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lunes, 8 de mayo de 2017

¿Qué democracia?

  Ramón Echeverría

[Fundación Sur]

El jueves 4 de mayo se celebraron elecciones municipales en Gran Bretaña. Al día siguiente los periódicos subrayaron la victoria de los conservadores de Theresa May en Inglaterra y Gales. Los conservadores habían ganado 230 asientos (38% de las papeletas), los laboristas habían perdido unos 110 (27%), los liberales demócratas unos 30 (18%) y el UKIP (Partido para la Independencia de Reino Unido) (5%) los 41 que tenía de la anterior elección. Algunos atribuyeron la desaparición del UKIP a que Theresa May había cambiado su chaqueta de opositora al Brexit a campeona del mismo. Muchos hablaban de que estas elecciones locales habían sido un ensayo de las generales que tendrán lugar el 8 de junio. Pero casi nadie dio importancia al dato más llamativo: el que la participación había caído en algunos distritos por debajo del 30%. Una mayoría de los británicos habían mostrado su desinterés no acudiendo a las urnas.

El viernes 5 de mayo, Noureddine Bedoui, ministro argelino del Interior, anunció los resultados de las elecciones legislativas de su país. 31 partidos estarán representados en el nuevo parlamento. Como era de esperar los dos partidos en el poder obtuvieron más de la mitad de los 462 escaños en litigio (aunque el FLN sacó 56 escaños menos que en 2012 mientras que el RND obtuvo 29 más). Y casi también como estaba previsto Abderrazak Makri, de la alianza MSP, tercer partido con 33 escaños, y el FFS de Sidi Bel Abbès (14 escaños) han denunciado un “fraude masivo”. En realidad lo verdaderamente importante es que sólo votaron el 38,25% de los electores, casi cinco puntos menos que en 2012. Detalle significativo, se calcula que viven en Canadá 120.000 argelinos, el 95% de ellos en la ciudad de Montréal. 86.000 están inscritos en el consulado, pero sólo 11.000 en las listas electorales. El miércoles 3 de mayo, en el Olympia de Montréal se concentraron 1400 argelinos, fans de su compatriota Lounis Aït Menquellet para escuchar su último álbum, “Tudert nni” (Une cierta vida) y celebrar con él cincuenta aniversario de su carrera artística. Al día siguiente, primer día de votaciones en el extranjero, no pasaron de cincuenta los argelinos que se acercaron al consulado a depositar su voto.
Los franceses acaban de elegir a su presidente este domingo 7 de mayo. Comparada con las de Argelia y Gran Bretaña, la abstención de los franceses parece casi normal, 25’3%. Ha sido sin embargo, según Le Monde, la más alta en una elección presidencial desde 1969. Más significativo es el que una buena parte de los 11 millones que han votado a Le Pen pertenecen a las clases bajas y a los trabajadores que no se sienten representados por los otros políticos. Sin contar que según una encuesta de Cevipof-Ipsos del 2 de mayo, el 18% de los franceses no se sienten representados por ningún político.
Observando los resultados de las elecciones en tres países tan distintos cabe hacerse preguntas, algunas nuevas y otras ya antiguas: ¿qué es lo que con su abstención está diciendo el pueblo a sus dirigentes y a sus políticos? ¿Está la democracia de capa caída? ¿Reflejan realmente las elecciones la opinión del pueblo? ¿Por qué el voto de un analfabeto debiera valer lo mismo que el de un universitario? ¿O el de un joven de 18 años lo mismo que el de un adulto de 50?
No he podido encontrar un artículo del Economist que leí el año pasado, pero recuerdo bien su contenido. En esas ferias agrícolas que tanto les gustan a los británicos, un grupo de investigadores habían pedido de manera sistemática, primero a un grupo de expertos veterinarios y luego a un gran número de visitantes, que calcularan el peso de una determinada vaca. Los cálculos de los veterinarios apenas si se diferenciaban, mientras que en las respuestas de los visitantes las diferencias de apreciación podían ser enormes, a veces de hasta 150 kg. Pero lo extraordinario del caso es que cuando se hacía la media de las respuestas de los visitantes, por equivocadas que hubieran sido algunas de ellas, siempre esa media se acercaba al peso real del animal más que el propuesto por los expertos. Evidentemente los científicos no sacaban conclusiones explícitas, pero sí una nueva pregunta sobre la que habría que investigar: ¿Qué hay en una masa de personas que hace que su “opinión media” sea más acertada que la de los expertos? E, implícitamente, ¿en qué medida ese tipo de investigación convalidaría la práctica del voto democrático universal, contrariamente al creciente pesimismo actual?
A los cristianos se nos recuerda a menudo que debemos ser sal y luz en el mundo en que vivimos. Es algo poéticamente bello pero poco eficaz si no lo encarnamos en proyectos concretos. Cómo devolver el optimismo democrático a nuestras sociedades, debiera ser uno de esos proyectos. Pero ¿cómo? Participando en el juego democrático, aún a sabiendas de que la elección será à menudo entre dos males, uno menor que el otro. Viviendo democráticamente, es decir, esforzándonos al máximo para que quienes no opinan como nosotros se sientan realmente escuchados. Y dado que las llamadas democracias son a menudo una dictadura de la mayoría, presionando para que se tenga siempre en cuenta la opinión de las minorías. Pero henos aquí que con la “Iglesia” henos topado. ¿Quién se atrevería a afirmar que nuestra comunidad cristiana es un ejemplo de actitud democrática?
Implícito en el pensamiento de San Pablo es que las comunidades cristianas son como un caldo de cultivo en el que se experimenta la Nueva Humanidad, algo nada fácil a juzgar por lo que el mismo san Pablo escribe en sus cartas. Porque si soy cristiano debería admitir que el Espíritu de Jesús habita en el analfabeto tanto como en el sabio, en el joven tanto como en el adulto, y en el cristiano de a pie tanto como en el obispo de Roma. A veces uno tiene la impresión de que el papa Francisco así lo cree. Pero también de que según algunos el de Francisco sería un mal ejemplo, y que habría que hacer lo posible para que no cunda.

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