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jueves, 18 de marzo de 2021

FRANCISCO O LA REVOLUCIÓN DE LA AUTENTICIDAD

RELIGIÓN DIGITAL

col caram

 

Cumplimos ocho años de revolución iniciada por un Papa venido del fin del mundo, cuya única aspiración fue, desde el minuto cero, “ser un Papa -un servidor-sencillamente cristiano”. Y esa sencillez y opción por el Evangelio, cogió con el pie cambiado a los amigos del poder, a aquellos que como los hijos del Zebedeo o su madre, buscaban estar a la derecha y a la izquierda del poder.

Un Papa jesuita, que enamoró a los limpios de corazón y rescató del abismo a los que viviendo el mensaje de Jesús, la “Santa Madre Iglesia” les hacía sentir fuera de su comunión, porque había demasiados porteros, martillos de herejes que controlaban y sometían a hombres y mujeres que tomaban partido por los últimos, los marginados, por aquellos más débiles o ignorados por los imperialistas que desde hace años pugnaban por sentarse en la cátedra de Pedro.

Y este Papa cristiano, seguidor de Jesús, argentino, venido del tercer mundo, que llevaba en su corazón la compasión evangélica y que quería vivir la pasión compartida del Profeta de Nazareth, del amigo de los pobres, del cantor de las bienaventuranzas, reabrió las ventanas y las puertas de la Iglesia para que el aire -que ya estaba muy contaminado- se renovara y para que el Espíritu Santo, con su fuerza transformadora devolviera credibilidad a la Iglesia nacida de la Pascua.

Dicen que inició la revolución de la ternura, tal vez porque no “pontificaba” ni se sentía poseedor de la autoridad para condenar a nadie, antes bien, recordaba a aquel servidor del Rey que había organizado el banquete de su hijo y que por imperativo de su Señor, salió a los caminos a suplicar a los invitados que fueran a la fiesta porque todo estaba preparado. Le oímos hablar de una Iglesia “en salida” porque Él mismo salió a los caminos al encuentro de todos los que buscan. Y desde el primer instante de su servicio petrino, se negó a ocupar el lugar del rey renunciando a la tiara pontificia al salir por el balcón a suplicar a los fieles que rezaran por Él.

Pidió abandonar los palacios, a nos ser llamados príncipes y a no buscar privilegios. Contagió la pasión por el Evangelio de Jesús y pronto fascinó al mundo su fe. Si, su fe. Teníamos un Papa que transpiraba Evangelio y que se parecía mucho a Jesús.

Sabía que la Iglesia había perdido credibilidad y que esa “culpa” ganada a pulso de infidelidades había puesto contra las cuerdas a Benedicto, que agotado sintió que no podía más y renunció como un acto de servicio. Y precisamente por ello decidió abordar aquellos frentes por los que sangraba y se desangraba la Iglesia de Jesús.

Dijo tolerancia cero a los abusos de menores y se aplicó a defender a las víctimas. Y cuando se equivocó o le tembló el pulso, pidió disculpas y rectificó. Prueba de ello fue su viaje a Chile y actitud de apoyo y reconocimiento posterior a las víctimas. Su reunión con Juan Carlos Cruz y sus compañeros, el envío de Monseñor Sicluna y Bertomeu a conocer, acompañar, consolar: a dar un poco de luz en medio de un infierno de tanto dolor. Y la tolerancia cero a los abusos de menores, le granjeó enemigos, pero le ayudó limpiar el “amado rostro de Cristo” como llamaba catalina de Siena a la Iglesia.

Y puso luz en las tenebrosas finanzas vaticanas y comenzaron a saltar príncipes que veían amenazado sus espacios de poder revestidos de púrpuras cardenalicias y episcopales. Y éstos, se revelaron, y vimos cómo aquellos que durante años manipulaban y engañaban a los Papas, les arrastraban al error y exigían obediencia ciega al sucesor de Pedro, se revelaron y desde trincheras, cada vez más violentas y visibles, atacaron y atacan sin piedad.

Un Papa que se acercó a los heridos por la santa Madre Iglesia, por la pobreza, el abandono o diversos tipos de dominación e indiferencia, y que salió al encuentro de los abusados, de los colectivos de LGT, de los divorciados, de aquellos que eran señalados y excluidos sin saber cómo vivían y qué anhelos había en sus corazones de creyentes. Salió y a los cuatro vientos dijo que quería una Iglesia pobre al servicio de los pobres, y se arrodilló para lavar los pies a hombres y mujeres de diversas religiones, razas y culturas, a los presos y marginados. Y esto disparó las alarmas. Algunos tenían mucho que perder y temieron ensuciarse las manos y decidieron matar al mensajero.

Y Francisco continuó leyendo el Evangelio en clave humana y humanizadora, y a los discípulos de Jesús nos hizo recuperar la ilusión y la confianza perdida en los últimos años. Y sus palabras y gestos pasaron a la acción, y poco a poco vimos que Él era el mensajero de la paz que venía cargado de bendiciones y que su fuerza era imparable y que la Iglesia comenzaba a vivir un nuevo pentecostés.

Hay muchas, demasiadas resistencias a su voz y a su mensaje. Muchos le quieren poner a prueba y otros se han erigido en sus acusadores. Pero él lo tiene claro. El Reino tiene que abrirse paso entre la mediocridad y la indiferencia; entre el pecado y las malas intenciones, el Reino es imparable y sólo se construye -y Él lo sabe- con la coherencia y la entrega sin reservas de la propia vida.

En ocho años Francisco ha recuperado en la Iglesia de Jesús el sentido del humor, porque es el sentido del amor. Ha devuelto la sonrisa y la esperanza a muchos que estaban agobiados, y escuchando a todos y acogiendo en su corazón sin discriminar a nadie, nos sigue mostrando cada día las dimensiones infinitas del corazón de Dios.

Francisco: No te detengas. Sigue haciendo lío. Sigue con la locura del Evangelio. Que nada ni nadie te detenga y que el Dios de la vida te regale muchos años para poder llevar adelante la reforma, que hoy te encomienda a Ti, como le encomendó al “pobre de Asís” reconstruirla desde la sencillez y la austeridad en aquella derruida Iglesia de San Damián.

Que Dios te bendiga, mensajero de la paz, testigo de la misericordia, revolucionario del Evangelio: Padre y hermano ¡Francisco!

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