Paso la tarde en asistiendo a los actos de inauguración de la presidencia de Milei (en realidad, gracias al enlace YouTube que nos proporcionó Oscar se siente uno trasladado Buenos Aires a través de la tele). Siente uno escalofríos ante estos actos de un presidente podador del Estado y con unas masas fanatizadas que claman “Viva Argentina manque pierda y nos jodamos todos”. Ya veremos… Pero me acuerdo de que hoy son 75 años de la firma de la Declaración de Derechos Humanos y publico el comentario del actual Alto Comisionado de la ONU para los DDHH. Recuerdo cuando en España publicarlas era delito. AD.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos cumple 75 años: nuestros valores comunes y el camino hacia las soluciones
El 10 de diciembre de 1948, la incipiente organización de las Naciones Unidas dio un paso trascendental. Al adoptar la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hizo la promesa de reconstruir el mundo —después de los horrores de la guerra mundial, el Holocausto, la depresión económica y la bomba atómica— sobre los sólidos cimientos de nuestros derechos inherentes.
A pesar de que la comunidad de Estados era menos numerosa, los redactores de la Declaración procedían de cada una de las regiones, de tal manera que aportaron la sabiduría y la experiencia de distintas culturas para definir nuestras libertades. Los derechos a vivir libres de discriminación y de tortura, los derechos a la educación y a una alimentación adecuada, y muchos otros.
La influencia de la Declaración en las décadas posteriores ha sido notable, pues ha desempeñado una función única en los avances en la igualdad de la mujer, en los progresos en educación y sanidad, en el desmantelamiento del apartheid en Sudáfrica y, sin duda, en las victorias de la independencia sobre el dominio colonial. La Declaración también inspiró un espléndido florecimiento de la sociedad civil, que en sí misma fue enormemente decisiva tanto en el desarrollo como en el avance del programa de los derechos humanos. Este documento fundamental también es el punto de partida de nuestro amplio abanico de tratados internacionales, leyes, instrumentos y mecanismos en materia de derechos humanos.
A pesar de estos grandes avances, aún estamos lejos de lograr el mundo con el que soñaban los artífices de la Declaración y nos enfrentamos a una decidida contestación a los derechos. No obstante, sería un error desechar la Declaración como una reliquia propia de una época más benigna y optimista. Sus redactores emergieron de una etapa azotada por los círculos viciosos de la destrucción, el terror y la pobreza y, en vistas de una división ideológica cada vez mayor, no se acobardaron al definir una ruta hacia un mundo más pacífico y justo, en reconocimiento de nuestra humanidad compartida y de nuestra igual valía.
Hoy en día, esta ruta es más pertinente que nunca. Como tan horriblemente ilustra el insoportable sufrimiento que en las últimas semanas ha tenido lugar en Gaza e Israel, los conflictos causan estragos a sus niveles más altos desde 1945, con escasa consideración por la protección de la población civil. Nos enfrentamos a desigualdades exorbitantes, a una polarización corrosiva dentro de los Estados y entre ellos, a restricciones constantes del espacio civil y a una aceleración incontrolable de las tecnologías digitales. Todas estas tendencias desestabilizadoras y destructivas alimentan la triple crisis mundial cuyo carácter es verdaderamente existencial.
Atravesando por estos tiempos de inestabilidad e incertidumbre, el poder duradero de la Declaración reside en su promesa de los derechos como soluciones. Sus principios, ajenos a ideologías y profundamente arraigados en los valores comunes de nuestra “familia humana”, pueden trascender las divisiones geopolíticas y sociales, nutriéndose de nuestros reflejos más profundos: la solidaridad, la empatía y la conexión. Dado su alcance exhaustivo, la Declaración fomenta las soluciones complementarias, algo fundamental teniendo en cuenta los múltiples desafíos a los que nos enfrentamos.
Su llamada a una cooperación libre y significativa es la clave para una participación amplia, necesaria para que las soluciones sean tanto eficaces como legítimas.
Reivindicar los derechos de cada persona, a nivel mundial, es la única manera de abordar las causas fundamentales del conflicto.
Los enfoques basados en los derechos humanos son los únicos que permiten alcanzar un desarrollo inclusivo, participativo y sostenible; definir leyes justas y, por tanto, confiar en que resuelvan las controversias; lograr la equidad en nuestras sociedades; garantizar la rendición de cuentas y fomentar la reconciliación. Los derechos humanos también son la herramienta de prevención definitiva, una sencilla verdad de la que fui consciente en repetidas ocasiones en mis decenios de trabajo en la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en situaciones en las que falló la prevención.
En un mundo que cambia a un ritmo frenético, no respetar los derechos no instaurará la inmovilidad. Por el contrario, aumentará la injusticia, el dolor y la violencia, y traerá consigo la pérdida de nuestra capacidad de colaborar en la resolución de los problemas. Por tanto, el 75º aniversario de la Declaración es un momento que pide una actualización coordinada: en primer lugar, estableciendo un compromiso mundial renovado con los valores consagrados en la Declaración; en segundo lugar, aprovechando este impulso para generar un progreso transformador en materia de derechos, partiendo de enfoques innovadores y de la voluntad de cuestionarnos acerca de la forma misma en que imaginamos el panorama de los derechos en el futuro.
Con una cuarta parte de la humanidad viviendo actualmente en lugares afectados por conflictos, nos arriesgamos a un futuro que perpetúe estos ciclos convulsos de sufrimiento y destrucción, junto con la perspectiva de una disminución del respeto de las leyes de la guerra, que son las verdaderas guardianas de nuestra humanidad, nuestras líneas rojas colectivas.
Tantas pérdidas y tanto dolor que se puede prevenir. La represión, la injusticia, la discriminación, la desigualdad extrema y la falta de rendición de cuentas crean las condiciones negativas de las que surge la violencia. Está claro que el camino hacia una paz duradera pasa por los derechos humanos. Reivindicar los derechos de cada persona, a nivel mundial, es la única manera de abordar las causas fundamentales del conflicto. Y esto se aplica a todos los derechos.
Uno de los ámbitos prioritarios de las Naciones Unidas en materia de derechos humanos es el aumento significativo de nuestro trabajo en los derechos económicos, sociales y culturales, que durante demasiado tiempo se han marginado artificial e inútilmente en el discurso y las medidas relativas a los derechos humanos.
La realidad es que, hoy en día, la mayoría de las economías son ámbitos en los que no se aplican los derechos humanos, con resultados desastrosos para las personas y el planeta. Nuestro concepto de economía de los derechos humanos, en cambio, defiende que las políticas económicas, comerciales, industriales, sociales y medioambientales se rijan por las normas de derechos humanos, con el éxito que se mida en función del grado en que todos disfrutamos de nuestros derechos.
Volker Türk
Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
Atrio
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