Hace pocos días me contaban dos víctimas de pederastia, ella del ámbito intrafamiliar, el del eclesiástico, cuántas pastillas toman diariamente. Muchísimas, dejémoslo ahí. Más de las que mente humana pueda imaginar. O como tituló su libro mi compañero de fatigas, José Abella, Cien Pastillas En Un Día. Ella sufrió el delito por parte de su padre, él de manos de un religioso. Ambos cuando eran menores.
Hoy en día, ambos sobrepasan los cuarenta años, y han recibido a lo largo del tiempo sendas terapias que han tenido que pagar de sus propios bolsillos. Sus idas y venidas en el tiempo debido a las terribles secuelas, les han producido social y laboralmente graves consecuencias, traducidas en exclusiones y hasta en algún caso, negacionismo, ninguneo y aislamiento. Sus vidas siguen quebradas por crisis de ansiedad regulares y más síntomas que sería muy largo relatar y que se presentan en forma de secuelas por las agresiones que un día, cuando eran infantes, un adulto perverso, pederasta y depredador les causó.
La abominación de quienes causan el daño, robando la inocencia de una niña o un niño, es fruto un fenómeno psiquiátrico reconocible.
En el mayor número de supuestos son personas psico sexualmente atrofiados con un nivel emocional anclado en una falta absoluta de madurez. Pederastas, algunos confesos, otros que lejos de admitirlo, incluso cuando una sentencia penal les ha condenado en firme, se retuercen en la mentira, en la cobardía, en la inútil negación, viviendo para siempre en la burbuja que construyen junto a sus órdenes, sus parroquias y sus núcleos familiares. Lo que se llama complicidad o encubrimiento, cobra aquí un segundo capítulo de la terrible historia. La revictimización, que causa un daño adicional, adquiriendo secuelas eternas, como si la tortura principal no fuera suficiente.
El Catedrático Emérito de Derecho Penal y Director Honorario del Instituto Vasco de Criminología y Fundador del mismo, Antonio Beristain, definió la victimización secundaria como la mala o inadecuada atención que recibe la víctima una vez entra en contacto con el sistema de justicia. Pues bien, es evidente que en lo que a pederastia se refiere, incluso la brillante definición se queda corta. Porque demostrado está que en muchos casos no es necesario para padecerla, entrar en contacto con el sistema de justicia. Previo a ello, el pederasta y su entorno, ya la provocan.
Una vez hecha la denuncia, sea en el orden de la justicia ordinaria, o en la vía canónica, actitudes de trilerismo, descafeinamiento, negación, incrementan el daño. No es solo una cuestión de prueba preconstituida. De tener que repetir el relato, el testimonio, una y otra y otra vez. Es también una cuestión de tener que sufrir continuos aldabonazos como los que estos últimos días están resonando en los medios, gracias a conductas como la de la jerarquía eclesiástica española, dividida, ya lo sabemos hace tiempo, entre rigoristas sin escrúpulos y aperturistas taciturnos que juegan al una de cal y otra de arena.
Ofensas impertinentes hacia las víctimas del ámbito eclesiástico, que ya en grupo y sin divisiones, empiezan a estar hartas de tolerar, aguantar y soportar tanta muestra de desvergüenza. Broncas internas para presentar un informe de honorarios exagerados, clanes petimetres encabezados por presuntos ilustres apellidos leguleyos, insolencia visual mediática, desconsideración permanente con víctimas y supervivientes, palmaria ignorancia en las formas de expresión y comunicación, sensación clara de falta de claridad y transparencia, repetición de donde dije digo, digo Diego, movimientos descarados y repetitivos orquestados en la oscuridad de Añastro, oclusivos, y efectuados pensando que las víctimas se chupan el dedo. Falta de vergüenza y lo que es peor, de dignidad, de valentía y de valores cristianos.
García Magán y Josetxo Vera
Las víctimas que yo conozco están ya superadas por la constante revictimización a la que están siendo sometidas. Hartas de ver cómo, desde la iglesia, se les pide perdón para después llevar su dolor a ninguna parte. Hasta el gorro de comprobar cómo se ríen de ellas una y otra vez. Hastiados de dejar vías abiertas de comunicación, ventanas que desde la jerarquía se cierran una y otra vez, puertas que la iglesia les cierra en los morros, bofetones sin la misericordia y la piedad que cabría esperar de una institución que presume de valores y principios.
Una víctima me decía el otro día, tras la presentación del informe Cremades y el nombramiento de un equipo compliance, formado por un sobrino del recóndito Silverio Nieto y por un tal Dagnino, que no precisa presentación, que él no sabía si con los frutos que generen las acciones de esa alineación, iba siquiera a sentarse en una mesa de negociación para ser reparado, indemnizado. Que una cosa es tener derecho a ser reparado y otra quebrar la propia autoestima y unos mínimos en cuanto a dignidad personal. Que no esperaba nada en absoluto de quienes sabe de antemano que mienten, tapizan la verdad o juegan a pensar más en el interés de los verdugos que en el de sus víctimas y supervivientes.
La iglesia tiene un grave problema a corto plazo. Y no es preciso que sea yo quien lo identifique en este artículo. Ellos saben que yo lo sé. Y como yo, la inmensa mayoría de las víctimas de este país.
Mientras jueguen en la oscuridad de los despachos de Añastro y no en la luminaria del encuentro, del diálogo y del sincero resarcimiento, el problema se les hará más y más grande. Es lo que tiene encubrir durante décadas y hasta el infinito. Lo que tiene no cumplir, lo que tiene, en fin, predicar y no dar ejemplo.
Las víctimas y supervivientes seguiremos con nuestras pastillas, alimentando nuestra luz interior. Continuaremos esforzándonos en darnos calor unos a otros, unas a otras, pero tal vez haya llegado el instante de decirle alto y claro a la jerarquía eclesiástica que o se toman el tema en serio o que vayan pensando en Ego amissus pugna sed autere bellum. Porque como dijo Virgilio Fortuna iuvat audaces. Porque la audacia crece con el miedo ajeno, y es el miedo a reconocer la verdad, la dura verdad, lo que les atenaza a ustedes. Nuestra audacia, unidos, unidas, por esa necesidad de reconocimiento y reparación, seguirá creciendo, mal que les pese, por mucha falta de vergüenza que sigan demostrando.
Juan Cuatrecasas Asua
Miembro fundador de ANIR- Asociación Nacional Infancia Robada
Religión Digital
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