La noticia decía así: «Decenas de personas que pretendían llegar a Canarias han desaparecido este miércoles después de que el cayuco en el que se transportaban naufragara cerca de la costa de Senegal… Según… testimonios, entre los desaparecidos se encuentran aproximadamente treinta chicas jóvenes…».
La liturgia de la palabra de este Domingo se abre con una declaración solemne, inapelable: “Así dice el Señor: «No oprimirás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto»”. Y, en el evangelio, oirás, saliendo de los mismos labios, las palabras del mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser… Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
La memoria me recuerda que son muchos los miles de hombres, mujeres y niños que se ven obligados a arriesgarse con la muerte si quieren tener una posibilidad de vida digna; y que son demasiados los miles de hombres, mujeres y niños que con la muerte se quedan sin que nosotros nos sintamos responsables, ni del camino al que se han echado, ni del abismo que los ha devorado.
Hay preguntas que no puedo eludir:
Me pregunto si los emigrantes pobres son mi prójimo.
Me pregunto si en los emigrantes pobres reconozco a Cristo Jesús o no pasan de ser una amenaza para mi seguridad, un inconveniente para mi tranquilidad, un incordio a la puerta de mi casa.
Me pregunto cuáles serían mis sentimientos, cuál mi reacción, cuáles mis exigencias si, en vez de treinta mujeres pobres ahogadas en la desembocadura del Senegal, la noticia fuese que en treinta iglesias de mi Galicia natal el Santísimo hubiese sido, no digo ya pisoteado, sino simplemente arrojado del sagrario al suelo.
Me pregunto si para mi fe representa más la veneración del Santísimo que la defensa de los pobres.
Me pregunto qué significa mi comunión con Cristo en la eucaristía si no comulgo con Cristo en los emigrantes pobres.
Me pregunto hasta dónde llega mi compromiso con Cristo y con los pobres.
Me pregunto si he escuchado el mandamiento del amor.
Me pregunto si he aprendido algo de Cristo Jesús.
Me pregunto si soy cristiano.
Me pregunto si tengo salvación.
Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger
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