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viernes, 9 de diciembre de 2022

LA PRIMACÍA DEL PRINCIPIO ÉTICO Domingo III de Adviento 11 de diciembre Mt 11, 2-11

col lozano art

 

fe adulta

“¿Eres tú el que ha de venir…?”. O cómo saber si un “camino espiritual” es acertado.

Todas las religiones han conocido el peligro de la absolutización. Con facilidad olvidan que son solo un camino y caen en la tentación de considerarse la meta (el absoluto), identificando su mensaje con “la verdad” y arrogándose la pretensión de dictar las normas adecuadas que todos deberían cumplir. En una palabra, colocan el “principio religioso” por encima del “principio ético”.

En el evangelio de Marcos (3,1-6) encontramos la descripción de esa trampa, que explica también el creciente conflicto entre Jesús y los representantes oficiales de la religión judía. Un sábado, en la sinagoga, los fariseos están al acecho para ver si Jesús cura a un enfermo, violando la ley. Y cuando eso ocurre, se confabulan con los herodianos para matarlo.

Los fariseos otorgan la primacía al “principio religioso”: lo que hay que salvar siempre, por encima de cualquier otra consideración, es la ley religiosa. Frente a esta exigencia, ayudar o sanar a un hombre enfermo carece de importancia. Impera el legalismo religioso.

Por el contrario, Jesús relativiza ese principio religioso para dar la primacía al “principio ético”. Consciente de la trampa religiosa y “apenado por la dureza de sus corazones”, plantea esta cuestión: “¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o destruirla?”. Y es en esa clave desde donde proclama uno de sus principios más subversivos: “El sábado [la ley, la norma, la religión…] ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado”.

Pero no es esa la única ocasión en que Jesús se manifiesta de ese modo. De hecho, la primacía del “principio ético” -no está la religión por encima de la ética, sino la ética por encima de la religión- recorre absolutamente todo el evangelio. Recordaré simplemente tres escenas.

Frente a quienes podían presumir de ser seguidores suyos (“Profetizamos en tu nombre, en tu nombre expulsamos demonios, en tu nombre hicimos muchos milagros”), Jesús es tajante: “No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7,21).

En el camino de Jerusalén a Jericó, quienes se encuentran con Dios no son el sacerdote ni el levita -fieles cumplidores de la ley religiosa-, sino el samaritano “hereje” que jamás pisaría el Templo. Y dirigiéndose al doctor de la ley que le había planteado la cuestión sobre qué hacer, Jesús, tras narrar esa parábola, le contesta tajante: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,25-37).

En la parábola conocida como “juicio de las naciones”, el criterio decisivo -lo que se pregunta a las personas- no es en qué han creído ni qué religión han tenido, sino qué han hecho en favor de los demás: “Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer…” (Mt 25,31-46).

En todos estos casos, se pone de manifiesto lo que constituyó probablemente uno de los rasgos más característicos y a la vez más provocativos de Jesús, el que terminó provocando su ejecución: afirmar que existe un camino para encontrarse con Dios que no pasa por el templo ni por la religión. El camino de la autorrealización o plenitud de vida se verifica en la acción a favor de los demás.

¿Qué prima en mi vida: el principio religioso o el principio ético?

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