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miércoles, 31 de agosto de 2022

OBISPOS MUY RICOS


col aradillas

 religión digital

Es posible que la aseveración y conformación de que los obispos -nuestros obispos- son ricos -muy ricos-, a no pocos seglares -ellos y ellas- les parezca una apreciación infeliz y exagerada, propia de tiempos extintos anticlericales, enemigos de la Religión, con inclusión de la que incluye los nombres de Jesús, la Virgen, santos y santas.

Esto no obstante, y efectuados estudios y encuestas de carácter abiertamente científico, los resultados de que multitud de personas están convenidas de que los obispos, por obispos, son ricos, es de dominio público y hasta de “sentido común,” aún después de que el Concilio Vaticano II y posteriores denuncias y revelaciones del papa Francisco las avalen. Este, el papa “franciscano”, no se ahorra la condena de los ricos – y más de los obispos- , con las debidas exigencias penitenciales del propósito de enmienda y reparación, dentro de lo posible y de lo que cabe.

Es de destacar cuanto antes que la expresión “rico-riqueza” (de origen etimológico germánico), incluye no solo los conceptos gramaticales de “acaudalado, abundancia de bienes y recursos económicos”, sino además y en proporciones idénticas, los de “poder, autoridad, mando, dominio, señorío e influencia”.

Desde perspectivas tan complejas, pero todas ellas significativas y reales, en las que lo divino se entremezcla episcopal y semi dogmáticamente con lo humano, tanto en esta vida como en la otra, no cabe la mínima posibilidad de cuestionar, ni rechazar, que la condición de obispos habrá de llevar consigo la condición y calificación de “ricos” para todos los que fueran nombrados- que no elegidos-, para tal menester-ministerio en la Iglesia, y todavía en gran parte y proyección en la sociedad en la que vivimos.

Es lo que hay y, por lo visto, lo que quieren los Nuncios que haya, pese a denodados esfuerzos del papa Francisco por encontrar y seguir caminos que también presupongan elementos sagradamente democráticos.

Del colectivo de sacerdotes “episcopables”, tanto del clero diocesano como del regular, que no sean proclives a ejercer de ricos en su día, ya desde el primer momento de su “toma de posesión de la catedral”, puede asegurarse que seguirán pernoctando en la terna vaticana curial casi a perpetuidad. Difícilmente serán seleccionados.

Tampoco lo serán quienes tengan vocación de mártires por su testimonio de vida y consagración al evangelio, en cuyos versículos más decisivos y veraces, los pobres, y solamente los pobres, tienen asegurada su sede, es decir, su rinconcito. Mons. Romero es modelo y patrono. También lo son aquellos obispos quienes, al comprobar que tenían que ser y ejercer de ricos, optaron por dimitir cuanto antes y refugiarse en la Amazonía y sus alrededores, o ser y ejercer de capellanes de monjas de clausura, tal y como refieren las crónicas en relación con la “vida y milagros” de un par de obispos españoles actuales.

Saber de buena tinta y comprobar con los propios ojos, que ciertos “episcopables” tomarán y vivirán en serio el evangelio siendo obispos, no facilitará su acceso a la mitra y ni siquiera a la ex “primada”. La misma CEE -Conferencia Episcopal Española- relegará a algunos de estos “pobres” a acólitos o auxiliares a Comisiones de tercer orden y “por los siglos de los siglos”.

Obispos pobres, y lisa y llanamente preocupados y ocupados en el santo Evangelio, dejando ahora y aquí de lado, lo de “Sucesores de los Apóstoles”, carecen de presente y de futuro en la Iglesia, y más en la española. Los obispos “pobres” molestan, crean problemas, estorban y hasta son tildados de “infieles”, aunque el papa Francisco se muestre tan empeñado en reeducar a la Iglesia “oficial” con criterios y pedagogía sinodales, avalados con los sacrificios que le proporcionan su rodilla y las limitaciones de la edad, aun cuando no lo parezca, y sepa ocultarlo.

Los obispos son ricos. Riquísimos. Las catedrales -inmatriculadas o no-, son de la Iglesia. Es decir, propiedad del obispo. En ellas fueron, y serán, enterrados, sin ahorrarse los futuros turistas las visitas y la admiración de los mausoleos de algunos, verdaderas obras de arte, que compiten en majestuosidad y asombro con los de los reyes, emperadores y señores feudales, todos, y por igual, a la espera de la resurrección de los muertos y del perdón de sus pecados.

Son fieles exponentes de la riqueza que define a los obispos los palacios en los que residen, avecindados todos ellos en las calles llamadas “del Obispo”, algunas de tan nobles casas palaciegas, directamente comunicadas con los templos catedralicios mediante arcos suntuosos, de una sola dirección y sin posibilidad de uso para el resto del pueblo, que no por eso deja de ser “pueblo de Dios”, sino todo lo contrario. Los obispos creen ser ricos por poder relacionarse solo y directamente con Dios, siempre y en última e inapelable instancia.

El argumento frondoso de que, a lo que más llegan los obispos es a ser administradores de los bienes de la Iglesia, pero no ricos, no tiene validez, si se piensa que los terrenales no son eternos y no les acompañarán a sus poseedores “por los siglos de los siglos”, aun equipados con los documentos legales de su pertenencia.

¡Papa Francisco, facilite caminos de “episcopalidad” a obispos que sean y ejerzan de pobres! Los obispos ricos, tal y como refieren con datos y pruebas las historias de los episcopologios, son quienes nos legaron la Iglesia que tenemos, y que usted, con el santo Evangelio y sinodalmente, pretende reformar lo antes posible.

 

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