José Arregui
¿Qué puedo hacer, oh musulmanes, pues no me reconozco a mí mismo?
No soy cristiano, ni judío, ni mago, ni musulmán.
No soy del Este, ni del Oeste, ni de la tierra, ni del mar.
No soy de la naturaleza, ni de los cielos giratorios.
No soy de tierra, ni de agua, ni de aire, ni de fuego.
No soy del empíreo, ni del polvo, ni de la existencia, ni de la entidad.
No soy de India, ni de China, ni de Bulgaria, ni de Grecia.
No soy del reino de Irak, ni del país de Jurasán.
No soy de este mundo, ni del próximo, ni del Paraíso, ni del Infierno.
No soy de Adán, ni de Eva, ni del Edén, ni de Rizwán.
Mi lugar es el sin-lugar, mi señal es la sin-señal.
No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.
He desechado la dualidad, he visto que los dos mundos son uno;
Uno busco, Uno conozco, Uno veo, Uno llamo.
Él es el Primero, Él es Último, Él es el Manifiesto, Él es el Oculto.
No conozco a nadie más que “¡Oh Él!” –ya hu – y “¡Oh El que es!” –ya man hu–.
Estoy embriagado con la copa del Amor; los dos mundos han desaparecido de mi vida;
no tengo otro fin que la ebriedad y el éxtasis.
(Jalal al-Din Rumi, poeta sufí persa, s. XIII)
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