fe adulta
“La semilla no es el árbol, pero en la semilla se encuentra la promesa del árbol”. Escuché esta expresión hace un tiempo en labios de Javier Melloni aludiendo a la resurrección. Jesús resucitado, explicaba él, podía ser comprendido como el árbol. Esta sería una de las razones por las que los discípulos, según nos narran los relatos de resurrección de los evangelios, tenían tantas dificultades para reconocerlo inmediatamente: ellos esperaban ver la “semilla”, ver a Jesús de Nazaret tal y como lo habían conocido, al mismo hombre con quien habían compartido caminos, comidas y diálogos y aún no estaban capacitados para ver el “árbol”. De ahí la necesidad de realizar un proceso que les posibilitara reconocer la nueva presencia de Jesús resucitado.
Me vino a la mente esta idea al leer el evangelio de hoy, en el que Jesús mismo dirige nuestra mirada hacia pequeñas semillas para descubrir en ellas el árbol que contienen en esencia. En este caso, ese árbol es el Reino de Dios. Pequeñas semillas que germinan y crecen sin que quien las planta sepa cómo sucede… semillas de las que surgen tallos, espigas y granos y de las cuales se desarrollan árboles enormes, capaces de albergar y dar cobijo a los pájaros. Así es el Reino que Dios nos ofrece a todos.
Me pregunto por qué Jesús contaría estas parábolas a sus discípulos. En ellas, como en la del del sembrador (Mc 4,1-20), utiliza el símbolo de la semilla en crecimiento para hablar de algo que, en Marcos, es nuclear en el mensaje de Jesús. Las primeras palabras que, según este evangelista, Jesús pronuncia son: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en la Buena Nueva”. Entonces, ¿por qué contar ahora estas parábolas? ¿Qué es lo que busca Jesús? ¿Alentar la esperanza de quienes le escuchan? ¿Implicarles en su proyecto? ¿Resituar sus expectativas?
Seguramente un poco de todo. Muchos de sus seguidores esperarían un Reino que se estableciera definitivamente de forma suntuosa y llamativa y Jesús les recuerda que no será así, que el Reino de Dios requiere de una fina atención para ser reconocido, pero que ¡está ya presente! y que cuenta con la colaboración de todos.
También hoy podemos preguntarnos nosotros: ¿cómo es el Reino que espero? ¿y cómo me sitúo ante él: como colaborador o como mero espectador? Hoy Jesús aviva nuestra esperanza, invitándonos a reconocer que el Reino va más allá de nosotros mismos, que su presencia y su crecimiento no dependen de nuestra acción, que es un regalo que Él nos hace de manera continua, gratuita y desbordante… Pero, al tiempo, nos alienta a participar de su misión, a ser sembradoras y sembradores de semillas de Reino. Tremenda colaboración la que Dios nos pide. ¡Y qué confianza pone en cada uno de nosotros para algo así!
El Reino de Dios requiere manos decididas, sencillas y constantes, capaces de sembrar y cuidar de lo sembrado para que las semillas puedan dar fruto… Aquí tienes las nuestras, Señor de la Vida…
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