fe adulta
Las guerras tienen la única y exclusiva virtud de templar corajes, de auspiciar valores. Nuestra trágica contienda civil fue prolija en esa forja. Nuestros padres fueron los legatarios del horror, pero también de la valentía, la generosidad y el altruismo inherentes a esa hora. Más por ósmosis que por meditada pedagogía, sin saber que debían transmitir esos valores, lo hicieron y de una forma tan discreta y silente, como ejemplar.
La severidad del momento alumbró mucha nobleza. ¿Cómo será la ciudad sin ellas, las que amamantaron a los suyos, pero cuidaron a la vez de tantos otros, las que tiraron tantos colchones a los suelos, las que añadieron tantos platos a sus mesas, las que ensancharon tanto sus aleros…? ¿Cómo será la ciudad sin esos testigos, no de un tiempo mejor, pero sí de otro de apuesta humana más honda y desafiante?
Durante tiempo he querido imaginar, no sin cierto temor, cómo sería la ciudad sin ellas, nuestras "amatxos" que ya se arrancan en vuelo y se alejan de nuestra bahía, cómo podríamos pasearla sin un carrito que empujar, sin una misa en la que fichar, sin unas esquelas que leer en el banco de Alderdi-Eder... Más temprano de lo que auguré, esa hora ya ha llegado.
Quizás no frecuentemos la iglesia, no nos santiguemos necesariamente en el oficio de las doce, pero de alguna forma habremos de colarnos en el templo cuando las voces entonan, con devoción desbordada, el “Gure Aita” o finalizan la eucaristía con el recio “Agur Jesusen Ama”. Por más que recelemos de fronteras religiosas, que prescindamos de cristalizadas y algo anacrónicas liturgias…, de alguna manera habremos de mantener viva una suerte de fe. No cargaremos con el carro, pero habremos de llenar el bolsillo de monedas. Siempre había parada allí donde la necesidad obligaba a alargar la mano, por más que en los últimos años a la mendicidad se le habrían caído los nombres y los rostros. Ya no era fácil distinguir a los últimos y desposeídos.
Su entrega, gozo de vivir y positivismo perduraron en medio de un mundo que ya no se esforzaban en comprender. Tanto léxico extraño, tantos vocablos anglosajones, tanta virtualidad devorando tertulia… La realidad se les escapaba, pero se sobrepusieron a lo desconocido, no se apocaron ante lo que sabían a la postre pasajero. La vida siempre fue mucho más grande que el reducido tamaño de un “smart-phone”. Van marchando “sin épica alguna” como diría Xabier Lete. Nos van dejando huérfanos en medio de la ciudad que de repente se torna ajena, no sólo porque ya nos falte el hogar familiar, no porque ya dudes hacia dónde dirigir tus pasos al salir de la hoy moderna estación de tren, sobre todo porque siempre fueron uno e indiviso, los progenitores y su urbe acogedora.
Adolecemos de su discreta “épica” de hierro, salitre y silencio. El mundo para ellas también tornó ajeno, pero siempre atesoraron dentro de sí los mentados principios de los que la modernidad carecía. Sí, máximas con perfume de incienso, adobadas en la sacristía, evocadas por una letanía algo cansina, pero principios superiores y eternos, si es que algo dura por siempre… Cuando mañana estemos de lleno metidos en esa Inteligencia, en ese mundo de artificio, no olvidemos nunca esos valores encarnados, personificados que empujábamos sobre ruedas junto a la barandilla universal. Los podremos privar de doctrina y formas caducas…, pero no prescindir de su esencia.
El turismo uniforme y masificado añade otro plus de distancia con respecto a la ciudad, pero el coreano que contempla el Cantábrico inmenso desde la "Batería de las Damas" tiene también derecho a sus minutos de contemplación y maravilla. ¿Ahora que la ciudad es tomada por desconocidos, que nosotros mismos no terminamos de conocernos plenamente..., dónde pondremos la épica? Huelga ponerla en nuestros ombligos, en un arañar callejero constante, en una reivindicación permanente que pide y pide más para sí, pero que se resiste a dar, en una reclamación interminable cuyos dividendos nos hunden más y más en el sofá anestesiante... Bastará con dar recorrido actualizado a esos valores que nuestros mayores nos mostraron, ahora en medio de unas circunstancias absolutamente diferentes. La épica y con ella un relevo a digna altura, la podremos poner en la contribución a una sociedad más justa, responsable y sostenible, más amable y solidaria, más unida en su diversidad...; un nuevo mundo en el que por fin haya un sitio para todos sin excepción.
Perseguiremos de nuevo el tren, pronto con morro de AVE. Desembarcaremos ilusionados a la vera del río. Volverá a brillar la Perla. Pasearemos la ciudad, viajaremos a otras sin empujar sus carros, sin entrar en sus confesionarios, sin detenernos para “estudiar” las esquelas bajo el tamarindo… Intentaremos rehacernos sin su presencia física, pero nunca sin los principios que en silencio, a menudo incluso con exceso de recato, felizmente nos contagiaron.
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