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miércoles, 18 de enero de 2023

religión digital

col pino

 

Sobre Jesucristo se han dicho muchas cosas. Ha sido calificado como un gran revolucionario, algunos lo consideran un anti sistema o, incluso, se le ha llegado a apodar “el primer comunista”. Hay quien apela a estos apellidos diciendo que no son sino interpretaciones interesadas de aquellos que quieren usar de forma partidista para beneficio propio la figura destacada de Jesús de Nazaret, a quien un gran número de seguidores consideran el “Hijo de Dios”. No voy a discutir yo esto, sólo quisiera dar un par de anotaciones:

En primer lugar, creo que Jesús no se dejaría atrapar por estereotipos fáciles o cómodos ni por titulares sensacionalistas de esos que hoy día proliferan y que con suma facilidad aceptamos y, en segundo lugar, como dice el Papa Francisco, no es que los cristianos se parezcan a los comunistas, sino que más bien son los comunistas quienes piensan [en algunos aspectos] como los cristianos. Pero, al fin y al cabo, hemos de reconocer que la revolución que trajo Cristo no fue la que muchos de sus contemporáneos buscaban ni esperaban: ni zelotes ni bandoleros, por ejemplo, se vieron totalmente reflejados en el mensaje revolucionario de caridad que proclamó tanto en palabras como en obras el nazareno.

Ahora bien, una vez dicho esto, quiero dejar claro que lo que, curiosamente, nunca he encontrado una sola alusión a Jesús de Nazaret relacionada —a nivel de pensamiento y ejercicio político— con “las derechas”. Jamás he oído decir a alguien que Jesús fue un fascista, por ejemplo, o un dictador; tampoco un moralista o un neoliberal…, cuestión esta que me lleva a pensar, salvando las distancias y respetando los diferentes espacios que configuran la órbita de lo político y lo religioso, que Jesús de Nazaret estaba próximo en su praxis social y teológico-política con la proclamación liberadora que prometía que el reino de Dios estaba ya cerca, anuncio este ilusionante para los excluidos, enfermos, pobres y estigmatizados de su época; políticas estas, al menos en el terreno teorético, más próximas a las proclamas de izquierda que a las de derecha.

Llegado a este punto, quizá sea conveniente recordar que, en el ámbito político, los términos “izquierda” y “derecha” se originaron en la votación del 28 de agosto de 1789 en la Asamblea Nacional Constituyente de la Revolución francesa, donde se discutía un artículo en el que se establecía el veto absoluto del rey a las leyes aprobadas por la futura Asamblea Legislativa. Los diputados que estaban a favor del mantenimiento del poder absoluto del monarca se situaron a la derecha del presidente de la Asamblea. Los que estaban en contra y defendían que el rey solo tuviera derecho limitado, poniendo por tanto la soberanía nacional por encima de la autoridad real, se situaron a la izquierda del presidente. Curiosamente, los diputados sentados a la derecha eran portavoces de la gran burguesía. En el centro figuraban diputados independientes, carentes de programa político definido y, a la izquierda los diputados que representaban a la pequeña burguesía y al pueblo llano, muy contrarios a la jerarquización entre individuos... Así, el término “izquierda” quedó asociado a las opciones políticas que propugnaban el cambio político y social con miras hacia una mayor igualdad y justicia social, mientras que el término “derecha” quedó asociado a las que se oponían a dichos cambios.

Jesús fue un hombre que se enfrentó especialmente con la jerarquía religiosa establecida en el mundo judío, la cual era a su vez (hasta donde le permitían los romanos) una élite social con privilegios e influencia política. Sus principales conflictos se debieron a la estrecha visión que estos estamentos socio-religiosos mantenían y la poca compasión y empatía que mostraban con los más débiles: los pobres, enfermos y desfavorecidos, a los que consideraban también alejados del aprecio de Dios. Jesús, ante esta hipocresía y falta de misericordia, se posiciona claramente a favor de las víctimas, de los pequeños y débiles denunciando con firmeza la actitud mezquina de los corazones inflexibles e intolerantes.

