La inteligencia artificial traduce todo en cálculo, pero ¿podemos reducir todo a una probabilidad estadística? ¿Cómo podemos proteger a los profesionales y trabajadores de los medios de comunicación de la llegada de la Inteligencia Artificial y mantener el derecho a informar y ser informados sobre la base de la verdad, la libertad y la responsabilidad? ¿Cómo se pueden hacer interoperables las grandes plataformas que invierten en IA generativa sin reducir al hombre a una reserva de datos para explotar?
Estas son las preguntas - inspiradas en los mensajes del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz y la Jornada de las Comunicaciones Sociales, así como en la reciente intervención en el G7 en Apulia - que el Prefecto del Dicasterio para la Comunicación de la Santa Sede, Paolo Ruffini, preguntó a los ponentes y participantes de la conferencia “El algoritmo al servicio del hombre. Comunicar en la era de la inteligencia artificial", organizado por el mismo Dicasterio con la colaboración de la Fundación San Giovanni XXIII y que tuvo lugar en la Casina Pio IV del Vaticano, sede de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales.
La Iglesia camina con el hombre y su cultura
Las intervenciones de Francisco sobre la Inteligencia Artificial, reiteró el padre Lucio A. Ruiz, Secretario del Dicasterio para la Comunicación, testimonian el "talento" de la Iglesia para caminar con el hombre en su cultura a través de los cambios de la historia. Esto es lo que ocurrió, explicó, cuando hace 500 años se creó la primera imprenta vaticana, poco después del descubrimiento de Gutenberg, con la construcción de la Radio Vaticana por el inventor de las comunicaciones inalámbricas Guglielmo Marconi en 1931 o con la creación del portal vatican.va en 1994, cuando la web acababa de aparecer en los ordenadores de la gente corriente.
Un instrumento que tiene que ser regulado
Y es precisamente desde la esencia primaria de los ordenadores, que es hacer cálculos, que el informe del padre Paolo Benanti, profesor de ética y bioética de la Pontificia Universidad Gregoriana, presidente de la Comisión AI para la información y miembro de la AI Comité de las Naciones Unidas, en la primera intervención del panel “La ética del algoritmo y los desafíos para la comunicación”.
Benanti recordó cómo la realidad cambió con la invención de los transistores, puestos a disposición de sus aliados por Estados Unidos tras los éxitos de la Segunda Guerra Mundial, cuando los primeros prototipos de ordenador contribuyeron al descubrimiento de la bomba atómica y a la decodificación de los códigos secretos utilizados por la Alemania nazi. Desde esa visión centralizada de la tecnología y a través de la revolución de los pioneros de Silicon Valley en los años 70, llegamos a la computación "personal" e íntima, primero a través de las PC y luego de los teléfonos inteligentes. Con ChatGPT y su implementación en las interfaces de los teléfonos Apple y Microsoft, subrayó el padre franciscano, todavía no sabemos cuánto de la informática será personal y cuánto estará centralizada en la nube. Por eso, añadió, se necesita una regulación como lo ha hecho la Unión Europea, para hacer con la inteligencia artificial lo que se ha hecho con el código de circulación de los automóviles.
Una revolución antropológica
La inteligencia artificial no es en sí misma un salto tecnológico impresionante, subrayó Nunzia Ciardi, directora general adjunta de la Agencia Nacional de Ciberseguridad. Lo que hace que su implementación sea algo que tendrá un impacto antropológico decisivo en la realidad es el hecho de que se basa en una enorme cantidad de datos recopilados en las últimas décadas "de forma brutal" por las empresas a través de servicios o aplicaciones gratuitas que hoy son fundamentales para nosotros.
Otros aspectos a destacar son el uso del idioma inglés para entrenar los algoritmos -con todos los valores y expresiones culturales que tiene un idioma respecto a otro- y el riesgo de tener cada vez más dificultades para decodificar mensajes complejos, que pueden ser peligrosos en democracia.
“El conocimiento se está convirtiendo en propiedad privada”, comentó el profesor Mario Rasetti, emérito de física teórica del Politécnico de Turín y presidente del consejo científico del CENTAI, al describir la experiencia de Open AI, nacida como una empresa de científicos sin fines de lucro y adquirida por Microsoft por 10 mil millones. Debemos hacer de la Inteligencia Artificial una ciencia que tenga definiciones rigurosas, añadió, porque en la actualidad se presenta como una herramienta probabilística, que difícilmente puede medir inteligencia, verdad y causa.
Michele Raviart
Religión digital / Vatican News
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