ATRIO
Antonio Zugasti, 16-septiembre-2024
El discurso de la izquierda tiene como elemento fundamental buscar el mayor bienestar para las mayorías trabajadoras. Pero lo que no deja nada claro es en qué consiste ese bienestar. Parece dar por sentado que eso lo sabemos todos muy bien. Y, efectivamente, en el mundo capitalista eso está muy claro: el bienestar consiste en consumir todo lo que te apetezca. Para eso sólo necesitas poder adquisitivo. Cuanto más poder adquisitivo tengas, más podrás comprar, mayor será tu bienestar. Tanto que puede llevarte a alcanzar esa aspiración básica de la humanidad: ser feliz.
La aspiración a la felicidad ha sido algo fundamental a lo largo de los siglos. Pero ¿cómo conseguir la felicidad? Ya en la Roma clásica Lucio Anneo Seneca afirmaba: «Todos quieren vivir felizmente, hermano, pero al considerar qué es lo que produce una vida feliz caminan sin rumbo claro. Pues no es fácil conseguir la vida feliz, ya que uno se distancia tanto más de ella cuanto más empeñadamente avanza, si es que se da el caso de haber equivocado el camino».
La felicidad se ha buscado de muchas formas. Podemos ponerla en los sitios más dispares; el budista radical lo pone en la aniquilación del yo, y el multimillonario en un yate de diez millones de euros. Nadie puede renunciar a ella; la buscan por igual el mártir y el verdugo. Lo mismo la ansía la joven que se mete en un convento de clausura, que la que sale a un escenario para hacer striptease. Unos piensan alcanzarla por la vía de la renuncia, y otros por la vía de la posesión. Pero todos nos ponemos en marcha tras ella.
Este contraste entre el atractivo insoslayable que ejerce y la espesa niebla en que se esconde, hicieron, pues, de la búsqueda de la felicidad uno de los temas estrella de la reflexión filosófica. Hasta que en esta secular búsqueda de la esquiva felicidad irrumpe el hombre burgués con una fórmula, humanamente muy burda, pero clara y atractiva: La felicidad se vende, sólo necesitas poder adquisitivo para comprarla. Cuanto más poder adquisitivo tengas, más podrás comprar. Y si tus posibilidades te permiten llegar a un Lamborghini de cuatro millones, entonces flotarás por encima de los ángeles.
Pocos trabajadores aspirarán a un Lamborghini, aunque sea a un modelo más barato que el de los cuatro millones, pero muchos se sentirán tentados por la propuesta capitalista del consumo como camino a la felicidad. Pero la realidad va por otro lado: La gente que se siente satisfecha, feliz, consume poco. Está a gusto como está, con lo que tiene. No necesita más. Compra sólo lo verdaderamente necesario para mantenerse en ese estado. Y evidentemente eso es una ruina para la economía capitalista.
Indudablemente un cierto consumo es necesario. Con hambre y frio nadie es feliz, pero no necesitamos alimentarnos con caviar ruso ni tener diez abrigos n el armario para quitarnos el frío. Una vez alimentados y abrigados tenemos que pensar cómo nos acercamos a la felicidad.
Vemos que un punto de coincidencia entre los estudiosos del tema es que la felicidad tiene mucho que ver con la autorrealización de la persona. Labramos nuestra felicidad cuando nos acercamos a la plenitud de nuestras posibilidades en cuanto a nuestra calidad humana. Vamos hacia nuestra felicidad cuando cultivamos nuestra inteligencia y alcanzamos un pensamiento propio, crítico y sólido a la vez, no manipulado desde fuera. Cuando desarrollamos nuestra sensibilidad ante la belleza y el arte. Cuando actuamos como seres sociales, conscientes de la importancia de las relaciones humanas en nuestra vida, en nuestro bienestar. Cuando potenciamos nuestras cualidades más positivas, como el amor, la generosidad y el sentido de justicia.
Cuando desplegamos nuestra capacidad creadora en un actividad positiva, que pueda dar sentido a una vida humana, entonces nos acercamos a una existencia feliz
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