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lunes, 15 de octubre de 2018

Monseñor Romero: “¡Cese la represión!”

Redes Cristianas
Tamayo3
El momento álgido de la condena de Romero de la represión militar y de su apuesta por la paz, inseparable de la justicia, fue, sin duda, el Sermón del 23 de marzo de 1980, que tiene carácter profético y recuerda las denuncias de Bartolomé de Las Casas ante el Rey de España por la inhumanidad que los encomenderos trataban a los indígenas y el Sermón del dominico Antonio de Montesinos en Santo Domingo (República Dominicana) el cuarto domingo de adviento de 151, en el que acusó a los encomenderos de estar en pecado mortal por la esclavitud a la que sometían a las comunidades originarias.

Estas fueron las palabras de Monseñor Romero:
“Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la Policía, de los cuarteles. ¡Hermanos! ¡Son de nuestro pueblo! ¡Matan a nuestros hermanos campesinos! Y ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice: ¡No matar! Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado.

“La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van tenidas de sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada días más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno! en nombre de Dios: ¡Cese la represión!” (Homilía, 23/3/1980).
Para reclamar el fin de la represión hace una cuádruple apelación: a) a Dios; b) al sufrido pueblo; c) a la conciencia; d) a la ley moral, que conduce derechamente a la condena de la violencia institucional instalada en el sistema.
a)Apela al nombre de Dios, a quien también apelaban las clases dirigentes para justificar la represión popular y para matar haciendo realidad la afirmación del filósofo Martin Buber:
“Dios… es la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mancillada, tan mutilada… Las generaciones humanas han hecho rodar sobre esta palabra el peso de su vida angustiada, y la han oprimido contra el suelo. Yace en el polvo y sostiene el peso de todas ellas. Las generaciones humanas, con sus partidismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella. Esta palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre… Los hombres dibujan un monigote y escriben debajo la palabra ‘Dios!’. Se asesinan unos a otros, y dicen: ‘lo hacemos en nombre de Dios’.

“Debemos respetar a los que prohíben esta palabra, porque se rebelan contra la injusticia y los excesos que con tanta facilidad se cometen con una supuesta autorización de ‘Dios’. ¡Qué bien se comprende que muchos propongan callar, durante algún tiempo, acerca de las ‘últimas cosas’ para redimir esas palabras de las que tanto se ha abusado!» Bien seguro que ya no será posible purificar la Palabra de «Dios» de tanto vilipendio y mancillamiento, de tanto desgarro y mutilación, de tanto secuestro y manipulación a que ha sido sometida a lo largo de los siglos”.
Matar en nombre de Dios, decía José Saramago, es convertir a Dios en un asesino. Romero cambia la significación de Dios y la funcionalidad de su nombre: del Dios de la guerra al Dios de la paz, del dios de la muerte al Dios de la vida, del Dios de los poderosos al Dios del pueblo que sufre, del Dios señor feudal al Dios subalterno y de los subalternos, como afirma Boaventura de Sousa Santos en su sugerente obra de teología política Si Dios fuese un activista de los derechos humanos (Trotta, Madrid, 2014).

b) Apela al pueblo sufrido y sufriente. Dios deja de ejercer la función legitimadora de los poderes represivos con los que históricamente ha estado aliado a través de su poder absoluto: omnipoten-cia, onmiscien-cia, omnipresen-cia, providen-cia, violen-cia (los cinco atributos terminan en CIA, ¡Qué coincidencia con la Agencia Norteamericana de Espionaje!) y se pone del lado del sufrido pueblo. Se invierte la alianza: del Dios con los poderosos al Dios con el pueblo. Romero hace realidad la teología de Ellacuría sobre el Dios crucificado y sin poder y los pueblos crucificados, a quienes hay que liberar bajándolos de la cruz.
c) Apela a la conciencia, que nunca puede justificar el uso de la violencia contra los hermanos y las hermanas, los vecinos, ni sentirse tranquila eliminando al prójimo.
d) Apela, finalmente, a la ley moral y a la ley de Dios que coinciden en condenar la violencia, y más todavía, la que se ejerce en nombre de Dios.
Estas cuatro apelaciones constituyen la mejor deslegitimación de la violencia ejercida por el poder militar y la apuesta por el diálogo, la negociación y la reconciliación. 

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