Siempre hay que temer de los mandatarios que quieren hacer "grandes" a
sus naciones. Trump así lo quiere, Putin ya lo está haciendo… “Make
great America again” es su lema fundamental de campaña. Con él desea
encandilar a los americanos que aún no han digerido Vietnam y que desean
sumar nuevas “victorias” imperiales. El problema de los populismos
nacionalistas, hoy lamentablemente tan en alza a uno y otro lado del
Atlántico, es que quieren hacer "grandes" a sus naciones a toda costa,
aún a costa de un terrible sufrimiento ajeno, aún a costa de ciudades
destrozadas y población civil masacrada… Esa es la “grandeza” de Putin.
Hay un pueblo mayoritario que gusta de esa exhibición de músculo
belicista, no importa a quién aplaste la maquinaria, no importa para qué
se utilice el poderío. Rusia no se entera o ha perdido el alma. Rusia
ha perdido la memoria o ha perdido la dignidad, la memoria de cuando
eran ellos los que estaban bajo las bombas, de cuando eran sus madres
las que sollozaban...
En EEUU aún prevalece, esperemos que por tiempo la cordura. Se
debaten entre el amenazante y peligrosísimo populismo del
multimillonario que llevaría a engrasar de nuevo una maquinaria
imperialista y el espíritu de paz y de diálogo que, aún con todos los
comprensibles recelos que pueda suscitar, encarna H. Clinton; se debaten
entre la fuerza de la fuerza y la fuerza de la razón. Diciembre y su
grato Papa Noel nos traigan buenas nuevas… Por eso sorprende esa
amilanada, amnésica e incongruente equidistancia entre Rusia y Estados
Unidos que mantiene la izquierda europea ante lo que está ocurriendo en
Siria. Digo la izquierda por mentar a la ciudadanía que ha asido la
pancarta con más fuerza, la que más kilómetros ha recorrido a lo largo
de la historia en favor de justas causas internacionales.
Muchos amigos sostienen esa equidistancia, esa neutralidad
generalizada que a la postre está justificando la impunidad de la
masacre en el país árabe. Sorprende ese empeño en apuntalar por ejemplo a
un Maduro de días contados, en vez de hacer prevalecer los derechos
humanos ya en la propia y castigada hermana Venezuela, ya bajo los
cielos insufribles de Alepo. Los buenos amigos se apalancaron en los
setenta cuando los EEUU ayudaron a tumbar aquel noble hombre por nombre
Salvador Allende, cuando respaldaron a todas las dictaduras
sudamericanas, o cuando se metieron a sangre y napal en la selva
vietnamita…
Si la ciudadanía consciente y responsable no se alza ante la
barbarie, ¿quién lo hará? En realidad la izquierda ya ha muerto, porque
estamos en un mundo que está superando esa dicotomía anacrónica, esa
confrontación partidista. Ha muerto a falta de ideales puros, también
víctima de su desnortamiento y falta de lógica, incongruencia por
ejemplo de un eterno y trasnochado antiamericanismo a toda costa, que
lleva a perdonar los bárbaros crímenes de la segunda potencia mundial
por el mero hecho de ser adversaria de Washington.
En el país en guerra desde hace cinco años, Rusia está apoyando a un
dictador sanguinario que desea perpetuarse en el poder y que le es afín.
Rusia así es más "grande", aunque tenga que bombardear de forma
inmisericorde a la población civil ubicada en el territorio del bando
contrario. Está por llegar el tiempo en que las naciones vuelvan a ser
grandes de verdad, grandes por su solidaridad y generosidad, grandes por
sus artistas y hacedores de cultura, grandes por sus puertas abiertas y
por su firme e incuestionable voluntad de paz, grandes en definitiva
porque elevaron civilización y no la denigraron con el sufrimiento
causado a los más débiles e indefensos.
El sufrimiento no sabe de colores, tampoco de geopolítica, sí sabe de
solidaridad de otros humanos que se reconocen hermanos de quienes lo
padecen. Siria necesita paz. Ese sufrimiento que está padeciendo la
población civil de Alepo no se puede entender en el presente. Sólo en
los últimos días han muerto en la ciudad mártir más de cuatrocientos
civiles a causa de los bombardeos. La segunda ciudad siria urge
solidaridad, urge se detengan los crueles ataques desde el aire. Por un
instante olvidemos si somos pro o contra americanos y afirmemos nuestra
identidad humana, nuestra condición innatamente solidaria. La barbarie
ha de ser detenida y, en buena medida, eso está también en nuestras
manos. Si olvidamos a Alepo, a sus mujeres, niños, ancianos... atrapados
bajo las bombas, estaremos olvidando algo esencial de nosotros mismos,
nuestro ineludible compromiso para con los últimos, para con quienes más
sufren en la Tierra y hoy la ciudad polvo y esqueleto es seguramente el
epicentro del más terco y despiadado horror.
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