Las palabras más duras e implacables que Jesús dirigió en vida fueron las que pronunció contra los escribas, sacerdotes y fariseos, a los que llegó a llamar “sepulcros blanqueados”. Todo el acento lo ponían en la conservación y cumplimiento de las tradiciones y costumbres que circulaban en torno al templo y la pureza. Y es que, como solía decir en toda ocasión que se ofreciera el jesuita Toni Catalá, que Dios sea compasivo no interesa a todo el mundo, interesa más un Dios que castiga a los malos y premia a los buenos, un Dios que hace categorías y clases… No es así extraño que el gesto más radical y llamativo de Jesús justamente lo llevara a cabo en el Templo de Jerusalén. Todos recordaremos aquel episodio en el que Jesús expulsó a los cambistas del Templo afirmando que habían convertido la casa de su Padre en una cueva de ladrones, desvirtuando, así, el verdadero sentido de culto que este espacio debería tener.

Pero, ¿por qué entonces relacionamos directamente religión, y en concreto el catolicismo cristiano –y no digo a Cristo–, con la derecha y las políticas conservadoras?

Considero que hay dos motivos principales: el primero es la defensa a ultranza que estas ideologías que llamamos de derechas mantienen respecto a las tradiciones, los cultos y una moral adoctrinada-jerarquizada que, en cierto modo, necesita a Dios como garante de la armonía y supervivencia de la estructura jerárquica-vertical deseada. A esto habría que sumarle, en concreto en nuestro país, la idiosincrasia y los ecos del caso español: una Iglesia oficialista que se plegaba a las directrices políticas de la dictadura y un gobierno estrechamente vinculado al conservadorismo católico para que todo fuese –perdonen la expresión– “como Dios manda”, lo que pretendía el nacional-catolicismo de la época, cuya herencia y coletazos siguen influyendo en las políticas actuales ultraconservadoras y suscitando en la izquierda política un reflejo automático y visceral contra todo lo que posee un intenso olor a añejo.

Es llamativo observar cómo las políticas neofascistas sin escrúpulos y los fundamentalismos religiosos se alían con el cristianismo más conservador en el discurso del odio y la crispación social, y no menos curiosa es la coincidencia de personas que agrupan este núcleo duro, todas ellas contrarias a las políticas teológicas-pastorales del Papa Francisco.

Pero, por otro lado, considero que los partidos de izquierda, aquellos que asumen actuaciones sociales más equitativas e igualitarias y propugnan una justicia, no sólo a nivel local sino universal, y un respeto por las diferencias, no están sabiendo evolucionar suficientemente a nivel doctrinal ni político al no contemplar ni integrar algunos retos que la praxis cristiana viene trabajando desde hace mucho tiempo y, en algunos aspectos, desde siempre. Existen claros puntos de convergencia: la lucha por la justicia y promoción social en países y continentes pobres, el respeto y reconocimiento de la condición jurídica de los territorios y autoridades indígenas, la acción en la acogida y acompañamiento a las personas vulnerables y excluidas, entre otros....

Hay que reconocer que donde no llegan los gobiernos llega Cáritas; o qué decir de la crítica valiente que hace Francisco a la falta de escrúpulos que tienen algunos países (¿desarrollados?) y empresas transnacionales al sangrar a los más débiles del planeta sin importarles los millones de pobres que sus objetivos particulares producen a su paso como maquinaria del descarte… o, cómo no, la lucha por una ecología integral y el desarrollo sostenible que plantea Bergoglio (el “Papa verde”) en sus documentos e intervenciones públicas.

Francisco: "Necesitamos lugares donde se pueda experimentar la fraternidad" Vatican Media

Hoy por hoy Francisco, el máximo representante del catolicismo, es reconocido como el personaje público de mayor credibilidad mundial. Sus declaraciones y documentos ecológicos, económicos y teológico-políticos no están siendo, repito, suficientemente aprovechados; considero que no se está sabiendo seguir la huella de su pisada, seguramente por su carácter de representante católico… Lástima, porque su huella deja un rastro muy humano y solidario que siembra esperanza en tiempos de aturdimiento y confusión pre y pos pandémicos. Quizá por ello Gianni Vattimo propone que sea Francisco quien lidere y reconstituya el nuevo orden mundial, recogiendo y convergiendo las fuerzas débiles de la izquierda para reconducir este mundo roto hacia la casa común que muchos esperamos construir. Sólo así será posible que quienes andan al margen de las estructuras sociales y económicas sean incluidos y cuenten en espíritu y en verdad.

