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martes, 9 de octubre de 2018

La libertad en España

Jaime Richart, Antropólogo y jurista
Dicen que en los países comunistas no hay libertad…
Y tienen razón. En esos países la seguridad individual prima sobre la libertad individual, grupal y colectiva. Pero en todos los países donde la libertad prima sobre la seguri­dad, la injusticia social termina siendo estructural. En unos países más que en otros, desde luego. Pero en paí­ses escanda­losamente atrasados en conciencia social como Es­paña, no se atisba que la evolución lleve el camino de ajus­tarse a la que han seguido los países de su mismo sis­tema.

En España los que mandan virtualmente desde siempre; esos que se van traspasando de siglo en siglo el poder econó­mico y el político de unos a otros, que fueron capa­ces de hacer la guerra para impedir que otro régimen dis­tinto del que existe se adueñe del país, parecen estar dis­puestos a mantener la misma determinación: hasta hacer de nuevo la guerra. Pero la historia y el presente nos de­muestran una y otra vez para qué quieren ellos esa liber­tad por la que dije­ron luchar para que el comunismo no se enseñorease del país. Ellos quieren la libertad sencilla­mente para su exclu­sivo provecho, para saquear, para vio­larla, para sodomi­zarla, para destrozar las condiciones de vida más igualitarias deseables en una sociedad mo­derna…
Porque los que amamos realmente a la libertad, nos nega­mos a abusar de ella. Lo mismo que el amor que pro­fesa un hombre cabal a una mujer empieza por anularse la intención de hacerla infeliz, y el amor de una mujer cabal a un hombre, lo mismo. Desde luego en España la injusti­cia social, el en­gaño y el abuso cunden por todas partes y están presentes en todos los ámbitos de la vida ordinaria: desde el modo de responder el Estado, la justicia y las ins­tituciones al indivi­duo común no privilegiado, hasta la ma­nera de funcionar todo cuanto se relaciona con el ámbito comercial. El abuso y la trampa son las señas de identidad de esta caricatura de de­mocracia que es la espa­ñola…
En España hay tres clases de individuos en este aspecto. Los primeros son los legatarios, los herederos del espíritu in­movilista franquista, porque en esa esfera del poder con­ser­van los mejores resortes: la banca, los medios, el Se­nado, los gobiernos civiles y la propia justicia… para ejer­cer su predomi­nio. Los segundos son en general los hijos y nietos de los perdedores de la guerra civil, todos concentra­dos en un partido político también mayoritario cuyo espíritu conci­liador y voluntarioso no está a la altura de su conciencia so­cial que no ha progresado lo suficiente como para no caer a menudo en el mismo defecto que los otros, acaparador de ventajas y privilegios mantenidos por leyes previas (algunas promulgadas o consentidas por ellos), que tampoco mues­tran mucho interés en derogar o reformar. Y los terceros son los radicales, los dispuestos a cambiar el statu quo general de la sociedad española, la constitución, con la consiguiente supresión de los focos de la injusticia.

Pero son tal la fuerza, el ímpetu y la capacidad de manio­bra en materia tramposa de los primeros, y tal la debilidad de los segundos hasta el extremo de incurrir a menudo en si­milares graves defectos de los primeros, que todo parece indi­car que los terceros deberán esperar por lo menos otro si­glo entero más para alcanzar las condiciones sociales, políti­cas y económicas existentes en los países del mismo sis­tema; países que, a su vez y para entonces habrán avan­zado lo suficiente como para pensar que en ese momento ellos ya habrán ganado el cielo…

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