FE ADULTA
El Evangelio de este tercer domingo de Adviento nos recuerda que la esperanza no está exenta de preguntas ni incertidumbre, sino que se apoya también en signos. Pero estos no tienen nada que ver con los niveles de productividad, el cálculo estadístico, ni la previsión de resultados eficaces o pragmáticos, sino con la desmesura de Amor que se encarna y se compromete en hacer histórica la liberación de los y las descartables.
La lectura de Isaías que antecede al Evangelio de este domingo recoge también esta idea: Dios viene en persona y nos salva. Se aprojima. la esperanza del Adviento es inseparable de esta aprojimación. Orígenes se refiere a ello con el termino synkatábasis. Con esta categoría expresa que Dios en Jesús se familiariza con la humanidad: se aprojima. En consecuencia, también nosotros nos familiarizamos con Dios y comulgamos con Él en la medida en que vivimos dejándonos afectar y comulgando con las vidas de los y las más vulneradas. De manera que la plenitud de lo humano no acontece nunca en la negación, la indiferencia del otro/a, o el olvido de la interdependencia y la relación, sino en el cuidado y el encuentro con la alteridad y la diversidad que nos constituye.
Esa es la Buena nueva del Evangelio y quizás la novedad de cristianismo frente a otras religiones. Los signos del Reino no remiten a actitudes abstractas o meramente intencionales, sino a la liberación del sufrimiento y la humanización de la vida. No conocen tampoco las fronteras entre lo sagrado y lo profano, sino que acontecen en escenarios donde lo humano y la casa común está más amenazados, porque la profecía del Evangelio encuentra un humus más adecuado en las periferias y sus riesgos que en la seguridad de las zonas de confort.
Traduciéndolo a nuestra vida cotidiana y a nuestro contexto mundial de crisis civilizatoria y eco-social esto significa que allá donde se antepone el cuidado de la vida y su sostenibilidad, en lugar del dinero, el consumo y el lucro; allá donde se genera cultura del encuentro y lo comunitario frente al cada uno a lo suyo; allá donde se practica la hospitalidad y se ensancha la mesa del compartir los bienes; allá donde se enfrenta la injusticia y la violencia que nos quiebra como seres humanos, allá se nos revelan los signos del reino y el Evangelio se hace seminalmente presente.
El Evangelio de este domingo nos invita preguntarnos hoy por el nivel de nuestra sensibilidad para captar hoy estos signos, y comprometernos con su cuidado y aliento. La esperanza del Adviento no es una esperanza cómoda, sino inquietante, cargada de preguntas, como las de Juan Bautista a Jesús y las de Jesús a sus interlocutores. Abrámonos con profundidad a ellas y quizás desde ahí, podamos experimentar, como diría la gran mística y activista cristiana Dorothy Day, que el Evangelio es verdad, el Evangelio es ahora.
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