Difícilmente se puede realizar esto sin “hacer lío”, pero ¿qué mayor “lío” que proponer un proyecto de ciudadanía global que se consolide de abajo arriba y donde nadie quede tirado en la cuneta, una comunidad de reunidos que sepan sumar e integrar diferentes sensibilidades al proyecto plural revolucionario de la solidaridad y la inclusión? Como afirma Gianni Vattimo, el cristianismo no debe pretender ser una metafísica natural con pretensiones de verdad, como un conjunto de enunciados verdaderos (por los que quizá histórica y contextualmente muchos no entren, o incluso más adelante pudieran correr el riesgo de ser desmitificados o refutados) sino más bien una ética de la caridad universal que se ofrece, “un amor que se identifica, en el mensaje del evangelio, con los vulnerables: la viuda, el extranjero pobre, la mujer que sufre, los parias de la tierra”.

A pesar de que últimamente hay una mayor apertura y simpatía fuera del terreno religioso hacia la figura del Papa, de la que tiene mucha culpa Francisco, es muy probable que estas palabras mías no gusten demasiado a algunos de mis colegas del ámbito filosófico, pues las pueden considerar una apología del cristianismo o una intromisión creyente en la filosofía política, para muchos un reino este excluido para las religiones y creencias.

Me duele observar cómo las ideologías que encarnan los partidos de izquierda convierten el acoso y derribo a la Iglesia (o a todo lo que huela a religión) en uno de sus objetivos primordiales…, como si el único o principal problema se originase en este espacio, dilapidando energías en esta tarea y, sobre todo, desperdiciando aspectos fundamentales de la praxis cristiana que aportan argumentos recios y convergentes respecto a la justicia social, la dimensión ecológica o económica, entre otras, y olvidando, en última instancia, que países constituidos oficialmente como ateos han demostrado que no han sido una alternativa ni posible ni creíble a la hora de extirpar el mal endémico del hombre.

A esto habría que añadir que en España se tiene mala memoria. Por un lado, se tiene un concepto de Iglesia preconciliar que, en general, no corresponde con la realidad de hoy, tan sólo refleja una pequeña parte, eso sí, muy ruidosa y, por otro, olvidamos que algunos sindicatos y movimientos sociales tienen su origen, curiosamente, en la lucha que los militantes de las hermandades cristianas desarrollaron en la reconstrucción del mundo obrero español. Otra cuestión diferente sería matizar aquellas situaciones donde la historia, la tradición o el contexto han hecho prevalecer o han favorecido a la institución eclesial. Estas deben ser revisadas y cuestionadas, ya que se gobierna para todos: para creyentes (de diversas religiones) y para no creyentes (con diversas sensibilidades).

No podemos ignorar que esta incómoda situación hace que muchos que se consideran creyentes cristianos, se replieguen ₋como si de un búnker o escudo se tratase₋ en aquellos partidos que explicitan su voz a favor del ámbito religioso o eclesial o, al menos, no lo atacan. Lástima, porque existen muchísimos creyentes y comunidades cristianas que mantienen una mayor aproximación a la izquierda que a la derecha en su interpretación y traducción cristiana socio-política. Y la tienen porque toda teología es política y, en este caso, su motor, su matriz y su incansable lucha parte del corazón de los evangelios a propuesta de Jesús de Nazaret. Sólo hay que mirar los evangelios para darse cuenta de la traducción socio-comunitaria de inclusión que la oferta cristiana genera. Se trata simplemente de activos ciudadanos que tienen fe en Jesús; ¿y cuál es el plan? ¿Exterminar la religión…, diluir a la Iglesia? Bajo mi opinión, este es uno de los errores que está cometiendo una amplia parte de la izquierda: hablar de pluralidad, integración, tolerancia y arremeter –bajo una ideología trasnochada del XIX– contra gran parte de su base activa. ¿Eugenesia política? No podemos ignorar, aunque sólo sea como una medida estratégica sagaz, que lo que no suma, resta.

