No puedo evitar pensar y dar espacio dentro de mí al hecho tan sencillo y tantas veces obviado de que hay “otra orilla”, otra perspectiva, otra mirada.
Esa otra orilla puede ser la que ven los emigrantes desde la suya, esperanzados mirando a Europa, o América, o Australia. La mirada es la misma. La he visto en los tres continentes y no cambia. Es una mirada de miedo y de esperanza en un futuro incierto, pero futuro al fin y al cabo. Posiblemente lo que no vislumbran desde sus tierras explotadas por nuestros intereses: queremos sus cosas pero no a ellos.
¿Es eso lo que nos dice el texto de hoy, que nos pasa con Jesús? Queremos su ayuda, queremos que apruebe nuestras agendas y dedicaciones… pero su persona nos viene grande, tal vez. Les reprocha a sus discípulos que quieren pan pero no se quieren adherir a su persona.
Necesitamos ir a la otra orilla de nosotr@s mism@s, la que no solemos visitar. Buen destino vacacional. Descubrir nuestro tesoro escondido: la cantidad de cualidades y talentos que manejamos a medio gas, o simplemente no usamos.
Entiendo que es una experiencia de amor y fe en nuestra persona la que activa nuestra creatividad. Jesús nos pide como trabajo que nos adhiramos a su persona. Para ello hay que rescatar al emigrante en nosotros perdido en alta mar. Tanto ir detrás de “ayudar”, tal vez nos encontramos “perdidos en alta mar”, esperando rescate. Para muchas y muchos de nosotros sentimos que llegamos a la otra orilla, al fin, cuando descubrimos una experiencia personal y comunitaria de fe en la persona de Jesús, que nos resucita por dentro. Que nos inyecta vida nueva y alegría profunda. (vv.28-29 “¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere? Respondió Jesús: Este es el trabajo que Dios quiere, que prestéis adhesión al que él ha enviado”.)
Necesitamos llegar a la otra orilla, la de Jesús, pasar un tiempo de vacaciones en ese lugar. Convivir con los que van llegando con sus pateras, con lo que son, a un lugar donde hay pan, porque partir el pan significa un modo de vivir en sororidad y fraternidad. Necesitamos refugio para aprender a ser refugio en lo material y en lo más hondo.
Últimamente son personas cristianas, no católicas, las que me han hecho sentir parte de la comunidad cristiana, me han ofrecido su refugio sororal. Su orilla es más liberadora, ellas no tienen tantos prejuicios, ni tantos complejos. Ayer una de ellas me mandaba la homilía que acababa de hacer en su iglesia, no porque el cura esté de vacaciones sino porque un grupo de seglares y religiosos se turnan en la predicación. Así se comparten diferentes recetas de preparar el mismo pan. Así Jesús se hace pan para todas y todos, según la necesidad de cada uno. Y se enriquecen compartiendo sus diferentes panes o modos de vivir.
Qué bonita es la otra orilla si nos adherimos a la persona de Jesús. Cruzar nuestro lago con él es una experiencia clave para compartir su pan. Crear un estilo de vida que dé sentido al cristianismo envejecido, y todo empieza, como siempre, compartiendo pan. El de Jesús.
El texto habla de movimiento, de cruzar a otras perspectivas, de una acción que se convierta en pan compartido. Pero sobre todo nos dice claramente que es la adhesión a su persona lo único que sacia nuestras hambres.
Agosto, mes de vacaciones por excelencia en nuestro hemisferio, puede ser un tiempo de cruzar a orillas desconocidas. Para algunos será viajar físicamente a otras culturas, pero siempre, siempre, cruzar a otra orilla es acoger lo que se nos ofrece con gratitud. Cuando los discípulos y seguidores le buscan donde siempre, en el lugar familiar donde habían comido el pan (versículo 23), Jesús se había ido a la otra orilla.
¿Qué significa, para cada uno, la otra orilla? Desde luego no hay respuesta stándard, es muy personal, tanto como adherirse a su persona. Invitación personal y comunitaria, de relación amistosa profunda. De encontrar en él nuestro refugio y fuerza en su pan, para seguir la vida con más brío.
A mí también me habla lo de la otra orilla, de cruzar a nado, los y las que podremos estos días, disfrutando de la naturaleza, del mar, el río…y en cada brazada abrazar, respetar, descansar para seguir siguiendo, acogiendo y creando comunidad de iguales, de refugiados. Y ojalá no seamos todos igualitos en estos grupos, que lo ecuménico entre, es más, lo interreligioso… que los de la otra orilla vean que nos dejamos acoger y agasajar con sus bondades. Es una gran riqueza no ir de turista sino como peregrino a orillas de nuestros hermanos.
Y los que tenéis que trabajar, o seguir en cama por enfermedad, os deseo que podáis encontrar la orilla que os dé consuelo y descanso profundo, igual que los que os acompañan y cuidan. Compartir ese pan del dolor es de lo que más une, como sabemos.
Feliz agosto.
Magdalena Bennásar Oliver
www.espiritualidadintegradoracristiana.es
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