fe adulta
10 de septiembre de 2023
El evangelio que hoy nos propone la liturgia, es muy paradójico, complejo de vivir y sencillo de entender. Ahora bien, entre esa complejidad y la simplicidad del mensaje, estaría la determinación de cada persona para encarnarlo en la vida.
El texto nos puede confundir porque está cortado por delante y por detrás. Habría que leer los versículos anteriores y posteriores para poder situar bien estas palabras. Hoy va de relaciones humanas y reconciliación, es decir, el pan nuestro de cada día. Importante comenzar a destacar que Mateo introduce una novedad en la vida de sus seguidores. Es la primera vez que utiliza la palabra “hermano" para referirse al vínculo existente entre los discípulos de Jesús.
Este discurso de Jesús forma parte de la respuesta que da a los discípulos cuando le preguntan: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? La respuesta de Jesús puede resultar desconcertante: hacerse como niños y cuidar a los niños. Leído desde la superficialidad habrá personas que disfruten con esta respuesta; puede dar la razón a quienes opinan que la religiosidad, la fe, la espiritualidad, es una vivencia infantilizante y que genera personas poco hechas, débiles, pequeñas, sin terminar. Leído con un poco más de profundidad, podríamos acercarnos a lo que tal vez Jesús pretendía expresar.
En la época de Jesús sabemos que los niños no eran reconocidos socialmente, mucho menos las niñas. Los niños, por el hecho de no ser personas maduras, serias, acabadas, parece que no tienen mucho que aportar. Jesús nos remite al niño, a la niña que todos llevamos dentro, al que vivía con intensidad, con confianza, el que no entendía de tiempos y de espacios, el que vivía conectado a lo ilimitado y el que pensaba en libertad y poco le importaba quedar bien ante los demás. Y, especialmente, ese niño, esa niña, con una profunda y sana capacidad de reconciliación, sin rencor y sin rivalidad.
Este breve discurso de Jesús podría parecer el de un psico-pedagogo que busca reconstruir unas relaciones sanas entre iguales. Jesús nos plantea el proceso para hacernos conscientes de nuestros actos y su alcance en los demás. Nos propone agotar todas las posibilidades. “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas”. ¿Cómo vivimos la herida que otros nos hacen? ¿Y cuándo somos nosotros quienes herimos y nos reprenden? Invito a los lector@s a pararse y ahondar en este asunto porque puede haber sorpresas cuando somos muy honestos con la verdad que vivimos.
El paso maduro, equilibrado y sano, es decírselo a la persona en cuestión. Ahora bien, para ello, necesitamos soltar dos trampas de nuestra mente: intentar quedar bien ante el otro, aunque perdamos, y una actitud reactiva de devolver de inmediato el daño recibido. Si nos liberamos de ello, si realmente le decimos que nos ha herido y le hablamos de manera que le llegue una vibración de sinceridad, de búsqueda de la verdad, dice Jesús que “habremos salvado al hermano”. ¿Salvado de qué o de quién”? Si salvar es librar a una persona o a una cosa de un peligro o de una amenaza, Jesús tiene razón. ¿Quizá salvarle del peligro de la tiranía y de darle un poder que no le corresponde?
A veces es imposible poder hacer consciente a la persona de sus actos Si esto no es posible porque, a veces, las personas nos cerramos a cualquier verdad que no sea la nuestra, busquemos ayuda, no por incapacidad de resolución del asunto, sino para ampliar el horizonte y objetivar todo lo posible la corrección fraterna.
Continúa el texto con unas palabras de Jesús que considero esenciales y que hacen referencia a la dinámica de nuestro vínculo con Dios: En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos. Siempre se ha hablado de que estas palabras se refieren al poder de perdonar los pecados en un sentido más sacramental y ejercido por los ministros. Sinceramente no lo tengo claro, tampoco lo niego, pero creo que el poder para perdonar es propio de toda persona, poseemos esta capacidad, este poder, de una manera innata y es la máxima expresión de autenticidad y madurez a la que se puede llegar.
Perdonar los pecados de los demás cuando no va conmigo es muy fácil y, si eso te da un poder y un status, no hay mucho más qué decir; ahora bien, perdonar a quien nos hiere y recibir el perdón de la persona a la que hemos herido, es una manera de conectar la tierra con el cielo, lo humano y lo divino.
Los vínculos que existen entre nosotros son más que simples lazos humanos: comprometen al "Cielo", como expresa el texto, porque el "Cielo" se ha comprometido con nosotros y somos prolongación de Dios en la tierra y la tierra es prolongación de lo humano en el Cielo. Utilizo Cielo-Tierra como alegoría para designar la dimensión humana y divina que conforma nuestra existencia. Atar o desatar, dos movimientos que nos llevan a conectarnos desde una vida auténtica o desconectarnos de nuestra “casa” y de nuestra verdad.
Cierra Jesús este breve discurso con su convencimiento de la fuerza de la comunidad, no como convivencia sino como comunión, importante matiz. Es un poder que podemos llegar a vivir los seres humanos con un impacto transformador en un mundo tan separado, divido, diverso, frenético… ¿podríamos conectarnos unos a otros para que la vida fluyera en unidad y capacidad de transformación? Ya veremos.
FELIZ DOMINGO
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