Redes Cristianas
Jaime Richart,antropólogo y jurista
La primera condición del librepensador es prescindir de todo prejuicio. Liberarse en lo posible de las ataduras que las numerosas capas de culturización que desde la cuna han ido cubriendo su mente virgen atenazando su pensar, su primer y casi único mandamiento. En el librepensador no hay monstruos de la razón. Si acaso, cuando piensa y escribe puede encontrarse bajo el efecto de una crisis emocional de melancolía o de creatividad. Pero si además de librepensador es humanista, y entiendo que ambos sustantivos son sinónimos, su propósito es cuestionar todo convencionalismo cultural y social que no provenga del respeto y adhesión a los principios recogidos en la Declaración de los derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1795, y en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de 1945.
La primera condición del librepensador es prescindir de todo prejuicio. Liberarse en lo posible de las ataduras que las numerosas capas de culturización que desde la cuna han ido cubriendo su mente virgen atenazando su pensar, su primer y casi único mandamiento. En el librepensador no hay monstruos de la razón. Si acaso, cuando piensa y escribe puede encontrarse bajo el efecto de una crisis emocional de melancolía o de creatividad. Pero si además de librepensador es humanista, y entiendo que ambos sustantivos son sinónimos, su propósito es cuestionar todo convencionalismo cultural y social que no provenga del respeto y adhesión a los principios recogidos en la Declaración de los derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1795, y en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de 1945.
Todo lo demás, toda otra afirmación sobre cuestiones sociales y culturales podrá tener sentido para un círculo cultural o intelectual concreto, incluso podrá imponerse a los círculos o pensamientos colindantes física, territorial o moralmente por razones pragmáticas o de afinidad entre culturas y proximidad de intereses comunes, podrá ser solipsista, pero si no es universal, si su escritura carece de valor universal, difícilmente será un razonar librepensante…
La idea del librepensador es propositiva, formula toda idea como proposición, si se quiere como sugerencia, pero en modo alguno como aserto. Será filosófica, didáctica o moral, o incluso banal, pero sin propósito de adoctrinar a las conciencias. Pero siempre está presente un implícito interés moralizante de divulgar, cultivar y ahondar los principios éticos universales de las dos Declaraciones universales humanistas. Su idea, sus ideas son la destilación de un diálogo, de una partida de ajedrez consigo mismo tras otra en cuantos temas aborda. Por lo que el único verbo que conjuga es relativizar. Proscribe todo absoluto, toda rotundidad, toda categoría, todo apodíctico (lo “necesariamente verdadero”) que sólo existe si acaso en la teología cristiana. Gravita exclusivamente en torno a la idea central de que cada ser humano, sea cual fuere su condición social y carácter, es igual a otro y que por consiguiente es su semejante; que nadie merece más respeto y deferencia que los que personalmente se ha ganado el individuo por sus acciones nobles o creativas, que viene a ser lo mismo, y el reconocimiento ajeno si concurre una especial circunstancia de orden práctico pero coyuntural. Siempre orientado a propiciar el consenso colectivo, el contento y el bien común, el librepensador empieza pensando en los desposeídos…
Dicho lo anterior, que nadie espere del librepensador ideas y reflexiones presididas por el respeto a otras ideas, a personas, o instituciones por el hecho de ser o pasar por notables. Su declaración personal de intenciones tácita a la hora de plasmar las ideas resultantes en completa libertad de pensamiento, pasa por desvincularse de toda obligación material o moral que no provenga de los principios informadores de su persona y carácter. Es profundamente solipsista.
Ya sé que pensar por cuenta propia dejando a un lado todo prejuicio no sólo provoca la enemiga de tantos que siguen las directrices marcados por otros, y tampoco garantiza la consecución de la verdad que asimismo no existe salvo en apariencia. Pero también sé por experiencia propia que la sensación de íntima libertad que experimenta el librepensador está próxima a un estado intermedio entre la excitación neuronal y la serenidad que las religiones monoteístas prometen a sus epígonos ingenuos…
La idea del librepensador es propositiva, formula toda idea como proposición, si se quiere como sugerencia, pero en modo alguno como aserto. Será filosófica, didáctica o moral, o incluso banal, pero sin propósito de adoctrinar a las conciencias. Pero siempre está presente un implícito interés moralizante de divulgar, cultivar y ahondar los principios éticos universales de las dos Declaraciones universales humanistas. Su idea, sus ideas son la destilación de un diálogo, de una partida de ajedrez consigo mismo tras otra en cuantos temas aborda. Por lo que el único verbo que conjuga es relativizar. Proscribe todo absoluto, toda rotundidad, toda categoría, todo apodíctico (lo “necesariamente verdadero”) que sólo existe si acaso en la teología cristiana. Gravita exclusivamente en torno a la idea central de que cada ser humano, sea cual fuere su condición social y carácter, es igual a otro y que por consiguiente es su semejante; que nadie merece más respeto y deferencia que los que personalmente se ha ganado el individuo por sus acciones nobles o creativas, que viene a ser lo mismo, y el reconocimiento ajeno si concurre una especial circunstancia de orden práctico pero coyuntural. Siempre orientado a propiciar el consenso colectivo, el contento y el bien común, el librepensador empieza pensando en los desposeídos…
Dicho lo anterior, que nadie espere del librepensador ideas y reflexiones presididas por el respeto a otras ideas, a personas, o instituciones por el hecho de ser o pasar por notables. Su declaración personal de intenciones tácita a la hora de plasmar las ideas resultantes en completa libertad de pensamiento, pasa por desvincularse de toda obligación material o moral que no provenga de los principios informadores de su persona y carácter. Es profundamente solipsista.
Ya sé que pensar por cuenta propia dejando a un lado todo prejuicio no sólo provoca la enemiga de tantos que siguen las directrices marcados por otros, y tampoco garantiza la consecución de la verdad que asimismo no existe salvo en apariencia. Pero también sé por experiencia propia que la sensación de íntima libertad que experimenta el librepensador está próxima a un estado intermedio entre la excitación neuronal y la serenidad que las religiones monoteístas prometen a sus epígonos ingenuos…
Pues bien, desde el librepensamiento es preciso conmocionar a las conciencias con la idea de que sólo cuando España se libere del peso muerto y de la tiranía de la religión vaticana, como Inglaterra y Alemania y luego parte del mundo se liberaron del yugo de esa institución y de sus aberraciones en pasados siglos: sólo cuando España vea en la monarquía restaurada una barrera infranqueable que divide a la sociedad profundamente, una monarquía que no ha puesto el menor empeño desde su restauración en acreditarse y ganarse al pueblo, y sólo cuando España se libre del influjo nefasto de la concepción global de la dictadura pasada aplicada al presente histórico… estará en condiciones de entrar en la postmodernidad
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