La política argentina depara extrañas alianzas, traiciones, reconciliaciones, borrones y cuentas nuevas. Pero pocas veces se verá un giro más rotundo que el que imprimió la presidenta, Cristina Fernández, a su relación con Jorge Bergoglio después de que este se convirtiera en el papa Francisco. Allá donde solo se respiraba distanciamiento y frialdad hoy campea una relación de afecto. Fernández telefoneó la semana pasada a Francisco para felicitarle por su primer aniversario en el Vaticano y el Papa la invitó a un almuerzo en la residencia de Santa Marta, aprovechando que Fernández debía viajar el miércoles a París, donde se entrevistará con el presidente François Hollande.
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