Que la migración es impulso y necesidad del ser humano parece una obviedad. No se trata de un fenómeno nuevo. Bien entendida, la migración es la mejor parábola del ser humano: siempre migrante, siempre migrando.
Algunos datos mínimos podrán asomarnos a la presencia de este fenómeno en nuestros días. Según ACNUR 2023 los desplazamientos, mayormente forzados, pueden estar superando en el 2024 los 120 millones de personas en el planeta.
Y como sombra difícilmente separable del cuerpo, la migración suele venir acompañada de dolor y aun de muerte. En los últimos doce años se cuentan más de 60.000 personas migrantes, desaparecidas o muertas, de las que 29.000 han sido engullidas por las aguas del Mediterráneo. La ruta Canaria cuenta con más de 21.000 víctimas en el mismo periodo.
Esta enorme tragedia, que se repite como una pesadilla, ha obligado finalmente a la UE a revisar y corregir mismas fuentes jurídicas de referencia. Después de reiterados intentos y demoras la UE ha llegado a firmar el Pacto sobre Migración y Asilo 2024 (1).
Su intención, más larga que sus resultados, era buena: gestionar mejor la migración y el asilo en sus fronteras, tratando de equilibrar la solidaridad y responsabilidad de los Estados miembros con la necesaria seguridad y protección de los derechos de las personas migrantes.
Pero el resultado se ha quedado indudablemente más acá de sus buenas intenciones. Su rígido control de fronteras —que obliga a la persona migrante a emprender rutas más largas y peligrosas—, la externalización del fenómeno —que pretende implicar a los países de origen o de tránsito, siempre más inseguros, en el control de los flujos migratorios — y su entrada en vigor en el 2026, después de un largo periodo de transición, entre otros, han llevado a muchos activistas y expertos a calificar el pacto de regresivo en derechos humanos y de retroceder más de medio siglo en derechos migratorios.
Este pacto, votado por las bancadas de ultraderecha, de la derecha moderada y la socialdemocracia en la Eurocámara y que ha supuesto para su presidenta, Roberta Metsala, “hacer historia”, para Amnistía Internacional “solo conducirá a un mayor sufrimiento humano”; y la izquierda del Europarlamento no ha dudado en calificarlo de “Pacto de la vergüenza”.
Desde Redes Cristianas no dejamos de ver y denunciar la hipocresía de unos países receptores, conscientes de estar violando derechos fundamentales de las personas y tratados internacionales sobre el derecho a la migración, mientras sus multinacionales absorben la riqueza de los países originarios y la ciudadanía nos aprovechamos del trabajo más ingrato de su población migrante.
Desde este lado de las migraciones, el mundo que estamos construyendo con nuestras políticas cortoplacistas y farisaicas necesita un cambio radical. Un mundo otro en el que los prejuicios y el miedo inducido, la indiferencia y el odio no prevalezcan sobre la solidaridad y la fraternidad en la vida social y política.
Necesitamos un cambio de paradigma capaz de “revertir, subvertir y cambiar la historia en otra dirección”, como diría el teólogo mártir Ignacio Ellacuría. Hasta que llegue a ser la tierra un lugar para toda la humanidad y podamos reconocernos, como dice el Papa Francisco, con “la misma dignidad y siendo una misma familia”. Lo dejó dicho, con frase lapidaria, Pedro Casaldáliga: necesitamos “humanizar la humanidad”.
(1) En nuestro propio país, sin ir más lejos, aún sigue abierto, el problema del hacinamiento de los Menores no Acompañados en Canarias. Un problema que afecta a unos 6.000 adolescentes llagados milagrosamente a nuestras islas.
Se trata, nadie lo duda, de un asunto muy delicado y complejo que requiere poner en juego aspectos humanitarios, legales, sociales, administrativos, etc., y la estrecha colaboración entre el Gobiernos Central, las CC.AA y las ONG. (Algo, como sabemos, difícil de alcanzar, dada la distancia ideológica y el populismo político de la ultraderecha).
Pero no deja de sorprendernos el hecho de que, en una sociedad como la nuestra —que se muestra en tantas ocasiones generosa y solidaria—, tratándose de las migraciones y sobre todo de niños y niñas, aparezcan tantas resistencias para su acogida. ¿Qué es lo que nos puede estar pasando? ¿De dónde salen tantos miedos y prejuicios? ¿Son en realidad más fuertes los prejuicios ideológicos y la aporofobia que la generosidad y la actitud ciudadana de acogida?
Evaristo Villar
Redes Cristianas
2 de agosto, Editorial en Redes Cristianas
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