RELIGIÓN DIGITAL
Con frecuencia escuchamos en los medios de comunicación a personas que reivindican su filiación, no reconocida, de gente importante. En el fondo quieren llamarse a formar parte de la herencia del susodicho que presumen alta y no les importa el reconocimiento público de sus madres como casquivanas, una palabra que aunque caída en el olvido todos sabemos lo que significa. Hoy han disminuido los pretendientes con el descubrimiento del ADN que coteja los datos y descarta los que no coincidan.
Los casos más famosos que yo viví en mi infancia fueron los del hijo de Luis XVI, Luis Carlos de Borbón que fue encarcelado en el Temple durante la Revolución Francesa en 1792 y donde murió con 9 años. Corrieron rumores de que no había fallecido y aparecieron, aquí y allí, sucesivos pretendientes que fueron desenmascarados porque un oficial Dumont, con motivo de la autopsia del niño, se había llevado el corazón que guardó en alcohol, líquido que cambiaba a menudo, hasta que quedó totalmente disecado. En el año 2001 su descendiente, Edouard Dumont, lo puso a disposición del gobierno francés y dos laboratorios distintos comprobaron que el mechón de pelo que guardaba María Antonieta de su hijo y el corazón, pertenecían a la misma persona.
La otra historia corresponde a Anastasia, la hija pequeña del zar Nicolás II de Rusia, ejecutado junto a su familia en Ekaterimburgo en 1918, ya que una leyenda aseguraba que se había hecho la muerta y un soldado por piedad la había rescatado. Aparecieron muchas impostoras; la más famosa fue Anna Anderson que daba entrevistas y contaba historias inverosímiles hasta que su ADN se cotejó con el del príncipe Felipe de Edimburgo, demostrando que nada tenía que ver con la familia imperial.
Estas historias me han hecho pensar en el ADN de los seguidores de Jesucristo ya que me parece que se han interpuesto en la historia del cristianismo muchos componentes que no se corresponden con lo que predicó el Maestro. Se privilegió la anulación de la conciencia primando a la ortodoxia que impone la obediencia a unos dogmas que pueden haber quedado obsoletos, frente a la ortopraxis cuyo meollo es la misericordia que nunca condena, sino que trata de ayudar al desfavorecido o al que yerra. La Iglesia insiste en defender causas que pudieron ser válidas en otro momento pero que hoy a los cristianos nos hacen aparecer como personas de otro tiempo. La liturgia, preciosa en sus formas, se ha esclerotizado y emplea términos y símbolos que el pueblo no entiende y en la que no se le permite participar. Un recorrido muy distinto al de la religión popular que, a pesar de todos sus pesares, mantiene vivo el deseo de encuentro con la trascendencia.
Hay que volver a los inicios cuando el ADN de los cristianos salía a relucir en la medida que sus contemporáneos veían cómo se amaban, que celebraban en los hogares las liturgias donde todos podían participar, incluso las mujeres. No es casualidad que Cáritas, el brazo caritativo de la Iglesia tenga actualmente más prestigio que la institución que la creó. Mi consejo es que nos convirtamos todos los cristianos en miembros de Cáritas, aunque no sea oficialmente, para recuperar de esa manera el ADN cristiano que irá en beneficio nuestro y en el de nuestros contemporáneos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario