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martes, 18 de marzo de 2014

Ni galgos ni podencos Jaime Richart


Enviado a la página web de Redes Cristianas

Hoy hace diez años que se celebraron elecciones generales en España, y hace tres días se rememoró el atentado en la estación de Atocha de su capital que causó 192 muertos y 1858 heridos.
Pues bien, acerca de la autoría del mismo hay dos teorías “ofi­ciales” y mediáticas: una es la de la llamada “conspiración”, que atribuye a ETA la autoría. La otra es la “yihadista” que es la que atribuye la autoría a una célula terrorista musulmana. Ésta es la dictaminada por la justicia.

La teoría de la conspiración afirma que el propósito de los que perpetraron el atentado fue influir en el resultado de las elecciones a favor del PSOE tres días después. Los que se atie­nen a lo re­suelto por la sentencia que excluye la teoría conspi­ratoria, relacio­nan el atentado con la intención de la Yihad de atemorizar a Eu­ropa sin tener en cuenta las políticas domésticas ni sus avata­res.
El galimatías nos lleva a una tercera teoría: la del “tiro por cu­lata”. Alguien del partido del gobierno de entonces, para asegu­rarse el triunfo o la mayoría absoluta en las elecciones, encarga a unos inmigrantes musulmanes, de los muchos que hay lampando en el país, colocar mochilas con sus explosivos en los trenes de la estación de Atocha los que las portaban -in­cluso podían ignorar el contenido de las mismas- a cambio de un poco de dinero y mu­chas promesas. ¿El objetivo? decantar las elecciones a su favor. Por eso, sabiendo que él es autor in­telectual difunde inmediata­mente a periódicos y legaciones que es ETA. El plan le sale mal, pierde las elecciones, y el embro­llo posterior, al haber por medio tanto musulmán, es fácil “comprobar” por la justicia que el aten­tado es yihadista. Ese al­guien es la X como la X fue otro alguien en el asunto de los GAL, una serie de asesinatos cometidos por si­carios alojados en las “cloacas del Estado”..
Téngase presente que los gobernantes tienen una moral y unos escrúpulos diferentes y lejos de los que tiene el común de los mortales. La “razón de Estado”, que casi siempre es “razón de partido” en asuntos interiores, todo lo justifica…
El Derecho reconoce una realidad formal y una realidad mate­rial. La realidad formal está en cada sentencia. La realidad mate­rial a menudo es otra. Y en la inmensa mayoría de los ca­sos cri­minales escandalosos de la historia está fabricada por el propio poder establecido con la suficiente minuciosidad como para que nadie sea capaz, nunca, de aportar prueba alguna de que el in­ductor pertenece precisamente a la cúpula del poder. La historia no es más que una sucesión de este tipo de “verda­des”. Ese es el motivo por el que ni siquiera, décadas después de haberse produ­cido los hechos, las desclasificaciones de do­cumentos oficiales revelen algo sustancioso que permita cono­cer toda la verdad.
Es normal que de esta tercera teoría no se hable abiertamente y menos que se airee. No hay posibilidad alguna de encontrar prue­bas. Sencillamente no existen. Ni materiales ni documen­tales. Véase qué sucede con las numerosas habidas en los casos de co­rrupción que salpican a la cúpula del partido del gobierno que, sin embargo, apenas están teniendo consecuencias. Por eso no vale la pena insistir en algo imposible de demostrar. Lo que no obsta que a menudo en la vida pública exista una verdad formal, una verdad material oficial y una verdad oficiosa que, como ésta del “tiro por la culata”¡ rara vez no no es la verda­dera…

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