Rufo González
“Ser mediador entre Dios y los hombres haciendo presente al mismo
Cristo”
Objetivos del “Día del Seminario” de este año:
– Conocer más la
figura del sacerdote, sus tareas, su vocación y su ministerio.
– Descubrir
una de las tareas esenciales de la vocación sacerdotal: ser mediador entre Dios
y los hombres haciendo presente al mismo Cristo.
– Celebrar el Día del
Seminario y orar juntos por la vocaciones al ministerio sacerdotal”.
El lema
de este año: “Cerca de Dios y de los hermanos”: “Esta tarea, la de estar cerca
de Dios y cerca de los hombres, le viene dada por su identificación con Cristo…
Jesús ha inaugurado un nuevo concepto de humanidad, de hermanos. Él es el
vínculo entre el cielo y la tierra. Los sacerdotes, por el sacramento recibido,
por el ministerio que ejercen, hacen presente su misión.
Apropiación clerical de lo común cristiano
Según los organizadores del
“Día del Seminario”, la tarea esencial del sacerdote es “ser mediador entre Dios
y los hombres haciendo presente al mismo Cristo”. Es una apropiación clerical de
lo común cristiano. Es el planteamiento del sacerdocio como poder, propio de la
cristiandad medieval. Ese “poder” tiende a protegerse separándose de los
no-sacerdotes, formando una casta, asegurando su control, poniendo condiciones,
constituyendo un grupo cerrado de dominio. Ese era el concepto de sacerdocio del
Antiguo Testamento y de las religiones en general. Para el Nuevo Testamento, el
bautismo, sacramento inicial y básico, “nos ha hecho sacerdotes para Dios Padre”
(Ap 1, 6). Todos los bautizados son “piedras vivas, edificio espiritual
destinado a ser sacerdocio santo para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos
a Dios por medio de Jesucristo…, `raza elegida, sacerdocio regio, nación santa,
pueblo patrimonio de Dios´…” (1Pe 2, 5.9). Los clérigos han permitido que el
pueblo cristiano pierda su identidad sacerdotal. Lo han reducido a entidad
pasiva en el culto, en la opinión, en la decisión. El clero ha anulado la
identidad cristiana en su misma raíz: sólo el clero tiene acceso directo a Dios,
al Evangelio, sólo él realiza los sacramentos, sólo él decide. Siglos y siglos
viviendo que sólo los “sacerdotes” tienen acceso directo a Dios, que sólo ellos
ofrecen la eucaristía. Tuvo el Vaticano II que corregir esa deriva clerical
afirmando solemnemente:
“los sagrados pastores saben que ellos no fueron
constituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la
Iglesia cerca del mundo, sino que su excelsa función es apacentar de tal modo a
los fieles y de tal manera reconocer sus servicios y carismas, que todos, a su
modo, cooperen unánimemente a la obra común” (LG 30).
No necesitamos sacerdotes “ordenados” para acercarnos a Dios
“Por medio de
Cristo podemos acercarnos al Padre en un mismo Espíritu” (Ef 2, 18).
“Cristo
Jesús, Señor nuestro, mediante la fe en él, nos da valor para llegarnos
confiadamente a Dios” (Ef 3, 11-12)
“Nadie puede venir a mí, si el Padre que
me ha enviado no le atrae… Está escrito en los profetas: `serán todos enseñados
por Dios´ (cf. Is 54, 13; Jer 31, 33s). Todo el que escucha al Padre y aprende
su enseñanza, viene a mí” (Jn 6, 44-45).
“Vosotros estáis ungidos por el
Santo y todos vosotros lo sabéis… La unción que de Él habéis recibido permanece
en vosotros y no necesitáis que nadie os enseñe. Como su unción os enseña acerca
de todas las cosas -y es verdadera y no mentirosa- según os enseñó, permaneced
en él” (1Jn 2, 20.27).
El clericalismo se adueña de todo el “Pueblo de Dios”
Sólo ellos se
consideran “consagrados” para la misión evangélica. La gente identifica la
“Iglesia” con los clérigos y otros “consagrados”, asimilados a ellos por la
“consagración religiosa”. La “consagración” bautismal ha sido arrinconada. Poca
gente sabe que es la importante, la básica, la fundamental, la que nos hace
“otros Cristos”, otros “sacerdotes” de la Nueva Alianza. Baste un pequeño
fragmento de las “Catequesis de Jerusalén”, que demuestra la conciencia original
cristiana:
“Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo, habéis sido hechos
semejantes al Hijo de Dios. Porque Dios nos predestinó para la adopción nos hizo
conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Hechos, por tanto, partícipes de Cristo,
con toda razón os llamáis `cristos´; y Dios mismo dijo de vosotros: `no toquéis
a mis cristos´” (Catequesis de Jerusalén, 21, Mystagogica 3, 1-3: PG 33,
1087-1091).
