Leo en la prensa de hoy que el obispo de Mallorca, Javier Salinas, ha presentando su renuncia
“después de haber orado al Señor”. No digo que no lo haya hecho pero
hay ocasiones en las que la referencia al Señor es vana, y ésta es una
de ellas ya que las desdichadas circunstancias que rodean el caso
obligaban indudablemente a la renuncia sin que fuera necesaria una guía
especial por parte del Señor. O, mejor dicho, el Señor ya nos la había
dado al señalar la enorme gravedad del pecado de escándalo.
Bien está que él crea no tener de qué
arrepentirse, y no hay por qué ponerlo en duda, pero precisamente en ese
caso hay que recordar las palabras de San Pablo: “Bueno es abstenerse
de carne, de vino o de cualquier otra cosa que provoque la caída del
hermano. La fe que tú tienes guárdatela ante Dios.”
Da la impresión de que estos nueve meses
desde que saltó la noticia equivalen, mutatis mutandi, al paso por las
diversas instancias de los procedimientos judiciales hasta alcanzar una
sentencia firme. ¿Es así como debemos comportarnos los cristianos
(resisto la tentación de citar de nuevo a San Pablo)? ¿Está uno tan
poseído de su derecho a regir una diócesis que tiene que dar la batalla
hasta el final? ¿Para eso nos sirve el desprendimiento y la sola
confianza en Dios que tanto proclamamos?
Para colmo nos encontramos el asunto de
la recolocación del obispo dimisionario como auxiliar de otro. ¡Tanto
quejarnos de las puertas giratorias de los políticos y resulta que la
jerarquía de nuestra Iglesia aplica el mismo sistema!
Un obispo no es más que un cristiano.
¿Cuándo veremos a un obispo dimisionario a su pesar viviendo en un
barrio y contribuyendo modestamente, como cualquier otro feligrés, a las
actividades de su parroquia? ¿O es que porque uno haya sido director de
una empresa importante ya no puede pasar la bandeja, colaborar en
Cáritas parroquial o subir al estrado para hacer las lecturas y
desaparecer después silenciosamente?
Sobre el hecho de que sea Valencia la
diócesis receptora no me extenderé ya que la reiteración de una práctica
que ignora ideas tan caras al papa Francisco como las de confiar en los
fieles y luchar contra el clericalismo requiere un análisis mucho más
profundo del que puede condensarse en una nota.
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