fe adulta
«…pero él gritaba mucho más: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!” ...»
El fugaz paso de Jesús por Jericó camino de Jerusalén nos ofrece dos escenas preciosas que reflejan su estilo inconfundible y nos ayudan a conocerle mejor.
La primera se produce a su llegada. Al parecer, la fama de Jesús ha llegado hasta Judea, y muchos ciudadanos de Jericó deciden salir a la puerta del Este a recibirle. Podemos imaginar a los notables del pueblo compitiendo por el honor de hospedar en su casa al profeta de Galilea, y podemos imaginar, también, su estupor al ver que él los ignora y se invita a la casa del jefe de los publicanos, Zaqueo; el hombre más rico y más odiado de la ciudad.
No le conocen y quedan escandalizados. No saben que los más importantes para él no son los sabios, los ricos o los poderosos, sino los necesitados; necesitados de salud, de dinero o de estima. Tampoco saben que no tiene reparo alguno en que le vean en compañía de personas despreciadas por la sociedad si con ello consigue liberarles de la vergüenza, la humillación y el sentido de culpa que con tanto ahínco fomentan en ellos los tenidos por buenos. «Yo no los desprecio –parece decir a todos– porque lo importante son las personas».
La segunda escena que nos brinda el texto de hoy es su salida hacia Jerusalén. Podemos volver a imaginar a los importantes apretujándole y agobiándole a la cabeza del grupo en su afán por cruzar con él algunas palabras… pero en la puerta del Oeste se produce un suceso que da al traste con su pretensión.
Y sucede que Bartimeo, mendigo ciego que estaba sentado al borde del camino, oyendo que era Jesús de Nazaret el que pasaba, comienza a gritar con todas sus fuerzas: «¡Hijo de David! ¡Jesús! ¡Ten compasión de mí!». Algunos de la comitiva le reprenden porque está atrayendo la atención de la gente y desluciendo el fasto, pero cuanto más le riñen, más grita él. Aprietan el paso para evitarle, pero Jesús le escucha, se detiene y da una orden escueta: «Llamadle». Momentos después Bartimeo recobra la vista y le sigue loco de alegría por el camino de Jerusalén.
El primer día de su paso por Jericó es un pecador público el que capta su interés por encima de todos los personajes notables, y ahora es un empecatado ciego que a nadie le importa... excepto a Jesús. Ése es su estilo; un estilo que empapa todo el evangelio. Recordamos el pasaje del leproso, cuando todos se apartan y él se le acerca, extiende la mano y le toca para sanarlo; o el de la viuda pobre que deposita su monedita en el arca del Templo y es la primera a los ojos de Jesús. O el de la mujer adúltera por quien se juega la vida por salvarla…y la pierde... Y tantos pasajes más.
Suele gustarnos hacer una lectura del evangelio muy erudita, y eso estimula la mente, pero no mueve el corazón. A veces es conveniente pararse a contemplar la escena en lugar de analizarla o interpretarla; limitarse a saborearla, a disfrutar del estilo de Jesús… pues sólo de esta forma, tal vez, su lectura afecte a nuestra vida.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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