Como anécdota quisiera contar que hace no mucho en una clase me preguntaron de qué partido político sería hoy Jesucristo (digamos que a qué partido Jesús votaría en unas elecciones…, se entiende que en España). Me quedé un poco sobrecogido pensando para mis adentros qué podía responder ante tal incisiva y compleja pregunta. Mi reacción fue devolverle la pregunta al alumno (y a la clase). La respuesta general a esta pregunta fue “Vox”. Así pues, me armé de valor y pregunté por qué Vox. A lo que me respondieron algunos alumnos que era el único partido que defiende a la Iglesia. Creí entender lo que querían expresar y, a pesar de mi respeto a las diferentes sensibilidades políticas y religiosas, volví a hacerles una nueva pregunta: ¿pensáis, entonces, que este partido sigue, por ejemplo, las líneas estratégicas del Papa Francisco acerca de la acogida incondicional a los refugiados e inmigrantes, y la búsqueda de una Iglesia menos preocupada por la doctrina y sus privilegios y más orientada a la evangelización, la caridad fraterna y el diálogo e integración interreligioso e intercultural? El silencio se hizo en la clase… pero ¿acaso podía afirmar yo que Jesús votaría a la izquierda, a uno de esos partidos que arremeten públicamente y por sistema contra la institución religiosa y sus creencias? Este es el problema: una derecha que no acompaña las líneas estratégicas del Concilio Vaticano II, por no hablar de los planteamientos evangélicos y eco-fraternales de Francisco, y una izquierda que lucha contra la supervivencia de la propia Iglesia y la educación religiosa en general.

Mucho estamos hablando en este artículo de izquierda y derecha, pero no está mal recordar que hoy día decir “izquierda” y “derecha” es cuestión de matices, no banales, pero matices, porque es el sistema neoliberal capitalista quien engulle las diferencias y paraliza las posibles réplicas transformadoras. Ya nos lo advertía Marcuse, el sistema capitalista se reinventa continuamente para sobrevivir y anula nuestro sentir crítico a base de migajas de felicidad que nos proporciona la cosificante e insaciable maquinaria productiva de la sociedad de consumo. Eso sí, quizá podamos advertir que uno de estos rasgos que diferencian la izquierda de la derecha sea cómo se enfrenta cada una al Todopoderoso Sistema, el Dios de los últimos siglos. Mientras la derecha apoya y ayuda para que la economía de mercado dirija las políticas, la izquierda procura, si acaso, frenar, resistir y debilitar, al menos un poco, este imparable tsunami procurando que sea la política la que dirija la economía y no al revés.

Una cuestión que puede ilustrar este asunto es ver cómo ya en noviembre y, especialmente, en diciembre del terrible año 2020 un gran número de políticos mostraban su análisis sobre la Pandemia bajo un discurso económico que llevaba como eslogan “Hay que salvar la Navidad” (entendiendo aquí “Navidad” como un claro espacio comercial y económico de mercado). Curiosamente, en la época de Jesús, los pobres, enfermos y pecadores, aquellos que eran considerados castigados por Dios, comprendieron, no que había que salvar la tradición y la religiosidad, la misma que a ellos estigmatizaba (aquí vuelve a nosotros la escena de Jesús en el templo de Jerusalén expulsando a los vendedores y cambistas), sino que fue la presencia de Jesús, un Dios encarnado y débil (la Navidad) quien devolvió la esperanza y salvó a esta pobre gente dándoles una verdadera buena noticia.

Es el mensaje de Jesús, cuidadosamente interpretado desde abajo, quien libera a los hombres de la losa del cumplimiento y la alienación rigurosa e inflexible, ofreciendo al mundo un rostro más fraternal y humano, o como afirma Leonardo Boff en uno de sus títulos más conocidos, un rostro materno de Dios, pues “la revolución de Jesús consistió fundamentalmente en haber superado la ética de la norma con la ética de la responsabilidad y del amor que se expresa en el reconocimiento de la persona y en la búsqueda de relaciones fraternales (…)”. No es que haya que salvar la Navidad, sino que la Navidad es la que nos salva. No es que la economía tenga que dirigir las políticas sino que las políticas, las buenas políticas solidarias, humanas e inclusivas deben conducir la economía… para beneficio de todos y no de unos pocos.

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