Gabriel Mª Otalora
Pero a lo que iba. La cruz y el crucificado los empleamos como
sinónimos cuando no deberían serlo. No es en el madero donde ponemos
nuestro corazón y nuestra fe sino en Jesús que por amor acabó colgado en
él. Su persona es quien nos atrae, como dice Juan: cuando yo sea
elevado de la tierra, atraeré a todos sobre mí (Jn 12, 32) dando
entender de qué muerte iba a morir.
La cruz es signo de muerte, efectivamente, y fuente de muchos equívocos
sobre el sufrimiento cristiano. Dios no quiere sufrir ni que suframos.
Murió contra su voluntad, asesinado por mantenerse en su denuncia
profética contra quienes impedía la explosión de su Reino de amor para
todos. Su sufrimiento fue la consecuencia no querida del lado más
oscuro del ser humano al que respetó en su libertad. Pero Jesús predicó
la alegría, la solidaridad, el amor; nunca buscó el sufrimiento como una
bendición; al contrario, se dedicó en cuerpo y alma a salvar del
sufrimiento a los demás, aunque no se sintieran de los suyos.
Salva el crucificado en un madero y lo hace con su amor. El madero
es santo por el personaje al que se clavó en él. Curiosamente, los
protestantes en cambio, no entienden la exaltación del crucificado si
Jesús ya ha resucitado. Pero esta es otra discusión.
Cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminó en Estrasburgo
que la presencia de un crucifijo en las aulas era una violación de los
derechos humanos (2009), no rechazaron la cruz. Lo que rechazaron fue al
crucificado. Podrán quitarlo de aulas y lugares públicos pero nadie
rechaza o se abraza a un madero. No, no es la cruz, es el crucificado.
Él es quien nos sigue invitando a remar con audacia hacia el amor que,
en definitiva, supone crecer en plenitud humana. Apostar por el bien
sobre el mal, la verdad sobre la mentira, la solidaridad frente a la
indiferencia egoísta. Nada que ver con la exaltación del sufrimiento.
La vida cristiana es un largo aprendizaje para centrarnos en Cristo
crucificado y en lo que significa la Salvación como liberación de las
cadenas que atrapan lo mejor del ser humano, siguiendo siempre la senda
del evangelio que, como todo el mundo sabe, significa buena noticia;
misericordia quiere Dios, no otros sacrificios.
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