FE ADULTA
Me ha llamado la atención la referencia expresa del Papa a san José en las puertas del Adviento, señalándole como apoyo y guía en los momentos de dificultad; una referencia especial para las personas que sienten el abandono que viene de la soledad. María por su fiat y su maternidad suele ser la protagonista del Adviento que antecede a la Encarnación navideña. Pero en esta ocasión, Francisco ha querido señalar el modelo de José, alguien que pasa inadvertido en su día a día cotidiano, discreto y escondido, para recordar al mismo tiempo el protagonismo oculto pero imprescindible en la historia cotidiana de todos aquellos que están aparentemente escondidos o en “segunda fila”.
Francisco resalta el valor de todas esas personas que no son las veletas que brillan en lo alto, sino vigas que sostienen el edificio en el sótano, y que tejen lo esencial de la existencia. Personas aparentemente corrientes, madres, maestros, abuelos, amigos… que están ahí ayudando a madurar, a veces sin el reconocimiento a su actitud impagable. Es el caso también del propio Jesús en Nazaret, durante la mayor parte de su vida. El Papa le pone ahora a san José como el referente de todas las personas aparentemente escondidas o en “segunda línea”, pero con un protagonismo sin igual en la historia de la Buena Noticia. El mundo necesita a estos hombres y mujeres de discreta y humilde presencia para sostener a los demás, sobre todo a los que carecen de los necesarios recursos y vínculos humanos.
José estuvo dispuesto a no repudiar a María y quedar mal él marchándose de Nazaret con tal de salvar la reputación de su desposada, con todo lo que eso podía suponer en una sociedad tan cerrada como aquella. Tuvo que luchar contra su perplejidad que no entiende el misterio que encierra lo que María le ha confiado; porque de primeras, no tuvo esa revelación directa que sí tuvo ella para conocer de primera mano el papel que Dios le tiene reservado: ser el padre legal del niño a lo que José se entrega sin reservas, pero con las dificultades y sinsabores lógicas de tanto “qué dirán” y las murmuraciones en un pueblo pequeño como Nazaret donde uno está en boca de todos cuando algo se sale de lo convencional y rutinario.
Su actitud de hombre “de segunda fila” entraña una humildad y una confianza tan llena de generosidad como de incomprensión. También fue grande el fiat de José. Se abandona en el misterio de Dios que suponía una nueva posición tanto en su parentela como entre sus vecinos, ciertamente incómoda, asumiendo su misión con plena disponibilidad y fe adulta que acepta los planes de Dios sin exigir comprenderlos como los cristianos hacemos, tantas veces, racionalizando nuestra fe a cada instante. Su puesto, a partir de entonces, es “de segunda fila”, cuidando amorosamente de su familia y renunciando a todo protagonismo de relumbrón. Ni siquiera La Biblia registra ni una cita o palabra dicha por San José.
El tiempo del Adviento nos pone en sintonía con san José y la realidad atónita de aquellos momentos tan desconcertantes. Y ahí podemos reconocernos todos. ¿Quién no ha experimentado en su interior la insatisfacción llena de resistencias ante los cambios que tumban lo planificado con toda la ilusión del mundo? El cambio de planes y las dudas que lo acompañan nos alteran, nos divide por dentro, ante la decisión en libertad que la vida espera de nosotros, por ejemplo ante la necesidad súbita de una persona cercana. Y es en la respuesta confiada donde aparece el camino que nos hace crecer de verdad como personas.
San José es conocido como el santo del Adviento, porque en este tiempo nos enseña con su vida la actitud de la espera y de la confianza total en Dios que siempre cumple sus promesas, aunque a veces no coincidan con nuestros planes. Con san José podemos aprender de su fe y su humildad a doblegar el ego; de su valentía en su aceptación y disponibilidad; de su falta de ostentación ni vanagloria, actitudes que a buen seguro acabaron procurándole verdadera paz interior.
Su amor cotidiano en medio del misterio de Jesús nos desvela machaconamente que al menos los planes de Dios son siempre más grandes que los propios. Y desconcertantes, por mucha experiencia que tengamos de Dios en nuestra vida. Laus Deo.
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