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lunes, 4 de septiembre de 2017

Viaje al liderazgo de servicio


Gabriel Mª Otalora

Leo que el personaje de Anne Perry, Melisande, le suelta al inspector Runcorn: “No deseo que se me proteja de la vida. Tal como lo veo, eso hace que nos perdamos buena parte de las cosas buenas, y las malas darán con nosotros de todas maneras. Cuando menos, la sensación de vacío. Creo que se preferiría comer algo desagradable de vez en cuando a perecer de inanición sentada a la mesa por miedo a probar la comida”. Esta actitud experimental y proactiva ante la vida me recuerda que dos terceras partes de las habilidades del desempeño laboral “estrella” descansan en las competencias emocionales, mientras que el tercio restante se basa en habilidades cognitivas o técnicas.
Estas conclusiones coinciden con otros muchos estudios en la misma dirección que señalan al miedo como uno de los grandes frenos de nuestro desarrollo aunque sepamos por experiencia que lo de siempre no funciona; que el liderazgo “de siempre” no funciona. No en vano, los escandinavos centran el liderazgo en la disponibilidad y en el desarrollo de personas, remarcando la importancia de ejercer la autoridad como un servicio. Que hasta para entenderse en el diálogo empresarial y en los equipos de trabajo intervienen todos los aspectos de la inteligencia: los intelectuales y los afectivos; las expectativas, el deseo de hacerse querer, los fracasos, los mecanismos de defensa; el deseo de saber, la comunicación no verbal, los condicionantes del carácter y los miedos a probar otras cosas
El término “liderazgo de servicio” fue acuñado por Robert Greenleaf, en 1970. La idea, según este emprendedor, surgió de la lectura de la novela Viaje a Oriente, de Herman Hesse. Narra la historia de un grupo de viajeros que emprenden un viaje mítico acompañados por un sirviente que realiza las tareas que parecen poco importantes. La presencia de este sirviente ejerce un gran impacto en el grupo que solo se verá el alcance cuando aquél desaparece, y descubren que era el verdadero líder, el que les guiaba con sus cuidados desinteresados.
¿Y si el liderazgo eficaz fuese efectivamente un servicio? Resulta un error confundir bondad con debilidad. También lo es actuar como si los principios de la autoridad y del poder descansan en los mismos pilares. Nos atrae más la imagen de superman o superwoman cuando la realidad es otra: el auténtico Superman solo existe cuando veíamos al actor Christopher Reeve batallando como un superhombre frente a su enfermedad en una silla de ruedas. Luchamos para ser fríos y pensar correctamente; o para echar mano del corazón y hacerlo más profundamente. Pero en el fondo, el servicio es una actitud de vida que no precisa de esta tensión entre analizar los problemas en ambos estados: pensar con frialdad y con profundidad. (Los antiguos persas, por si acaso, debatían todas las cosas dos veces: una, cuando estaban borrachos; y otra a la mañana siguiente, cuando estaban sobrios).
Gracias a estos líderes y lideresas que abundan calladamente entre nosotros, la realidad social, empresarial y familiar es mejor de lo parece a primera vista. Se habló en su día del impacto del trabajo silencioso de las mujeres africanas y su enorme aportación al IPC de África. Creo que ahora debiera contabilizarse impactos similares de muchas mujeres y hombres, bien cerca nuestro, que con su capacidad de servicio transforman para bien grandes espacios degradados de convivencia. Yo me acuerdo de algunas monjitas que atendían a los sidosos moribundos cuando nadie les quería, ayudándoles a morir, confortados y llenos de cariño. Ahora lo hemos visto en mucha gente actuando en medio de la tragedia de Barcelona y Cambrils. Vaya desde aquí mi admiración en estos tiempos recios hacia tantas personas que hacen de su vida un mundo mejor para quienes les rodean, y lo hacen con la inteligencia y el arrojo necesarios. Sus actitudes nada serviles ni calculadas son el liderazgo maduro que necesitamos más que nunca entre nosotros, y a todos los niveles.

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