“Mientras que la pobreza, la injusticia y la desigualdad existan en nuestro mundo, ninguno de nosotros podrá realmente descansar” (Nelson Mandela)
Mc 10, 17-30
Jesús lo miró con cariño y le dijo: Una cosa te fe falta: Anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme
Un comentarista de este texto del evangelio de Marcos viene a decir que, al joven rico, aunque se esfuerza en ser bueno, su riqueza le convierte en constructor de una sociedad injusta y no en el reino de Dios. La opción por los pobres no excluye a los ricos; son los ricos los que se auto excluyen por no optar por los pobres. Al joven rico le distingue el verbo acumular: riqueza, prestigio, méritos, etc. Jesús le propone un cambio: el de “acumular” por el de “compartir” su vida y su riqueza con los pobres.
Los profetas del Antiguo Testamento denuncian la riqueza como un obstáculo para el reino: Isaías: “¡Ay de los que añaden casas a casas y juntan campos con campos, hasta no dejar sitio, y vivir ellos solos en medio del país! (Is 5, 8); Amós: “Así dice el Señor: A Israel no le perdonaré, porque venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias, y revuelcan en el polvo al desvalido y tuercen el proceso del indigente” (Am 2, 6-7).
Jesús, interpretando el AT en vertiente positiva, se preocupaba por satisfacer las necesidades espirituales de la gente, pero antes procuraba atender sus necesidades físicas, y respondía mediante actos de misericordia. “Entonces el rey dirá a los de la derecha: Venid benditos de mi Padre, a heredar el reino que obtengo preparado desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, sed y me disteis de beber, era inmigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y vinisteis a verme” (Mc 25, 34-36). Las obras de misericordia realizadas por amor aparecen libres de cualquier limitación que condicione su valor.
Interpretación, no sólo del Maestro, sino también de sus discípulos. En su primera Carta, 3, 18, dice: Hijitos, no hablemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad. Así conoceremos que procedemos de la verdad y ante él tendremos la conciencia tranquila. Pues, aunque la conciencia nos acuse, Dios es más grande que nuestra conciencia y lo sabe todo”.
Ya seis siglos antes de Cristo, Confucio (551- 459), reconocido pensador chino dijo: “En un país bien gobernado, la pobreza es algo de lo que avergonzarse. En un país mal gobernado, la riqueza es algo de lo que avergonzarse”. Y Nelson Mandela en nuestros días: “En un país bien gobernado, la pobreza es algo de lo que avergonzarse. En un país mal gobernado, la riqueza es algo de lo que avergonzarse”.
Hay dos clases de Obras de Misericordia: Corporales y Espirituales. En Marcos 25 se mencionan las seis primeras de las corporales, como la razón por la cual los pobres heredan el reino. El himno del Magníficat, atribuido a María en su visita a su prima Isabel, pone en su boca estas palabras reconociendo la providencia de Dios en el mundo: “Él hizo proezas con su brazo: dispersó a los soberbios de corazón, derribó del trono a los poderosos y enalteció a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada”.
Muchos compositores famosos: Tomás Luis de Victoria (1548-16-11), Claudio Monteverdi (1567-1643), Vivaldi (1678-1741), (Johann Sebastian Bach (1685-1750), Franz Schubert (1797-1818) y Anton Bruckner (1824-1896), entre otros.
“Mientras que la pobreza, la injusticia y la desigualdad existan en nuestro mundo, ninguno de nosotros podrá realmente descansar” (Nelson Mandela). Y Mc 10, 21 nos presenta a un Jesús que quiere remediar esa desigualdad e injusticia.
“Jesús lo miró con cariño y le dijo: Una cosa te fe falta: Anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme. A estas palabras frunció el ceño y se marchó triste, pues era muy rico” (Mc 10, 21-22)
TESOROS EN EL CIELO
Yo los quiero en la tierra,
y no quiero tesoros en el cielo.
Quizás mañana es tarde. El banco cierra.
Yo no quiero “un tendrás”, yo quiero “un tengo”
que mantenga mi hacienda.
Quiero seguir tus pasos y consejos,
pero quiero también mis tierras,
legado de mis padres y mi esfuerzo.
No me place, Maestro de cosechas,
dejar mis campos y fruncir el ceño
únicamente por perder mi hacienda.
¿Seguirte sólo por un sueño?
(EVANGÉLICO CUARTETO. Ediciones Feadulta)
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