fe adulta
Los fariseos y los herodianos se odiaban a rabiar, y el objeto de la extraña alianza que muestra el texto es sin duda tapar todo resquicio por el que Jesús pudiese escapar de la trampa que le habían tendido. Si contestaba que sí, que era lícito pagar tributo al César, los fariseos le acusarían ante el pueblo de ser amigo de sus opresores romanos, y si contestaba que no, que no era lícito, los herodianos lo prenderían por sedicioso. Lo que no esperaban era que Jesús fuese capaz de salir airoso de aquel atolladero: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».
Y como argumento para conjurar la trampa que le habían tendido es genial... pero lo del César también es de Dios.
El cronista del capítulo primero del Génesis se inventa un relato precioso para decirnos una sola cosa: que todo es obra de Dios; que todo es reflejo de Dios. Y por eso, en el mundo no hay nada que pueda considerarse profano, sino que todo es sagrado; obra de Dios. Nosotros hacemos distinción entre lugares sagrados, los templos, y lugares profanos, el resto. También distinguimos en tiempos sagrados, en los que vamos al templo a cumplir con Dios, y tiempos profanos, que son para nosotros y en los que Dios no tiene parte alguna.
Para Jesús todo es sagrado. Ve a Dios en todas las cosas; todo es revelación de Dios para él, reflejo de Dios, y por eso es capaz de hablar de Él con las cosas más sencillas y cotidianas. Tampoco hace distinción entre tiempos sagrados y profanos; todo el tiempo es de Dios; tanto el que dedica a la oración de madrugada para confortarse en presencia de Abbá, como el que consagra luego a curar y enseñar; a proclamar el Reino por los caminos de Palestina.
Recuerdo que Ruiz de Galarreta se despedía de nosotros al finalizar la eucaristía con estas palabras: «Ya nos hemos alimentado… ahora a trabajar». El mundo no es un lugar profano para dedicarnos sin más a nuestras cosas, sino nuestro lugar de trabajo como cristianos. El templo es sagrado en la medida en que vayamos a él alimentarnos. El mundo lo es en la medida en que nos tomemos en serio nuestro compromiso de proclamar el Reino; de ser sal, de ser luz, de ser semilla…
Una de las cosas más característica y distintiva de la propuesta de vida que nos hace el evangelio, es que no nos propone huir de la realidad humana, sino dar pleno sentido a toda realidad humana. Porque el Reino no es esencialmente renunciar a nada, sino dirigirlo todo hacia ese fin. Ni poseer, ni casarse, ni trabajar, ni descansar, ni disfrutar, ni esforzarse, ni dimensión humana alguna, está fuera de esta categoría esencial: medios para construir el Reino.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
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