Decía Quevedo que “poderoso caballero es el dinero” y se acaba de publicar un libro que mezcla a Dios con la riqueza, aunque sea extraño. El autor es Paul Seabrigth, un economista británico que es profesor en la universidad francesa de Toulouse, y su obra se titula The Divine Economy.
Habla de los mormones que al día de hoy son los mayores terratenientes de los Estados Unidos y que presupone les dan unas rentas anuales de 378 billones. Un mareo de cifras más comprensible si se comparan con los réditos que obtienen Apple y Microsoft conjuntamente. Además, muchos de sus ingresos no pagan impuestos.
Tenemos que reconocer que, en muchos momentos históricos incluso hoy día, el dinero y el poder atraen seguidores a los que facilitan relaciones y peldaños como manera de alcanzar grandes metas. No tenemos más que pensar en los nuevos directores espirituales de las clarisas de Belorado que presuntamente intentan vivir de los dulces que producen las religiosas.
Paul Seabrigth está interesado en la religión como empresa, un estudio que se ha empezado a hacer hace 250 años con Adam Smith y su obra La riqueza de las naciones en la que demuestra que la fortuna que ostentaban las iglesias era considerable. Analizaba el camino por el que habían llegado hasta ahí y estudiaba las donaciones en beneficio de los sacerdotes que, en algunas o muchas ocasiones, estaban menos interesados en el amor de Dios que en su bolsillo particular.
En los departamentos de teología trabajan teólogos y no hay economistas porque la mezcla entre ambos campos les parece blasfema a muchos que asocian a Dios con los ángeles y no con Excel. Es muy curiosa la forma en la que el libro compara la religión con la economía: ofrece un producto, la salvación; tiene redes que ofrecer al público, mediante sacerdotes, pastores, imanes y obtienen beneficios si hacen de forma provechosa la oferta.
Las ideas, las enfermedades y las religiones circulan hoy por las redes. Antaño las carreteras romanas facilitaron expandir la plaga de Justiniano a través de Europa con una rapidez que no se había visto nunca. Algo semejante ocurrió con el cristianismo.
Es también bien curiosa la forma de analizar el autor el protestantismo que más que una discusión sobre la transubstanciación, los economistas consideran que fue la manera de romper el monopolio del catolicismo facilitando el acceso a los consumidores de otras formas religiosas. El camino de la salvación no era la exclusiva de la Iglesia Romana e incluso otras sendas eran más baratas, no se pagaba por las indulgencias, y más laxas, como el divorcio que consiguió Enrique VIII.
Me ha resultado interesante la comparación que hace entre las dos grandes religiones del momento, cristianismo e islam, que asegura haber acabado con las religiones locales como las grandes empresas han terminado con las tiendas de barrio. Compara la liturgia de la Iglesia católica con las franquicias, como McDonald’s, en la medida que ofrecen uniformidad en el servicio con independencia del país en que te encuentres.
La conclusión es que Dios no ha muerto, tan es así que incluso los economistas están interesados en las formas de llegar hasta él. Occidente puede ser más secular y menos cristiano, algo que no pasa en el resto del mundo. Entre 1900 y hoy día la proporción de los africanos que son cristianos ha aumentado de un 9% a un 40% actual mientras que los musulmanes también han crecido desde un 30% a un 40%.
A la conclusión que llego es que no podemos pensar que todos los cristianos somos ángeles y vivimos a espaldas del dinero pues se necesita para vivir. En el punto medio, como siempre, está la virtud como diría Jesucristo “a César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Isabel Gómez Acebo
Religión Digital
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