José M. Castillo, teólogo
Entiendo por “humano” lo propio y específico de los seres vivientes que pertenecemos a la condición o categoría del “Homo Sapiens”. Dicho esto, de manera tan genérica y superficial, en nuestra cultura se suele pensar y decir que, por encima de “lo humano”, está “lo divino”. Y, por debajo de “lo humano”, está “lo inhumano”, lo meramente instintivo o animal.
Esto supuesto, lo que quiero decir, en esta breve reflexión, es que lo más necesario y lo más urgente, que todos tenemos que afrontar, es centrar y concentrar nuestro mayor interés y nuestros mejores esfuerzos en recuperar “lo humano”. Y en luchar, con todas nuestras posibilidades, contra todo “lo inhumano”, que nos deshumaniza en cuanto nos descuidamos. Más aún, a todo lo anterior, añado una tarea que, en no pocos casos, es la más complicada y seguramente la más urgente que nos acucia. Me refiero a “lo divino”, que, en no pocos ámbitos de la vida, es lo más complicado de todo. Porque, con la gloria y grandeza que le corresponde, por ser “lo divino”, lo más grande y sublime, por eso mismo es lo que más nos puede engañar.
Confieso que, desde hace algunos años, estas cuestiones – aparentemente tan elementales – son las cuestiones que más me preocupan en la vida. Porque, empezando por abajo, lo que yo veo y palpo cada día es que “lo inhumano” se ha hecho el dueño de nuestra sociedad. La pasión por el poder y la pasión por el dinero nos deshumanizan y nos tratan sin piedad. De ahí, la deshumanización de la política y la deshumanización de la economía.
Aunque nos presenten estas dos deshumanizaciones como ciencias y saberes de una enorme complejidad o como cosas de las que no entendemos los profanos en esos ámbitos de saberes tan avanzados. Maldita sea la hora en que inventaron el complicado saber del capitalismo, que, a fin de cuentas, lo que está consiguiendo es que la riqueza se concentre cada día en menos capitalistas desvergonzados, al tiempo que cada día se mueren de hambre y miseria miles de criaturas. Como también sea maldita la hora en que inventaron las ciencias políticas, sus técnicas y sus procedimientos, que nos han llevado a casi todos a depender de los más canallas y de los más corruptos.
Y si de lo más bajo, “lo inhumano”, saltamos a lo más alto, “lo divino”, entonces me quedo más perplejo. Y, por supuesto, bastante más preocupado. No porque yo no crea en “lo divino”, sino porque entre “lo divino” y “lo humano” se ha interpuesto “lo religioso”. Y la Religión, ya lo sabemos, puede (y suele) ser manipulada de forma que, ni el que la manipula, se da cuenta o es consciente de lo que está haciendo. Pero bien puede suceder (y sucede) que los “hombres de la religión” se sirven de “lo divino”, no digo ya para manipular “lo humano”, sino para conseguir cosas mucho más feas, turbias y sucias. Hasta alcanzar, con el instrumental de la Religión, “lo más inhumano”: el poder y el dinero, el estatus social de la dignidad y sobre todo la “seguridad” que pocos grupos humanos pueden alcanzar.
Así las cosas, lo más genial que ofrece el cristianismo es que tiene su centro y su clave de explicación en que Dios mismo, para traer al mundo la esperanza y la salvación, se ha “humanizado” (Flp 2, 6-8). De forma que, por eso, Jesús es “la humanización de Dios” (Jn 14, 9-11). Y el Evangelio es la recopilación de relatos que nos resumen y explican cómo, siendo profundamente humanos, es como los “seguidores de Jesús” podemos (y debemos) buscar y encontrar a Dios (Mt 25, 31-46).
Los cristianos tendríamos que asumir, con más claridad, vigor y firmeza, que la teología cristiana no nos ha hecho caer en la cuenta debidamente de una cosa que es fundamental: la Iglesia le ha dado (y le sigue dando) más importancia a la Religión que al Evangelio. No olvidemos que fue la Religión la que mató a Jesús. Porque Jesús le dio más importancia a “lo humano” que a “lo religioso”. En la “teología narrativa” de los evangelios, lo que queda más claro y patente es esto: siempre que Jesús se encontró ante la disyuntiva de remediar el “sufrimiento humano” o someterse a la “observancia religiosa”, no lo dudó ni un instante, lo primero fue siempre dar vida, aliviar el dolor, devolver la dignidad y sus derechos a los seres humanos. La cosa está clara: encontramos a Dios en la medida en que nos hacemos profundamente humanos. Sólo así podremos ser auténticamente “divinos”.
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