Waldo Gerardo Fernández
Alandar
Ocho años después de publicar la encíclica «Laudato si», la llamada encíclica verde, el papa Francisco vuelve sobre el tema con un nuevo documento llamado «Laudate Deum» (Alabad al Señor) (1) en el que se expresa con la clarividencia y la valentía a la que nos tiene acostumbrados cuando se pronuncia sobre temas sociales, políticos y ecológicos.
Francisco se sitúa lado de la ciencia y asume sus diagnósticos. Vuelve a abordar el grave y urgente problema de la destrucción del planeta. En un mensaje directo contra el negacionismo climático denuncia que “por más que se pretenda negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes”.
Afirma que “En los últimos años hemos sido testigos de fenómenos extremos, períodos frecuentes de calor inusual, sequía y otros quejidos de la Tierra”. Y menciona algunas manifestaciones de la crisis climática que ya son irreversibles, al menos por cientos de años, como el aumento de la temperatura global de los océanos, su acidificación y disminución de oxígeno, el derretimiento de los polos, la deforestación en las selvas tropicales, el derretimiento del permafrost (la capa de suelo congelado bajo la superficie que se extiende por una cuarta parte del hemisferio norte) …
«La situación se vuelve más imperiosa todavía», afirma. “El mundo que nos acoge se va desmoronando y, quizás, acercándose a un punto de quiebra». “Estamos verificando una inusual aceleración del calentamiento, con una velocidad tal que basta una sola generación -no siglos ni milenios- para constatarlo”.
«La cuestión del cambio climático es un pecado estructural que afecta no solo a la creación, sino que tiene impacto en la persona, por cuanto afecta a la salud, al trabajo, a los recursos, sobre todo de los más vulnerables (…). Hay hombres y mujeres, pueblos enteros que dejamos en el camino como basura».
“La transición que se necesita, hacia energías limpias cómo la eólica y la solar, abandonando los combustibles fósiles, no tiene la velocidad necesaria”. “Lamentablemente, la crisis climática no es precisamente un asunto que interese a los grandes poderes económicos, preocupados por el mayor rédito posible con el menor costo y en el tiempo más corto que se pueda».
Francisco defiende a los activistas climáticos, de quienes los intereses económicos se mofan y consideran como “radicalizados”. Asimismo, se muestra crítico con la respuesta que están dando los gobiernos en las cumbres climáticas. “Las negociaciones internacionales no pueden avanzar significativamente por las posiciones de los países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global”.
“La cuestión del cambio climático es un pecado estructural que afecta no solo a la creación, sino que tiene impacto en la persona, por cuanto afecta a la salud, al trabajo, a los recursos, sobre todo de los más vulnerables (…). Hay hombres y mujeres, pueblos enteros que dejamos en el camino como basura”.
Francisco aboga tanto por cambios personales como colectivos porque “todo suma”. Tan importantes son los esfuerzos individuales como las decisiones que se toman en el ámbito de la política nacional e internacional.
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