¿Qué tienen que ver entre sí Gregorio el Sinaita, monje bizantino del
monte Athos del s. XIV, Sri Aurobindo, sabio hindú muerto en el pasado
siglo y Thich Nhat Hant, maestro zen vietnamita, autor actual de
numerosos libros? Más allá de la diversidad de sus culturas y épocas,
los tres coinciden en señalar la importancia de aquietar ese barullo de
pensamientos, juicios, ideas y cavilaciones que nos habitan y que, como
una marea incontrolable, nos arrastra como las olas a una botella vacía.
“Me avergüenzan mis pensamientos, -se queja un orante anónimo del s.
X.- vagan por sendas torcidas mientras rezo los salmos; ante los ojos
del Dios verdadero se agitan. Sin barcas cruzan los mares, desde la
tierra hasta el cielo llegan a mí con rápidos brincos. Van en loca
carrera en torno a mí o por tierras lejanas en vertiginosa huida y luego
me vuelven. Aunque los quisiera atar y les pusiera grilletes no
gustarían de un breve reposo. Ningún cerrojo ni cárcel del mundo, ni
fortalezas, ni mares detienen su vuelo…”
“Ya estamos con el rollito del mindfulness ese, que me tiene hasta la
coronilla”, estará pensando más de uno. “Vaya hartura de modas
orientales, y todo desde que Richard Gere se declara budista…”. “A esos,
antes de ponerse a hablar de la atención plena, les ponía yo a rezar
los quince misterios del rosario…”
Me permito avisar a estos escépticos de que sus resistencias les
vienen de su ignorancia acerca de la importancia que da el NT a esos
murmullos oscuros de retorcimiento, doblez y descontento y que salen al
exterior en forma de crítica, protesta o murmuración: “Del corazón salen
los pensamientos malvados (dialogismoi)” (Mt 15,19)
“Estaban allí sentados unos letrados que murmuraban para sus
adentros…” (Mc 2,8). Discutían los discípulos sobre quién era el más
importante y Jesús “conociendo los pensamientos de sus corazones,
tomando un niño lo puso en medio…” (Lc 9,46). Santiago observa las
actitudes discriminatorias de los que tratan bien a los ricos y
desprecian a los pobres (“siéntate cómodamente aquí”, “quédate ahí de
pie…”) y deduce que ese comportamiento procede de sus “pensamientos
perversos” (San 2,4).
Jesús dirige a los suyos este reproche en uno de los relatos de apariciones: “¿Por qué suben esos dialogismoi
a vuestros corazones?” (Luc 24,38) y la imagen espacial (algo sube de
lo más hondo del corazón de los discípulos…), hace pensar en una
incredulidad agazapada en lo profundo que asciende y ocupa el espacio
que debería abrirse a la alegría del Resucitado.
Como aquel salmista que suplicaba a Dios: “¡Que te sean gratos los
pensamientos de mi corazón!” (Sal 19,15), necesitamos contagiarnos de su
deseo de aquietar y silenciar esos murmullos indeseables que amenazan
con ocupar nuestra interioridad. Contamos para ellos con la complicidad
del “Dulce Huésped del alma”, el único capaz de sosegar y acallar el
barullo de nuestro corazón.
Dolores Aleixandre
ALANDAR
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