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miércoles, 30 de agosto de 2023

¿CUÁNTO CUESTA UN CARDENAL?


col aradillas

 

En la terminología canónica se define la palabra “cardenal” como “prelado o superior eclesiástico de categoría inmediatamente inferior a la del papa y consejero de este en los asuntos graves de la Iglesia”.

Sin otros requisitos, y en conformidad con lo que se adoctrina al pueblo-pueblo (también al de Dios), tal definición gramatical se hace referencia correcta y concreta en estas nuestras reflexiones, humanas y divinas, pese a que en temas relacionados con el dinero -denarios- eclesiástico, además de tener que lamentar que suena en demasía alrededor del altar, cualquier otra consideración o constatación es rigurosamente inaccesible, y aun con amenazas anatematizadoras.

Y de entre las preguntas que le sonsacamos al pueblo acerca del tema, de frecuente y exorbitante comunicación social y religiosa en la actualidad, destaca en primer lugar, para bien o para mal, la de qué y cuánto cuesta ser elegido Cardenal de Curia, así como el mantenimiento “digno y proporcionado” de tal título en algunas diócesis o super diócesis, o nombre concreto, por supuesto que, hoy por hoy, todavía masculino, al carecer de género femenino tal distinción y ejercicio en la Iglesia, santa, católico, apostólica y romana.

Conforme a las apariencias litúrgicas y canónicas, que son los casos que más y mejor percibe el pueblo, un cardenal cuesta mucho. Una auténtica exageración, desde supuestos y principios evangélicos y los habituales en la comunidad eclesial a la que pertenece y preside “en el nombre de Dios”, y como valor y en reconocimiento supremo otorgado por el papa, única persona en la Iglesia dotada con la facultad de conceder tal título y condición.

Muy por encima, y siempre con piedad y misericordia cristiana, el pueblo-pueblo, y parte del “Alto y Bajo Clero”, echa las cuentas y comprueba que el palacio -a veces “villa” cardenalicia, o casa de recreo situada en el campo”- demanda una notable cantidad de dinero para su mantenimiento. Los ornamentos llamados “sagrados”, en su variedad de colores, no le van a la zaga. Mitras, anillos, báculos, “familiares”, “capas magnas”, mesas bien abastecidas sin tener que invocar lo del “bocatto di cardenali”(muy exquisito, delicado y sabroso), sin faltar excelentes bebidas y otras cosas adyacentes, coches de marca “Mercedes” (por aquello de la definición de oración como “ invocar a Dios y pedirle precisamente mercedes”), cortejan a perpetuidad la figura de los cardenales con el correspondiente ritual, e interpretando además y filibusteramente ser esta, y no otra “la santa y sacrosanta voluntad de Dios”.

Sí, pero el papa Francisco…

El papa Francisco, con su ejemplo y adoctrinamiento, ha iniciado y propiciado una especie de cruzada de fraternal democratización del colegio del que ha de surgir, en su día, su sucesor pero, pese a todo, las dificultades que se presienten y manifiestan a veces por parte de sus congéneres, resultan ser aún notorias y palpables.

La vanidad se encuentra demasiadamente cómoda entre los ornamentos cardenalicios, en las “tomas de posesión” (¡¡) de ”sus” sedes, en el sobrenombre y trato de “Príncipes de sangre real de la Iglesia”, en sus títulos y escudos de armas, en el “NOS por la gracia de Dios”, aunque en sus lemas las palabras “siervo” y “servicio” se encuentren como predicado o parte de la oración gramatical.

¿Y quién, o quiénes, sufragan -pagan- tales y tantos dispendios cardenalicios? ¿El Vaticano? ¿El Óbolo de San Pedro? ¿Los “Años Santos”? ¿La entidad bancaria que en su día bautizó y protegió san Ambrosio?

No sería justo olvidar que la administración de algunas diócesis en crisis económicas, o acaparadoras de riquezas muertas, le fue confiada a expertos profesores en ascética y mística, o en el ejercicio de exorcistas, que expulsan a legiones de demonios, sobre todo a los titulares de pingües cuentas bancarias que, contra toda ley, duermen el sueño de los injustos en “paraísos” fiscales.

El santo afán reformador del papa Francisco respecto a los cardenales, aún a los más recientemente nombrados por él, exigen con urgencia revisión y reforma. Y ampliación al sexo femenino. En todo colegio, incluido el cardenalicio, para que lo sea y funcione como Dios manda y así lo requieren los tiempos, la mujer habrá de hacerse activamente presente y en igualdad de condiciones -derechos y deberes- que el hombre, sin descartar por “heterodoxa” la posibilidad de ser también aspirante al SOLIO PONTIFICIO. Este, para entonces, feliz y teológicamente, habrá cambiado de nombre y de sobrenombre.

Con respeto, devoción y curiosidad misericordiosa, esta penúltima e indiscreta pregunta: ¿Cuánto le cuesta a la diócesis de Madrid, su nuevo y joven Cardenal José Cobo? ¿Cuánto le sigue costando el Eminentísimo y Reverentísimo Purpurado Cardenal Mons. Don Antonio Rouco Varela?

 

Antonio Aradillas

Religión Digital

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