No me canso de insistir. Adviento no es precisamente una especie de gran novena que nos prepara a la fiesta de Navidad. El adviento es una invitación a la esperanza. Pero esa esperanza no es una experiencia convencional, ficticia, impostada artificialmente; ni siquiera un ejercicio de esperanza reducido a cuatro semanas y que termina el día de Navidad. La esperanza a que nos invita el adviento trasciende el marco de lo litúrgico, va más allá.
La clave de interpretación nos la ofrece la liturgia del primer domingo de adviento, con sus lecturas y oraciones. Nos invita a fijar nuestra mirada en la última venida del Señor, al final de los tiempos, en la parusía final, cuando serán consumadas las promesas mesiánicas, cuando se harán realidad definitiva el hombre nuevo y la nueva tierra. Será la gran reconciliación, la gran reunión de los dispersos, de los diferentes. La paz reconciliadora del Cristo cósmico se hará realidad para siempre.
Esa es la meta que provoca y alimenta la esperanza, la que tensiona nuestra vida y la impregna de fuerza y dinamismo. Por eso decimos que la esperanza del adviento sobrepasa el marco de la liturgia, estimula la totalidad de nuestra vida cristiana convirtiéndola en un adviento permanente.
Pero hay que acelerar la venida del Señor, la instauración de su Reino. No nos podemos cruzar de brazos. No hay que dejar todo para el más allá. Hay que empezar ya a construir el Reino; tenemos que allanar los caminos. Es cierto, el Reino ya está presente, ya es una realidad, pero incompleta; nuestros logros son positivos, cierto, pero provisionales. Como sugieren algunos teólogos estamos anclados en la realidad penúltima, no en la última.
Nuestra espera debe ser activa, revolucionaria y constructiva. Tenemos que denunciar y condenar todo lo que se opone al gran proyecto de Jesús: la injusticia, el egoísmo, la violencia, el atropello de las libertades y los derechos. Por el contrario, debemos alimentar y potenciar la instauración de los grandes valores del evangelio: la paz, el amor fraterno, la solidaridad, el respeto de las riquezas de la naturaleza.
Así podemos ir adelantando el Día del Señor. La experiencia del adviento es, de este modo, un ensayo para la esperanza activa, revolucionaria y constructiva. Este adviento va más allá de las cuatro semanas. Invade la totalidad de nuestra vida.
Hay que recuperar la centralidad de la esperanza. Quiero expresar aquí el recuerdo y el reconocimiento al teólogo alemán Jürgen Moltmann. Él ha defendido con sus escritos la centralidad neurálgica de la esperanza en la vida del cristiano. Él rescató el carácter cristiano de las ideas marxistas del filósofo judío Ernst Bloch. Del El principio esperanza de Bloch hemos pasado a la Teología de la esperanza de Moltmann. De una esperanza cerrada a lo trascendente, estamos avivando una esperanza que nos proyecta al futuro de la promesa. De por medio está la firmeza de la palabra del Señor. En ella nos apoyamos.
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