrará un acontecimiento histórico para la comunidad de los Misioneros y Misioneras de la Consolata: la canonización de nuestro fundador, el beato Giuseppe Allamano. Este momento es profundamente significativo, no solo como un reconocimiento a la vida de santidad que llevó José Allamano, sino como una inspiración renovada para todos los que seguimos su legado en las misiones.
Nacido en 1851 en Castelnuovo d'Asti, en el norte de Italia, Giuseppe Allamano fue un hombre de fe inquebrantable, forjado en el entorno de una familia profundamente religiosa. Desde joven, estuvo influenciado por grandes figuras de la espiritualidad de su tiempo, como su propio tío, san José Cafasso, y san Juan Bosco. Este último, bajo cuya tutela Allamano estudió en el Oratorio de Valdocco en Turín, dejó una huella imborrable en su formación espiritual y en su comprensión del trabajo misionero.
Aunque nunca llegó a viajar a tierras de misión debido a su delicada salud, su visión misionera fue vasta y profunda. Desde su puesto como rector del Santuario de la Consolata en Turín, que ocupó durante más de 40 años, Allamano concibió un plan ambicioso: fundar un instituto que enviara misioneros y misioneras a los lugares más remotos del mundo, con un énfasis especial en África. Así nacieron, en 1901, los Misioneros de la Consolata, y más tarde, en 1910, las Misioneras de la Consolata. Bajo su liderazgo, ambos institutos se dedicaron a la evangelización, a la promoción humana y a la construcción de comunidades basadas en los valores del Evangelio.
"Primero santos, luego misioneros"
Para Allamano, la santidad personal era la base de toda labor misionera. Su conocida frase, "Primero santos, luego misioneros", sigue resonando en nuestra congregación como un recordatorio de que la misión no se trata únicamente de hacer, sino de ser. Según él, un misionero no podía dar lo que no tenía: si no estaba lleno del amor de Dios y en comunión con Él, no podría llevar ese amor a los demás de manera efectiva. La misión, en su sentido más pleno, no era una tarea, sino una extensión de la vida interior, una expresión del amor y la compasión que el misionero había cultivado en su corazón.
Otro aspecto clave en la enseñanza de Allamano fue la importancia de la preparación tanto espiritual como intelectual. Aunque la santidad era primordial, él también subrayaba que los misioneros debían estar bien formados en las ciencias humanas y teológicas, así como en el conocimiento de las culturas a las que serían enviados. Un misionero ignorante, decía Allamano, era "un ídolo de tristeza y amargura", y a su vez el conocimiento sin santidad podía llevar al orgullo y al distanciamiento de la verdadera misión.
La canonización de Giuseppe Allamano nos invita a reflexionar sobre su legado en un momento crucial para la misión de la Iglesia. Hoy, como entonces, el mundo necesita de hombres y mujeres que, inspirados por la vida y la obra de Allamano, estén dispuestos a ir más allá de sus propias fronteras, físicas y espirituales, para llevar el mensaje de amor, paz y esperanza a aquellos que más lo necesitan.
Para los Misioneros y Misioneras de la Consolata, su canonización no solo es un motivo de alegría, sino una llamada a seguir profundizando en nuestra misión. El ejemplo de nuestro fundador sigue vivo en cada paso que damos, recordándonos que la verdadera fuerza de la misión nace de un corazón que ha sido transformado por la gracia de Dios.
Así, mientras celebramos su santidad, renovamos nuestro compromiso de seguir llevando el Evangelio a los lugares más lejanos, con la misma pasión, amor y dedicación que inspiró a Giuseppe Allamano.
Que su vida siga siendo un faro que nos guíe, y que su legado continúe animando a futuras generaciones de misioneros a ser, primero santos, y luego, con todo el corazón, misioneros.
Misioneros de la Consolata
Religión Digital
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