El pasado 1 de diciembre, a punto de abrirse en el calendario litúrgico cristiano el tiempo llamado Adviento (Venida) que abarca las cuatro semanas preparatorias de la Navidad, la columna semanal de Leonardo Boff se titulaba “¿Nos acercamos al fin de la especie humana?”. Reproduce, resumiéndolo, un texto publicado en el año 2020, durante la pandemia de la COVID 19.
Esa misma pregunta me brota de manera recurrente desde hace años. No me sorprende, pues, la cuestión como tal, sino el hecho de que el hermano Leonardo la haya vuelto a formular en vísperas de Navidad. No sé si lo ha hecho con intención o sin ella, pero la fiesta del nacimiento de Jesús vuelve más honda y radical, también más interpelante, la pregunta sobre el fin de la especie humana.
Miro y celebro el nacimiento de Jesús como figura de todo nacimiento, más allá del mero hecho histórico – del que sabemos tan poco, y aunque no supiéramos nada – y más allá de todos los dogmas – que en su versión tradicional carecen de sentido para una inmensa mayoría de nuestra sociedad, también para mí –. La Navidad celebra el milagro universal de la vida, tan frágil y poderosa, tan diversa en sus infinitas formas conocidas y desconocidas, la vida en permanente transformación, en eterna interrelación, la vida en este maravilloso planeta o en incontables otros planetas del universo o multiverso. La Navidad es la fiesta de la vida y de todo lo que la hace posible y la sostiene y la nutre: la tierra, el agua, el aire, la luz, la luz del sol que nace cada día y cada solsticio de invierno, la luz de las estrellas que iluminan la noche, como la estrella que alegra la noche de los pastores en las afueras de Belén, como la estrella que guía el camino de los Magos de Persia, sabios buscadores, a Belén, a dondequiera que nace la vida. La Navidad es la fiesta de la materia, matriz originaria, energía y potencialidad inagotable de vida y de conciencia en todas las formas habidas y por haber, santa materia animada, pura forma y diafanía, transparencia, del espíritu o del aliento. Todo nacimiento es epifanía de la relación universal en eterna transformación creativa, asombroso misterio. Me inclino y adoro a Jesús y a todo ser viviente, el Aliento que late en todo, lo empuja y recrea de transformación en transformación.
Si la vida es relación universal en eterna metamorfosis, ¿qué tiene de extraño que nuestra especie Sapiens, forma surgida hace 300.000 años – hace un instante –, en algún momento vaya a extinguirse como tal forma? La muerte de las formas es la condición del nacimiento de nuevas formas y de la permanencia de la vida, y todas las formas disueltas permanecen tal vez en la eterna memoria cósmica de la vida. ¿Qué hay, pues, de extraño o de inquietante en la pregunta de Leonardo Boff sobre el posible fin de nuestra especie? No somos el destino final ni el término de la evolución. No somos ninguna excepción en la historia sin fin de la vida.
La inquietud y la alarma vienen del hecho de que el fin de nuestra especie humana se deba a su conducta exterminadora. Desde el principio, el Homo Sapiens se ha comportado también como Homo Demens. El Homo Faber ha sido a la vez Homo Depredator, Exterminator de otras formas vivientes y de su propio entorno vital. El propio Leonardo Boff lo ha señalado insistentemente, inspirado especialmente en Théodore Monod (1902-2000), extraordinario naturalista, explorador, humanista, militante ecologista y pacifista, y creyente profundo. Desde el principio, el hermano ha matado al hermano, Caín a Abel. Y quien mata al otro se mata a sí mismo. La exterminación de los otros animales y especies vivientes, quiérase o no, más pronto o más tarde, se torna autoexterminadora. El asesino es suicida. Una guerra nuclear generalizada, sobre cuyo peligro tanto alertó Théodore Monod, sería su peor demostración.
Pero no creo que el fin de nuestra especie humana vaya a producirse a consecuencia de una guerra nuclear. Sería terrible – aunque no mucho más terrible que lo que vemos en Gaza, en Ucrania, en Sudán…, solo que generalizado –, pero no lo considero probable. Sí considero muy probable, como advierte Yuval Noah Harari una y otra desde hace 10 años, que nuestra especie acabe, más pronto que tarde, siendo víctima de su poder o de su impotente ambición de poder, y que llegue a ello desarrollando tecnologías (biotecnología, infotecnología, inteligencia artificial) de las que acabe perdiendo el control o de las que solo unos (los más poderosos) posean el control; tanto lo uno como lo otro llevarían a lo mismo: la posesión de tales tecnologías por parte de algunos provocaría la división de la humanidad entre una élite de humanos “mejorados” (¡!) y todos los demás reducidos a parias infrahumanos. Los unos y los otros serían encarnación del Homo Deshumanizado. ¿No está sucediendo ya ante nuestros ojos atónitos, angustiados?
¿Pero por qué esta maravillosa especie, capaz de lo más sublime, puede llegar, o está llegando, a este nivel de riesgo, a este grado de horror? No es porque hubiera nacido con ningún “pecado original” ni por “maldad natural” ni por “decisión consciente y culpable”. ¿Por qué, pues? Simplemente, porque, como todos los vivientes, nacimos inacabados, pero con una particularidad extremadamente peligrosa para sí y para la comunidad de todos los vivientes: nuestra especie nació dotada de asombrosas capacidades y a la vez incapaz de gestionarlas sabiamente, armónicamente, fraternalmente. ¿Cómo podrá seguir siendo viviente y humano?
Vuelvo los ojos a Belén, al pesebre, a la figura de la vida naciente, de la bondad viviente, de la vida buena: a Jesús, al niño Jesús en brazos de María y José. No porque fuera hijo de madre virgen, ni hijo consustancial de una divinidad suprema, ni porque sea el único icono de la humanidad. Es el icono que más me revela, y en él miro lo que, con ojos bien abiertos, podría ver en cualquier viviente recién nacido. Y creo que, si nuestra especie quiere llegar a ser Sapiens, a armonizar sus inmensas capacidades y su poder quasi-infinito, si quiere sobrevivir como viviente y humano, debe urgentemente – mirando el icono de Jesús u otros, innumerables, de ayer y de hoy – recapacitar y reaprender a vivir, debe invertir en ello su saber científico y redirigir a ello todas las instituciones políticas, educativas, sanitarias y económicas, debe asimilar profundamente eso que Jesús soñaba en brazos de José y de María, eso mismo que sueñan todos los niños y el universo entero, y lo que anunció y vivió como profeta itinerante y sanador, al precio de su vida y para eterna resurrección de su vida: que solo podemos saciarnos en la mesa común, solo podemos ser libres poniéndonos en el lugar del prójimo, solo podemos ser sabios siendo sencillos, solo podemos curarnos cuidando a todos, solo podemos ser felices siendo misericordiosos, solo podemos vivir en paz liberándonos del odio. Que solo podemos ser divinos siendo humanos.
José Arregi
Aizarna, 22 de diciembre de 2023
www.josearregi.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario