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Tal vez ni el propio Francisco pensó que lo del Sínodo iba a traer tanta cola como está teniendo. Desde distintos lados, con posiciones distintas -frecuentemente contradictorias- está habiendo posicionamientos sobre los distintos temas que más se airean. Últimamente hemos leído las declaraciones del Cardenal Rouco (¿Se aguantará su par limeño, también emérito, el cardenal Cipriani? ¿O es que le pusieron un esparadrapo en la boca al aceptar su renuncia?).
Por otro lado, no cabe duda que las aguas se han movido mucho en países como Alemania donde, sobre todo los laicos, claramente no están dispuestos a que “se vacíen los templos y se borren los creyentes” por la imagen de una iglesia encorsetada y mirando siempre hacia dentro. Tampoco parecen estar dispuestos a seguir siendo sumisos, sin más. No ha sido solo ruido lo del “Sínodo alemán”, no.
Por supuesto que lo más importante no son los porcentajes de los que van de acuerdo o en desacuerdo con el planteamiento de Francisco, con incidir en determinados temas (como el celibato sacerdotal, el rol de la mujer en la iglesia o los sacerdotes casados)… ni siquiera con la formulación de los mismos.
Lo más importante es que en la Iglesia se hable ya con cierta libertad de todos estos temas, que se rompan los tabúes y que el camino sinodal haya echado a andar desde la práctica, no solo en teoría. Importante que se discutan o debatan ciertos temas, sí, y más importante, que se vayan dando pasos si es que queremos, entre todos, ir haciendo esa “Iglesia otra” (¡no “otra iglesia”, que nadie habla de salirse!), en la que nos sintamos más a gusto y cristianos más adultos todos.
De eso se trata. Y, afortunadamente, esta vez los aires soplan desde Roma, en la persona del papa Francisco, que ha querido volvamos a Aparecida y al Vaticano II (en el fondo al evangelio, creo). No por casualidad sufre ataques tan directos y desde dentro, no. Desde el comienzo de esta andadura la reacción fue fuerte y se han utilizado maneras insospechadas en los que siempre defendieron la obediencia al papa y a la jerarquía.
Digámoslo claro: El Vaticano II nos dejó dos intuiciones geniales en sus dos Constituciones sobre la Iglesia. En la Lumen Gentium se nos dijo que primera y principalmente la Iglesia es pueblo de Dios, todos discípulos misioneros (en lenguaje de Aparecida) y en la Gaudium et Spes, que la Iglesia no es fin en sí misma, que está al servicio del Reino. En otras palabras, que lo que importa es una sociedad mejor, un mundo mejor, no una iglesia mejor (aunque, de rebote, la tendremos). El objetivo, el fin es claro.
Ni lo uno ni lo otro han querido aceptar esos sectores de Iglesia que le hacen la guerra a Francisco. Como si él se lo estuviera inventando, como si Aparecida o el Vaticano II lo hubieran inventado. No, está clarito en los evangelios. Ya nos lo dijo el Papa a todos en el 2013, en la Evangelii Guadium: hay que volver a la frescura original del Evangelio (EG 11). Y nos advirtió que la EG era programática, para largo.
Como dice Mío Cid (aunque normalmente se lo cuelgan a D. Quijote) mayores cosas veredes. Pero nos gustaría que fueran cosas mejores. Eso esperamos de este camino sinodal que abogamos porque no tenga marcha atrás.
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