Dice Amos Oz en su estupendo libro Queridos fanáticos que “cuando un joven se acerca a la Torá el día de su baz mitzvá, no le preguntan: ‘mi dulce niño, ¿qué has aprendido hoy en el colegio?’, no le piden que recite lo que ha oído decir a los maestros ni lo que ha leído en los libros. Al contrario, le piden: ‘di algo novedoso’. Es decir, danos algo original. Tuyo. Aunque tenga un significado pequeño, secundario, marginal, pero que sea algo que exprese una reflexión a la que tú mismo hayas llegado con los textos que has estudiado. También al novio en el día de su boda en la sinagoga se le pide ‘decir algo novedoso’. Este es, al parecer, el núcleo creativo de la cultura judía, que pasa de generación en generación excepto en los periodos en que esa cultura tiende a petrificarse” (p.70).
Es que decir algo novedoso en ámbitos de fe cristiana está llegando a ser urgente, de tan rutinario y petrificado que se encuentra el lenguaje religioso. El cansancio es enorme; los fieles se saben de memoria lo tantas veces repetido; los religiosos y religiosas se duermen, literalmente, ante una exposición de la fe, del Evangelio, que se la saben de memoria antes de que el predicador despegue los labios. Un cansancio de proporciones gigantescas envuelve la propuesta religiosa. Incluso más, hay quien dice que ese discurso archirrepetido es “la sana doctrina”, lo que hay que decir, aunque el bostezo llegue a ser de proporciones cósmicas.
¿Tan difícil resulta decir algo nuevo? No nos referimos a nuevas doctrinas que se sumen al cúmulo del cansancio ya citado. Tampoco nos referimos a novedades esnobistas que saltan de rama en rama sin terminar de poner el huevo en ningún lugar, ni de dar bibliografías inacabables que nadie lee. Se trata de decir algo “tuyo”, elaborado por ti, pensado por ti, cocido en el horno de tu interior y propuesto con el brillo en los ojos de quien ha visto lo que nace y con la modestia de quien cree que, tal vez, no sirva para mucho.
Es necesario decir algo nuevo sobre este viejo cosmos en el que viajamos a velocidades increíbles. El Papa Francisco habla de una “mirada nueva” sobre lo creado, porque nuestra mirada se ha hecho vieja sin siquiera mirar con amor a lo que nos rodea. Algunos, como Francisco de Asís, lograron ver desde ese lado distinto. Por eso, su candidez sigue todavía cautivando a tantos
Se precisa decir algo nuevo sobre una sociedad envejecida no solamente en años sino en el corazón, que sucumbe a los costrones de una rutina consagrada por toda clase de protocolos. Cuando ocurre que alguien apunta a lo nuevo, por más que termine en los caminos de siempre, hay miles de cuellos y de orejas que se levantan intuyendo ahí el viento que puede hacer respirables nuestros cansinos pasos por nuestras ciudades.
Sería también buenísimo decir algo nuevo a la Iglesia, tan vieja que hay que hacer esfuerzos gigantescos para que el tinglado no se venga abajo. Algo nuevo desde una visión extrasistémica, desde una libertad que está oculta en el polvo de los siglos, desde un anhelo que, con paz, viene a decir que hay muy poco que hacer por los caminos de siempre y que los esfuerzos de tantos creyentes de buena voluntad serían más fecundos en otros horizontes, y que estos horizontes soñados no vienen de los ya conocidos, porque los de siempre no saben sino repetir y repetir lo de siempre.
Quizá el silencio puede ser algo nuevo cuando no se tiene una palabra distinta que decir. Pero es cierto que si llegas a decir algo nuevo, algo tuyo, hay una tierra sedienta que espera ansiosa esa lluvia.
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