fe adulta
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, “el pan es mi carne para la vida del mundo”. El evangelio de hoy, continuación del que escuchamos el domingo pasado, hace hincapié en la presentación de Jesús como el pan de vida y nos remite a la experiencia de la Eucaristía que, en la comunidad a la que se dirige, se celebra y comparte.
Comer el pan y beber el vino son dos acciones llenas de sentido para el pueblo creyente. Reaviva experiencias como la de ser alimentados por Dios en el desierto (cf. Ex 16) o la de compartir el banquete esperado y prometido por los profetas (cf. Is 25,6). Este simbolismo, tras la experiencia pascual, adquiere para los seguidores de Jesús su máximo sentido. Comer el pan y beber el vino aluden ahora a la entrega de Jesús, a la entrega absoluta de su vida por amor y “para la vida del mundo”.
Entrega absoluta, porque el término semítico “carne” (hasta seis veces nombrado) hace alusión al ser humano al completo. Jesús, al entregar su carne, se entrega a sí mismo en su totalidad. Su persona, su vida, su historia… Nos lo entrega todo. Y al dárnoslo nos promete una vida “para siempre” que es una vida “en Él”, habitándole y siendo habitados por Él.
Con estas palabras somos invitados a vivir la Eucaristía hoy de un modo nuevo. Este sacramento, donde la acción de gracias y el ejercicio de la memoria son esenciales, nos impele a preguntarnos: ¿me doy cuenta de lo que significa comer este pan? ¿soy consciente de que, al tomarlo, estoy acogiendo no solo el recuerdo de Jesús, sino a Él mismo, sus palabras, sus acciones, sus sentimientos, sus decisiones…? ¿hago todo esto verdaderamente mío? ¿me identifico de este modo con Él?
Porque comulgar no es otra cosa que reafirmar la comunión con Él, con su vida y su entrega por todos. Y esa común-unión nos remite no solo a la unión entre todos los que formamos parte de la comunidad creyente, sino a la unión con toda la humanidad y con toda la Creación y, aún más, con Cristo mismo. Una común-unión con Él en la que quedamos comprometidos a vivir “por Él, con Él y en Él”, como repetimos en la doxología con la que culmina plegaria eucarística.
Cuando hoy vayamos a comulgar –y, ojalá, todos los días– tengamos todo esto presente. La primera lectura, del libro de los Proverbios, nos alienta: “vengan aquí los inexpertos”… No es un banquete para los sabios de este mundo ni para los más poderosos… sino para quienes, con temor y temblor, se abran a desear ser uno en Él contando no con sus propias fuerzas sino con la entrega primera de quien nos amó hasta el extremo.
Al ir a tomar este pan de vida recordemos lo que los Padres señalaban: “Tomad aquello que sois: Cuerpo de Cristo. Sed aquello que tomáis: Cuerpo de Cristo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario