El 8 de agosto de 2020 fallecía en Brasil Dom Pedro Casaldáliga, obispo de Mato Grosso, una persona de gran talla moral que constituye a mi juicio uno de símbolos más luminosos del cristianismo liberador. En el tercer aniversario de su muerte quiero hacer memoria de su figura profética, mística y poética. Casaldáliga rompió la vieja incompatibilidad entre ser cristiano y ser revolucionario con su apoyo, e incluso presencia, en la mayoría de los procesos revolucionarios de América Latina de las últimas décadas: Cuba, Nicaragua, el Salvador, Frente Zapatista, etc.
Logró hacer la síntesis de lo que suele considerarse irreconciliable: revolución y canción, evangelio y subversión. Así lo confesaba con su proverbial sinceridad poética: “Con un callo por anillo,/ monseñor cortaba arroz./ ¿Monseñor ‘martillo y hoz’? Me llaman./ Me llamarán subversivo./ Y yo les diré: lo soy./ Por mi pueblo en lucha, vivo./ Con mi pueblo en marcha, voy./ Tengo fe de guerrillero/ y amor de revolución./ Y entre Evangelio y canción/ sufro y digo lo que quiero”.
Supo compaginar lo local y lo global dando lugar a la síntesis glocalizadora. Pegado al Mato Grosso, tierra de comunidades negras, indígenas y campesinas sometidas a esclavitud por los fazendieros, fue uno de los obispos más internacionales. Se identificó con las causas de dichas comunidades: de los posseiros, de los mártires, de las mujeres subyugadas, de los indios sacrificados, del diálogo interreligioso, de los afrodescendientes cuyas culturas siguen siendo humilladas. Hizo suyas también las causas de todos los crucificados de la tierra mutando la globalización neoliberal excluyente en globalización desde abajo, desde las víctimas, la alterglobalización inclusiva y liberadora.
Denunció las injusticias generadas por el neoliberalismo, al que incluyó en la nueva lista de pecados, hasta considerarlo el mayor pecado y la gran blasfemia del siglo XXI. Su rechazo del colonialismo le llevó a luchar contra el Imperio, contra el neoimperalismo, más poderoso, más omnímodo y más inicuo que el viejo imperialismo. Su consigna no pudo ser más desestabilizadora del Imperio: “Contra la política opresora de cualquier imperio, la política liberadora del Reino de Dios, que es de los pobres y de todos aquellos y aquellas que tienen hambre y sed de justicia”.
Casaldáliga, el gran amante de la vida de quienes la tenían más amenazada, se vio amenazado de muerte a diario. Pero cuanto más arreciaban las amenazas, más apostaba por la vida, hasta convertir su poesía en la mejor defensa de la vida de la gente que moría antes de tiempo y en el arma incruenta más desmitificadora de la muerte, a quien desafió en el “Romancillo de la muerte”, con aire lorquiano:
“Ronda la muerte, ronda/ la muerte rondera ronda./ Lo dijo Cristo/ antes que Lorca./ Que me rondarás morena,/ vestida de miedo y sombra./ Que te rondaré, morena,/ vestido de espera y gloria./ Frente a la Vida,/ ¿qué es tu victoria?/... ¡Tu nos rondarás,/pero te podremos”. Es la más bella y certera traducción comprometida del desafío de Pablo de Tarso a la muerte, cuando le dice en plan desafiante: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde tu aguijón?” (1Cor15,55).
A la violencia de los poderosos respondió con la no-violencia activa, inseparable de la justicia, en la mejor tradición de los grandes pacifistas de la historia: Buda, Confucio, Sócrates, Jesús de Nazaret, Francisco de Asís, Gandhi, Luther King, Juan XXIII, Helder Cámara, Monseñor Romero, Ellacuría, Chico Mendes, Mariella Franco, Berta Cáceres, los místicos y las místicas de todas las religiones, etc.
Fue espiado tanto por colegas del episcopado latinoamericano como por el Vaticano que le llamó a capítulo siendo el cardenal Ratzinger presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe y papa Juan Pablo II y le amenazó con el cese como obispo. Tal actitud persecutoria, lejos de amedrentarle, le reafirmó en su radicalismo evangélico, pero sin romper ningún puente de comunicación que le permitiera avanzar en el camino hacia Otro Cristianismo Posible.
Creo que la mejor expresión del itinerario vital, existencial, humano y religioso de Pedro Casaldáliga es “teología y praxis de liberación”: la praxis como acto primero; la teología como acto segundo, que dio lugar a una de las tendencias más creativas de la teología de la liberación: la Teopoética de la liberación. En ella el obispo de Mato Grosso logró aunar estética literaria y ética. Pero no en abstracto, sino desde la opción por los condenados de la tierra para contribuir a su liberación, devolverles es su dignidad y rehabilitarlos como seres humanos en el ejercicio pleno de sus derechos, siendo el derecho a una vida digna y verdaderamente eco-humana fraterno-sororal el principal y la fuente de los demás derechos.
La nonagenaria vida de Pedro Casaldáliga tuvo sentido y, quizá más importante, contribuyó a llenar de sentido la vida de aquellas personas, colectivos y pueblos a quienes los poderes coaligados se le negó. Así cobra sentido también su proverbial afirmación: “Mis causas son más importantes que mi vida”.
Para profundizar en las ideas aquí expuestas remito a Juan José Tamayo, Pedro Casaldáliga. Larga caminada con los pobres de la tierra (Herder, Barcelona, 2020).
Juan José Tamayo/teólogo de la liberación
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