Santiago Agrelo, Arzobispo de Tánger
Aunque el mundo parece haberlo olvidado, nosotros celebramos –recordamos-, que no hay Navidad sin el hombre: El Hijo de Dios se hizo hijo del hombre para salvar al hombre.
Si os digo que nos disponemos a celebrar la Navidad, no salgo del terreno de lo innocuo. Pero si digo que me dispongo a recordar, porque ésa es mi fe, que Dios se ha hecho hermano de todos, que Dios ha nacido hombre, que Dios se ha puesto al servicio del hombre, que Dios abrazó la pobreza del hombre, que Dios se enfrentó con toda su fuerza al mal del hombre, que Dios experimentó la angustia del hombre, que Dios subió a la patera del hombre, que Dios cruzó las fronteras del hombre, que Dios bajó hasta la muerte del hombre, entonces salgo de lo innocuo hacia lo insensato, hacia la locura, hacia lo que en nosotros ni siquiera llegaría a ser un sueño –pues no podemos soñar a lo divino-, pero que en Dios es un proyecto eterno, una decisión irrevocable y, por eso mismo, ese proyecto, esa decisión, es para nosotros una historia de salvación.
La Navidad, misterio de la Palabra hecha carne que habitó entre nosotros, es revelación asombrosa de la dignidad humana, de lo que cada hijo de esta humanidad, nacido o por nacer, fuerte o débil, sano o enfermo, justo o pecador, hombre o mujer, niño o anciano, es para Dios.
La Navidad es memoria verdadera de una alegría reservada a la fe de los sencillos, es presencia real de la paz que viene del cielo para los amados de Dios, es sacramento de la salvación con que Dios nos visita, de la luz con que Dios nos ilumina, de la gloria con que Dios nos enaltece.
La Navidad nos recuerda que somos hijos y que, como hijos, somos amados: Somos la niña de los ojos de Dios.
Esta locura, creída, nos saca de los caminos trillados por la sensatez del mundo y nos entrega a la sabiduría del evangelio.
El mundo tiene sus reglas, que no son las del reino de Dios. El mundo tiene sus certezas, y no son las del evangelio. Los poderes del mundo levantan barreras que impiden a los pobres el ejercicio de su libertad, las reglas del mundo condenan a muerte a los pobres, las certezas del mundo certifican que acoger a los pobres no es económico ni razonable ni aceptable.
Y a Dios, además de nacer hombre, que ya es perder categoría y bajar hasta el abismo, se le ocurre nacer pobre y desvalido, negocio desastroso, intercambio asombroso. En su locura, Dios ha querido nacer perseguido y emigrante, evidencia de que importantes para él no son los beneficios, los réditos, las cuentas: Importante para Dios es el hombre.
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