fe adulta
Parece que el texto que antecede no solo no habría salido de los labios de Jesús, sino que se trataría de un vaticinio ex eventu. Es decir, habría sido escrito después de que aquellas primeras comunidades hubieran experimentado la división en sus propias familias, como consecuencia de la adhesión al nuevo movimiento religioso. Para cuando se escriben esas frases, lo descrito en ellas en forma de profecía para el futuro, ya había sucedido: de la misma manera que los seguidores de Jesús empezaron a ser excomulgados de la sinagoga, sintieron igualmente el rechazo por parte de aquellos miembros de la propia familia que se situaban en una posición contraria.
Ambas reacciones son frecuentes en la historia de los grupos humanos: quienes adoptan un camino nuevo suelen alejarse de los demás, en una actitud con ciertos tintes sectarios; por el otro lado, quienes se oponen a las innovaciones tienden a juzgar, descalificar y condenar a los primeros.
Más allá de la anécdota, es inevitable que en todo grupo humano existan tensiones, consecuencia de ser diferentes. La tensión estimula y enriquece cuando es bien vivida. Por el contrario, cuando no se asume ni gestiona de manera adecuada, se convierte en conflicto y enfrentamiento.
Mientras, en el primer caso, la diferencia es vivida como factor de enriquecimiento, en el segundo se absolutiza en ella misma, olvidando cualquier otra referencia.
Todo ello invita, desde mi perspectiva, a cuestionarnos en qué tipo de consciencia nos vivimos. Si nos movemos en una consciencia de separatividad, las diferencias se absolutizan y desembocan en conflicto tan irremediable como doloroso y estéril. Si estamos anclados en la consciencia de unidad, comprendemos que, aun siendo diferentes, somos lo mismo. Y es esta comprensión la que nos permite reconocer, permitir, aceptar y gestionar las tensiones sin fomentar la división o separación excluyente.
¿Cómo vivo las inevitables tensiones? ¿Desde qué tipo de consciencia?
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