Rindo mi humilde homenaje de gratitud a Jürgen Moltmann, fallecido el pasado 3 de junio. Es uno de los teólogos que más han alentado mi camino y mi reflexión personal desde finales de los años 80.
Honro su teología guiada por las heridas, los peligros y los dramas del mundo, enteramente orientada por el compromiso con las víctimas de la historia, por la llamada política, por la llama liberadora. Su primado de la esperanza despierta y activa, inspirada y resistente, perseverante, transformadora.
Celebro su reflexión familiarizada con el saber científico y con la sabiduría mística universal, judía y cristiana en particular. Su escritura marcada por la hondura del pensamiento –no siempre fácil de seguir–, por una entrañable sensibilidad humana y por una sugestiva imaginación poética. Su fidelidad a la Tierra, viviente comunidad de vivientes. Su profunda espiritualidad política y ecológica, una espiritualidad de la tierra, del cuerpo, del eros.
Hago enteramente mía su visión admirativa y holística del universo –en lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño– en cuanto realidad abierta, interrelacionada, evolutiva, inacabada, en permanente proceso de creación, una realidad sin cesar creada y creadora, repleta de inagotable potencialidad.
Ya no hago mías algunas de las ideas que él ha desarrollado a lo largo de los años y que dejaron de resultarme razonables. Por ejemplo: su uso de la categoría “expiación”, o sus largas y reiteradas disquisiciones sobre el Dios sufriente, sobre las relaciones trinitarias entre Padre, Hijo y Espíritu Santo a partir de la cruz, sobre la historia del abandono y del sufrimiento en el interior de Dios. Me quedo con lo que me evoca todo ello, más allá de lo que dice en su literalidad. Lo mismo le pasó también a él con muchas de las ideas teológicas propias o ajenas, como es inevitable. Forma parte de nuestro lenguaje y pensamiento, siempre histórico, fragmentario y provisional, abierto como la realidad universal.
De su imagen del Misterio o de la Presencia fontal y fundante –una imagen fundamentalmente teísta, alejada de Bonhoeffer, Tillich y otros, a quienes no siguió–, me quedo con su metáfora de Dios como Shekina, como presencia divina que acompaña a su pueblo exiliado, figura de todos los pueblos exiliados, errantes y sufrientes. Me quedo con su confesión de Jesús como “Mesías en camino”, como Cristo cósmico y espiritual aún inacabado en la historia, una confesión que constituye una llamada a la “cristopraxis”. Me quedo con su inspirado e inspirante amor a la Ruah, al Espíritu o al Aliento vital, energía, verdor y vitalidad de todos los vivientes. Me quedo con su horizonte panenteísta (inhabitación de todos los seres en Dios), o diría más bien teoempantista (inhabitación de Dios o del Aliento en todos los seres). La “Trinidad” la entiendo como una metáfora de la interrelación dinámica y creadora de todo con todo.
Por eso, de todas sus numerosas obras, algunas voluminosas, me quedo con tres libros muy pequeños en los que está todo sin que sobre nada: Cristo para nosotros hoy (Trotta, 1997, original alemán de 1994), El Espíritu Santo y la teología de la vida (Sígueme, 2000, original alemán de 1997), Pasión por Dios (Sal Terrae, 2007, original inglés de 2003, escrito a medias entre Jürgen Moltmann y su esposa y teóloga feminista Elisabeth Moltmann-Wendel: 3 breves capítulos de él y 3 de ella, en una armonía no exenta de diferencias reveladoras).
No encuentro mejor manera de honrar a J. Moltmann que dejarle hablar a él, pero también a su esposa Elisabeth Wendel. Es un placer.
“La teología debe estar dispuesta a introducirse en las distintas y nuevas condiciones del mundo para transformarlo, por su parte, a favor de la paz, la justicia y la vida en el conjunto de la creación” (¿Qué es teología hoy?, p. 139).
“El reino de Dios es el amplio espacio en el cual ya no hay asedio. (…). El reino de Dios es el tiempo cumplido, el momento al cual se le puede decir: ‘Detente, eres tan hermoso’, pues de hecho se detiene y no tiene fin. El reino de Dios es Dios que ha llegado a su descanso, que habita en su creación y hace de ella su morada” (Cristo para nosotros hoy, pp. 24-25).
“Las leyes sociales y la organización del sistema de salud deben medirse de acuerdo al peso con el que carguen los pobres y al alivio que se les proporciona a los enfermos. Quien quiera reconocer el grado de humanidad de una sociedad, debe visitar también las cárceles. Con los ojos del Cristo crucificado, se ve la sociedad, por así decirlo, ‘desde abajo’ ” (Cristo para nosotros hoy, p. 26).
“En la respiración vivificadora y por medio de la palabra que da forma, el Creador canta a sus criaturas en los sonidos y los ritmos en los cuales tiene su gozo y su satisfacción. Por eso existe algo así como una liturgia cósmica y una música de las esferas” (Cristo para nosotros hoy, p. 81).
“La santificación tiene que ver con la salud, y la salud, con el ser feliz. (…). La vida es santa cuando llega a ser sana e íntegra” (El Espíritu Santo y la teología de la vida, p. 68).
“Es necesario un espacio vital en torno a nosotros. También esto es una experiencia del Espíritu Santo; el corazón se nos ensancha porque experimentamos un ancho espacio en torno a nosotros. (…). También los seres humanos se dan un espacio vital si se abren recíprocamente en el amor y se dejan unos a otros participar en la propia vida. Amar significa también dar el propio tiempo, reconocerle al otro su propio lugar, ejercer mutuamente la paciencia, porque uno se interesa de verdad por el otro” (El Espíritu Santo y la teología de la vida, p. 108).
“La totalidad de la creación, que yo aquí llamo ‘comunidad de la creación’, está sostenida por el aliento del Espíritu de Dios. (…). De esta visión del Espíritu de Dios en todas las cosas y de la preparación de todas las cosas para morada de Dios se deriva una veneración cósmica de Dios y una veneración de Dios en todas las cosas” (El Espíritu Santo y la teología de la vida, pp. 143-144).
“En el amor experimentamos la vitalidad de la vida y la mortalidad de la muerte” (La venida de Dios. Escatología cristiana, p. 86).
“El redescubrimiento del personaje de María de Magdala, no cargada de sueños y visiones de la maternidad, como el de María la madre de Jesús, podría convertirse en modelo de un nuevo liderazgo en el cristianismo: una mujer independiente, libre de responsabilidades familiares y matrimoniales, caracterizada menos por la edad que por la amistad y la capacidad de crear un nuevo estilo de relación. Las mujeres están hoy redescubriendo ese amor de Dios y ese amor a Dios. Ese amor, mostrado en imágenes y narraciones como el poder del eros, como poder erótico, es más que el poder del ágape, ese estático, satisfecho y controlable modo de relación por el que se decidió el cristianismo. En su lugar, eros muestra la desbordante plenitud de Dios” (Elisabeth Moltmann Wendel, Pasión por Dios, pp. 56-57).
José Arregi
Aizarna, 20 de junio de 2024
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