fe adulta
Mt 4,12-23
«Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo»
Es razonable pensar que Jesús decidió ir en busca del Bautista porque no se sentía cómodo dentro la religión de su pueblo y buscaba respuestas; que fue en ese entorno donde maduró la idea del Reino y donde se sintió llamado a la misión; que, como tantas veces en su vida, se retiró al desierto para decidir en un ambiente de oración si lanzarse a los caminos de Galilea, o volver a la tranquila existencia en su taller de Nazaret.
Y decidió echarse al camino. Y le seguían multitudes porque se ocupaba de todos, sanaba sus enfermedades y les hablaba de Dios en un lenguaje que todos entendían. En ningún momento envolvió su mensaje con conceptos metafísicos solo al alcance de iniciados, porque sabía que ese lenguaje es totalmente inútil para hablar de Dios, y porque quería que llegase a todos; principalmente a los más humildes.
Sus ojos veían a Dios en todas las cosas y les hablaba de Él tal como lo sentía. Y lo sentía como semilla que germina y da fruto abundante, como levadura que fermenta toda la masa, como paterfamilias capaz de olvidarse de su hacienda por recuperar a su hijo, como sembrador que siembra la Palabra a voleo para que llegue a todos los rincones, como médico que se preocupa por sus enfermos, como luz que se enciende en la oscuridad para que no tropecemos, como sal que da sabor a este mundo insulso, como pan para el camino, como vino que alegra los corazones, como agua que sacia nuestra sed, que nos limpia y nos vivifica…
Es probable que muchos le siguiesen porque curaba enfermedades, pero sin duda también porque les hablaba de Dios y le entendían. El Dios del que les hablaban los letrados fariseos era una carga pesada en su vida, una amenaza, pero el Dios de Jesús era un alivio, un remedio, una esperanza; era precisamente lo que necesitaban.
Pero no solo les hablaba de Dios, sino que les invitaba a sentirse hijos de ese Padre; a ser dignos hijos suyos; a buscar la felicidad donde puede hallarse; compartiendo, perdonando, acogiendo, aprendiendo a sufrir, actuando sin doblez, trabajando por la paz y la justicia, dando de comer al hambriento y de beber al sediento…
Su cátedra eran los montes, las orillas del lago, los descampados… Sus oyentes, de lo más dispar; desde doctores de la Ley que acudían para comprometerle, hasta desarrapados ciegos o cojos, en general impuros, que se acercaban a él porque se sentían necesitados. Lo sorprendente, lo que sin duda marca el estilo de Jesús, es que eran estos últimos los que entendían su mensaje, mientras que los santos los sabios y los importantes de Israel no se enteraron de nada…
Nuestro espíritu ilustrado nos empuja a corregirle el estilo a Jesús; a sustituir su mensaje sencillo, poderoso e interpelante, por teorías tan cultas como estériles. Y somos tan torpes que no comprendemos que esta osadía nos aboca a no entender nada de aquello por lo que dio la vida.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
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