Esta marginación del Pueblo de Dios empezó pronto, y aún padecemos sus
consecuencias. Hay un texto de san Jerónimo, secretario del Papa San Dámaso
(305-384), que marcó un hito en la tradición posterior para marginar al pueblo y
adueñarse de la Iglesia. El texto es este:
“Los Clérigos son llamados así
porque son la parte del Señor o porque el Señor es su lote, es decir, es la
parte de los Clérigos. Quien pues es él mismo parte del Señor, o tiene al Señor
como parte, debe exhibirse tal que él mismo posea al Señor, y sea poseído por el
Señor” (San Jerónimo, Ep. 52, 5; PL 22, 535).
Se evita llamar “sacerdotal” a la participación comunitaria en la
eucaristía
La segunda plegaría eucarística, originada de la “Tradición
apostólica” (s. II-III), no traduce con rigor textual el original griego para no
llamar “sacerdotes” a todos los participantes de la eucaristía. Dicha
“Tradición…”, al obispo le llama “sumo sacerdote” en medio de su comunidad
sacerdotal, y la frase que a nosotros nos atañe dice: “te damos gracias porque
nos ha llamado para estar ante ti y servirte como sacerdotes”. La liturgia
actual lo traduce así: “te damos gracias porque nos haces dignos de servirte en
tu presencia”. En ambientes clericales son “celebrantes” o “concelebrantes” sólo
los presbíteros y obispos, en vez de “presidentes” de la concelebración
comunitaria.
Toda comunidad cristiana se acerca directamente al misterio de Dios
Sus
miembros se acercan directamente al Misterio de Dios, desvelado por Cristo como
“Padre”. Todos, habitados por el Espíritu Santo, tienen la misma dignidad de
hijos de Dios y hermanos. Son comunidades organizadas, en las que hay diversos
ministerios-servicios y funciones según carismas. Esta diversidad de ministerios
está al servicio del Reinado de Dios, que fue la causa de Jesús y es la razón de
ser de la Iglesia. El Nuevo Testamento sólo habla del sacerdocio común, como el
del de Jesús (1Pe 2, 4-10; Ap 1, 9). En la carta a los Hebreos se habla del
sacerdocio de Jesús como único válido. No cultual, sino vital, existencial, con
la entrega de su vida:
“para santificar al pueblo padeció fuera de la puerta.
Así pues, salgamos donde él fuera del campamento, cargando con su oprobio…
Ofrezcamos sin cesar, por medio de él, a Dios un sacrificio de alabanza, es
decir, el fruto de los labios que celebran su nombre. No olvidéis hacer el bien
y ayudaros mutuamente; esos son los sacrificios que agradan a Dios” (Hebr
13,12-16).
Los cristianos son todos sacerdotes de la Nueva Alianza
Todos podemos
“cargar con su oprobio”: la cruz que acarrea el amor cristiano. “Por medio de
él”, en su mismo Espíritu, somos sacerdotes: “ofrecemos a Dios un sacrificio de
alabanza…, hacemos el bien y nos ayudamos…”. Esta vida es sacerdotal, estos son
“los sacrificios que Dios quiere”. El Nuevo Testamento no llaman “sacerdotes” a
los ministros de la Iglesia. Ni el concepto de sacerdote, aplicado a Jesús, se
aplica a los ministros. Se aplica a todos los cristianos. Para los ministros se
recurre a nombres de tipo civil o del judaísmo, huyendo siempre del término
“sacerdote”. Se les llama anciano-presbítero, presidente, supervisor (epíscopo,
obispo), sirviente (diácono), “apóstoles, profetas, evangelistas, pastores,
maestros” (Ef 4,11), acorde con la función desempeñada. Estos ministerios son
dados y queridos por Cristo “con el fin de equipar a los consagrados para la
tarea del servicio, para construir el cuerpo del Mesías, hasta que todos sin
excepción alcancemos la unidad que es fruto de la fe y del conocimiento del Hijo
de Dios, la edad adulta, el desarrollo que corresponde al complemento del
Mesías” (Ef 4, 12-13). “Consagrados” son los bautizados. Todos “hacen presente
la misión” de Jesús, todos sacerdotes, todos dan el Espíritu de Dios. “Sirven”
según los dones dado por el Espíritu. Hay varios dones que el Espíritu reparte
según su voluntad. El don mejor, el amor, hace la vida enteramente sacerdotal:
amar como Jesús y el Padre es vincular toda realidad con el Misterio divino. Por
eso, todo servicio es “oficio de amor”.
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