"He comenzado mis clases de árabe, y dos días a la semana, temprano por la mañana, junto con Patrick y Florindo, nos dirigimos desde nuestro barrio a la escuela de los Padres Combonianos", relata Anselmo Fabiano, misionero en El Cairo. "Debo admitir que es toda una aventura".
Compartiendo detalles sobre su nueva misión, el joven misionero de la Sociedad de Misiones Africanas describe las emociones que marcan su rutina diaria.
"El simple hecho de poder hacer la compra en el mercado, conversar con los niños o acompañar a la pequeña comunidad cristiana que asiste a misa ya se siente como un gran logro”, comenta. "Los días que no asisto a clase, el estudio del árabe ocupa buena parte de mi tiempo libre, aunque siempre parece escaso. Me apasiona, porque comprendo lo crucial que es compartir y entablar relaciones con la gente que encuentro”.
"Me maravilla el poder de los gestos sencillos y amables que trascienden las palabras. Como los miércoles, cuando paso la mañana con los niños discapacitados de nuestra escuela. No hacen falta grandes discursos, solo la presencia, una mirada y algunos gestos, y rápidamente se genera una increíble armonía. O cuando colaboro con las Hermanas de la Madre Teresa en su comunidad para los pobres, la acogida que recibimos es maravillosa, llena de sonrisas, abrazos y apretones de manos que rompen cualquier barrera lingüística, haciéndonos sentir parte de sus vidas".
"Los primeros días de clase fueron una excelente oportunidad para hacer nuevas amistades, y gracias a las excursiones organizadas, tuvimos la alegría de descubrir las raíces del cristianismo en Egipto", continúa el misionero. "Visitamos el desierto para conocer la vida de los monjes, hombres dedicados a la oración, el trabajo y la fraternidad. El desierto, ahora convertido en tierra fértil, alberga árboles de todo tipo gracias a los pacientes cuidados de los monjes, junto a los frutos espirituales de la Palabra de Dios germinando en la vida de las personas. También tuvimos la oportunidad de entrar en uno de los lugares más importantes para el Islam, la mezquita de Al Azhar, una de las universidades más antiguas del mundo y un prestigioso centro del islam suní. Al entrar, caminando descalzo sobre el suelo blanco, experimenté un momento de paz rodeado de cientos de personas en oración: una pequeña muestra de fraternidad".
Esta misión en El Cairo es un ejemplo de cómo, a través de gestos sencillos y la convivencia diaria, se puede construir fraternidad y superar barreras culturales y lingüísticas. En esta tierra llena de historia y espiritualidad, la misión sigue siendo un espacio de encuentro, servicio y esperanza.
Religión Digital / Agencia Fides
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